Historias Urbanas: Viendo las ruedas
Me atrevo a suponer que repasan su vida, observan los comercios que sustituyen a los hogares, deploran la ausencia de rostros conocidos y encaran la cercanía de la muerte entre el temor y la aceptación.
En lo que llevo de vida he visto a tres señores que pasan los últimos días de su existencia sentados a la puerta de su casa mientras observan la marcha de los carros, los buses, las personas y las motos. Es todo el entretenimiento que les queda después de las travesuras de la infancia, los goces de la primera juventud y establecer su propia familia.
El primero fue el zapatero encargado junto a su esposa de la crianza de su único nieto. Los padres emigraron años antes a Estados Unidos; desde allá lo proveyeron de los juguetes que presumía ante sus compañeros de escuela. Un par de veces acompañé a mi mamá a dejarle zapatos para que los arreglara. Siempre me llamó la atención el pequeño lagarto disecado que adornaba la pared a mano derecha.
El taller cerró al morir la esposa, la diabetes relegó al zapatero a silla de ruedas y lo vi languidecer en la puerta de su casa, con su sombrero de fieltro y sus lentes puestos. Cuando murió, su hija y su yerno regresaron para velarlo en la funeraria más elegante del pueblo. Donde estuvo la zapatería se alza un depósito de granos básicos.
No guardo mayor recuerdo del segundo, salvo que se repetía el mismo patrón de soledad, y al tercero me lo acabo de encontrar camino del supermercado. Me atrevo a suponer que repasan su vida, observan los comercios que sustituyen a los hogares, deploran la ausencia de rostros conocidos y encaran la cercanía de la muerte entre el temor y la aceptación. O como escribió John Lennon, sólo ven las ruedas girar, ya no se tiene prisa, están a resguardo del ir y venir diario, y se dejan llevar, nada más.
Al ir y venir de la casa al trabajo y del trabajo a la casa, a las salidas de vacaciones, a las noches de parranda con los cuates, a la asistencia a los actos escolares, a los viajes fuera del país, sucede la inmovilidad.
En ocasiones, más de alguno de los hijos se hará cargo de ellos. En otra contratan a una muchacha o a una señora para que limpie la casa y les prepare sus alimentos. Así pasan los días hasta que cuelgan un moño negro encima de la puerta y al poco tiempo se aparece otro señor, en otra cuadra, dedicado a la contemplación de la calle.
Historias Urbanas: Viendo las ruedas
Me atrevo a suponer que repasan su vida, observan los comercios que sustituyen a los hogares, deploran la ausencia de rostros conocidos y encaran la cercanía de la muerte entre el temor y la aceptación.
En lo que llevo de vida he visto a tres señores que pasan los últimos días de su existencia sentados a la puerta de su casa mientras observan la marcha de los carros, los buses, las personas y las motos. Es todo el entretenimiento que les queda después de las travesuras de la infancia, los goces de la primera juventud y establecer su propia familia.
El primero fue el zapatero encargado junto a su esposa de la crianza de su único nieto. Los padres emigraron años antes a Estados Unidos; desde allá lo proveyeron de los juguetes que presumía ante sus compañeros de escuela. Un par de veces acompañé a mi mamá a dejarle zapatos para que los arreglara. Siempre me llamó la atención el pequeño lagarto disecado que adornaba la pared a mano derecha.
El taller cerró al morir la esposa, la diabetes relegó al zapatero a silla de ruedas y lo vi languidecer en la puerta de su casa, con su sombrero de fieltro y sus lentes puestos. Cuando murió, su hija y su yerno regresaron para velarlo en la funeraria más elegante del pueblo. Donde estuvo la zapatería se alza un depósito de granos básicos.
No guardo mayor recuerdo del segundo, salvo que se repetía el mismo patrón de soledad, y al tercero me lo acabo de encontrar camino del supermercado. Me atrevo a suponer que repasan su vida, observan los comercios que sustituyen a los hogares, deploran la ausencia de rostros conocidos y encaran la cercanía de la muerte entre el temor y la aceptación. O como escribió John Lennon, sólo ven las ruedas girar, ya no se tiene prisa, están a resguardo del ir y venir diario, y se dejan llevar, nada más.
Al ir y venir de la casa al trabajo y del trabajo a la casa, a las salidas de vacaciones, a las noches de parranda con los cuates, a la asistencia a los actos escolares, a los viajes fuera del país, sucede la inmovilidad.
En ocasiones, más de alguno de los hijos se hará cargo de ellos. En otra contratan a una muchacha o a una señora para que limpie la casa y les prepare sus alimentos. Así pasan los días hasta que cuelgan un moño negro encima de la puerta y al poco tiempo se aparece otro señor, en otra cuadra, dedicado a la contemplación de la calle.