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Historias Urbanas: Valores familiares

Nunca me regalaron una pistola de juguete para jugar a las guerritas con mis amigos de la primaria. Mis padres siempre se negaron, aunque sí me compraron mis muñecos de G.I. Joe para mi cumpleaños.

En años recientes inició una campaña para no regalar armas de juguete a los niños.
Invitado
17 de julio, 2022
Valores familiares. Esta es la historia urbana de José Vicente Solórzano Aguilar. 

Los patojos subieron haciendo alboroto al transmetro en la estación del Incienso. Debían llevarse un año o dos de diferencia. Vestían playera amarilla, pantalón negro y tenis a juego. Parecía ropa recién estrenada. Iban con su mamá.

No había tantos pasajeros de pie, así que el mayorcito pudo explorar a gusto los alrededores. Se acercó más de lo prudente a la puerta izquierda y por andar jugando se resbaló. De estar abierta, habría caído directo al asfalto.

El señor que iba delante de mí le dijo que fuera más cuidadoso. El niño le hizo caso y regresó a la par de su hermano. «Después se los cobran como nuevos a la municipalidad», le comentó a la pasajera que iba en el asiento vecino.

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Al rato estábamos por entrar a la novena calle. Demoramos varios minutos, había algo de tráfico. El mayorcito siguió con sus juegos y a veces se acercaba a la mamá, atenta al contenido de su teléfono. Llegábamos a las cercanías del santuario de Guadalupe cuando vi algo que me puso en que pensar.

Le estaban tomando fotos al mayorcito. El niño levantó el costado izquierdo de su playera para mostrar su pistola de juguete, al estilo de los hombres y las mujeres que ostentan su afición por las armas en las redes sociales. Sonreía mientras la madre lo retrataba con evidente complacencia. El señor que iba delante meneó la cabeza en señal de desaprobación. Palabras más, matices menos, debió murmurar lo mismo que yo.

Nunca me regalaron una pistola de juguete para jugar a las guerritas con mis amigos de la primaria. Mis padres siempre se negaron, aunque sí me compraron mis muñecos de G.I. Joe para mi cumpleaños. Con envidia veía la ametralladora de mis primos: su juego de sonidos replicaba las ráfagas al estilo Rambo y traía luces. Después supe que mis mayores me habían hecho un bien.

Ya se sabe, todos somos producto del ambiente donde nos formamos. En la casa, en la calle y en la escuela recibimos los valores que nos acompañarán mientras dure nuestra existencia. Dar los buenos días al entrar a un lugar, ser agradecido con quien nos da la hora, levantar del suelo todo objeto tirado, lo hayamos dejado ahí o no, todo eso nos lo inculcan en nuestros años formativos. Todo lo que absorbemos en esa etapa es producto de lo que nos dejan ver en la televisión, escuchar en casa y, a tono con los tiempos, revisar en el teléfono o en la tablet.

«De plano la señora ya habrá compartido la foto del patojo en sus estados del Facebook y WhatsApp», pensé. «Seguro no tardaré en tener varios corazoncitos y me gusta apuntados a su favor. No digamos los comentarios». La madre y los niños seguían dentro del bus cuando me bajé en la estación que está cerca de la iglesia de La Merced.

 

 

 

 

Historias Urbanas: Valores familiares

Nunca me regalaron una pistola de juguete para jugar a las guerritas con mis amigos de la primaria. Mis padres siempre se negaron, aunque sí me compraron mis muñecos de G.I. Joe para mi cumpleaños.

En años recientes inició una campaña para no regalar armas de juguete a los niños.
Invitado
17 de julio, 2022
Valores familiares. Esta es la historia urbana de José Vicente Solórzano Aguilar. 

Los patojos subieron haciendo alboroto al transmetro en la estación del Incienso. Debían llevarse un año o dos de diferencia. Vestían playera amarilla, pantalón negro y tenis a juego. Parecía ropa recién estrenada. Iban con su mamá.

No había tantos pasajeros de pie, así que el mayorcito pudo explorar a gusto los alrededores. Se acercó más de lo prudente a la puerta izquierda y por andar jugando se resbaló. De estar abierta, habría caído directo al asfalto.

El señor que iba delante de mí le dijo que fuera más cuidadoso. El niño le hizo caso y regresó a la par de su hermano. «Después se los cobran como nuevos a la municipalidad», le comentó a la pasajera que iba en el asiento vecino.

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Al rato estábamos por entrar a la novena calle. Demoramos varios minutos, había algo de tráfico. El mayorcito siguió con sus juegos y a veces se acercaba a la mamá, atenta al contenido de su teléfono. Llegábamos a las cercanías del santuario de Guadalupe cuando vi algo que me puso en que pensar.

Le estaban tomando fotos al mayorcito. El niño levantó el costado izquierdo de su playera para mostrar su pistola de juguete, al estilo de los hombres y las mujeres que ostentan su afición por las armas en las redes sociales. Sonreía mientras la madre lo retrataba con evidente complacencia. El señor que iba delante meneó la cabeza en señal de desaprobación. Palabras más, matices menos, debió murmurar lo mismo que yo.

Nunca me regalaron una pistola de juguete para jugar a las guerritas con mis amigos de la primaria. Mis padres siempre se negaron, aunque sí me compraron mis muñecos de G.I. Joe para mi cumpleaños. Con envidia veía la ametralladora de mis primos: su juego de sonidos replicaba las ráfagas al estilo Rambo y traía luces. Después supe que mis mayores me habían hecho un bien.

Ya se sabe, todos somos producto del ambiente donde nos formamos. En la casa, en la calle y en la escuela recibimos los valores que nos acompañarán mientras dure nuestra existencia. Dar los buenos días al entrar a un lugar, ser agradecido con quien nos da la hora, levantar del suelo todo objeto tirado, lo hayamos dejado ahí o no, todo eso nos lo inculcan en nuestros años formativos. Todo lo que absorbemos en esa etapa es producto de lo que nos dejan ver en la televisión, escuchar en casa y, a tono con los tiempos, revisar en el teléfono o en la tablet.

«De plano la señora ya habrá compartido la foto del patojo en sus estados del Facebook y WhatsApp», pensé. «Seguro no tardaré en tener varios corazoncitos y me gusta apuntados a su favor. No digamos los comentarios». La madre y los niños seguían dentro del bus cuando me bajé en la estación que está cerca de la iglesia de La Merced.