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Estado de Guatemala, Sociedad Anónima

Redacción
12 de junio, 2015

Su escritura social es nada menos que la Constitución Política de la República de Guatemala. Su objeto social está en el artículo (¿cláusula?) 119 y, al igual que la mayoría de sociedades mercantiles, cuenta con amplias facultades para hacer todo tipo actividades. Tiene un ejército de administradores y gerentes que se congregan en el Organismo Ejecutivo. También cuenta con mandatarios, ellos están en el Congreso. Todos, o al menos la mayoría, tienen un mismo propósito: hacer billete. El problema es que la finalidad de un Estado no es crear millonarios sino proteger los derechos de las personas, mantener la paz, dar paso a la civilización.

Dada la crisis por la que atravesamos, creo que el guatemalteco debe hacer una introspección y contestarse esta pregunta: ¿por qué el país ha degenerado en un grotesco oportunismo? La respuesta es digna de un estudio que escapa de las habilidades de un novel del derecho. Ella es acaso materia del sociólogo y del psicólogo, pero tengo una tesis que tal vez sirva de algo o plante en alguien la semilla de la duda.

El guatemalteco del siglo XXI no está acostumbrado a los ideales, tampoco a los sentimientos arrebatados. Quiero decir que por lo común no encontramos entre nosotros personas dispuestas a ofrendar la vida por un ideal, no es lo nuestro ser hombres de espíritu recio. Sabemos que la vida es corta y por ello preferimos vivirla sabroso en vez de hacer enormes sacrificios que luego nos reserven un lugar en las páginas de la historia.

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Una sociedad de ideales y sentimientos fuertes puede funcionar tanto para bien como para mal. Por ejemplo, el estadounidense y el francés de finales del siglo XVIII fueron hombres dispuestos a recibir una bala o morir en la horca por la libertad (“¡Denme la libertad o denme la muerte!” gritaba Patrick Henry). El enorme legado de ellos es la moderna república y la democracia. Por el otro lado, el alemán y el ruso del siglo XX, tan idealistas y pasionales como los primeros, ofrendaron sus vidas por todo aquello que es la encarnación del mal, tal y como los radicales musulmanes hoy en día.

Así no funciona nuestra vocación. El guatemalteco es oportunista, lo que busca es colarse en la fila, disfrutar todos los manjares de la vida moderna sin trabajar duro para ganárselos.* Si unimos el carácter del guatemalteco con la falta de instituciones públicas, el resultado inevitable es que el Estado se convierta en una máquina de producir millonarios, no estadistas. Son estas razones, creo yo, las que han procreado a las Baldettis, a los Pérez Molinas y a los Portillos.

Y reafirmo que esta respuesta escapa del campo del derecho porque el éxito de un país civilizado necesita de un componente moral que los guatemaltecos todavía no hemos logrado cultivar: la convicción en el corazón del ciudadano común de respetar la ley, no por temor al castigo, ni mucho menos por reverencia a la autoridad, sino por la profunda creencia que es lo correcto de hacer.

“Paralelamente a lo que acontece en el mundo del arte, en que un genio perdura a través de los tiempos, en la Historia un momento determinado marca el rumbo de siglos y siglos. Lo mismo que en la punta del pararrayos converge la electricidad de la atmósfera, un espacio insignificante de tiempo contiene el germen de una serie de hechos que va desarrollándose en el futuro”, Stefan Zweig.

* Claro que no todos los guatemaltecos son oportunistas. Existen entre nosotros miles de personas que merecen todo nuestro respeto, y se les encuentra en todos lados, entre los humildes y los influyentes.

Estado de Guatemala, Sociedad Anónima

Redacción
12 de junio, 2015

Su escritura social es nada menos que la Constitución Política de la República de Guatemala. Su objeto social está en el artículo (¿cláusula?) 119 y, al igual que la mayoría de sociedades mercantiles, cuenta con amplias facultades para hacer todo tipo actividades. Tiene un ejército de administradores y gerentes que se congregan en el Organismo Ejecutivo. También cuenta con mandatarios, ellos están en el Congreso. Todos, o al menos la mayoría, tienen un mismo propósito: hacer billete. El problema es que la finalidad de un Estado no es crear millonarios sino proteger los derechos de las personas, mantener la paz, dar paso a la civilización.

Dada la crisis por la que atravesamos, creo que el guatemalteco debe hacer una introspección y contestarse esta pregunta: ¿por qué el país ha degenerado en un grotesco oportunismo? La respuesta es digna de un estudio que escapa de las habilidades de un novel del derecho. Ella es acaso materia del sociólogo y del psicólogo, pero tengo una tesis que tal vez sirva de algo o plante en alguien la semilla de la duda.

El guatemalteco del siglo XXI no está acostumbrado a los ideales, tampoco a los sentimientos arrebatados. Quiero decir que por lo común no encontramos entre nosotros personas dispuestas a ofrendar la vida por un ideal, no es lo nuestro ser hombres de espíritu recio. Sabemos que la vida es corta y por ello preferimos vivirla sabroso en vez de hacer enormes sacrificios que luego nos reserven un lugar en las páginas de la historia.

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Una sociedad de ideales y sentimientos fuertes puede funcionar tanto para bien como para mal. Por ejemplo, el estadounidense y el francés de finales del siglo XVIII fueron hombres dispuestos a recibir una bala o morir en la horca por la libertad (“¡Denme la libertad o denme la muerte!” gritaba Patrick Henry). El enorme legado de ellos es la moderna república y la democracia. Por el otro lado, el alemán y el ruso del siglo XX, tan idealistas y pasionales como los primeros, ofrendaron sus vidas por todo aquello que es la encarnación del mal, tal y como los radicales musulmanes hoy en día.

Así no funciona nuestra vocación. El guatemalteco es oportunista, lo que busca es colarse en la fila, disfrutar todos los manjares de la vida moderna sin trabajar duro para ganárselos.* Si unimos el carácter del guatemalteco con la falta de instituciones públicas, el resultado inevitable es que el Estado se convierta en una máquina de producir millonarios, no estadistas. Son estas razones, creo yo, las que han procreado a las Baldettis, a los Pérez Molinas y a los Portillos.

Y reafirmo que esta respuesta escapa del campo del derecho porque el éxito de un país civilizado necesita de un componente moral que los guatemaltecos todavía no hemos logrado cultivar: la convicción en el corazón del ciudadano común de respetar la ley, no por temor al castigo, ni mucho menos por reverencia a la autoridad, sino por la profunda creencia que es lo correcto de hacer.

“Paralelamente a lo que acontece en el mundo del arte, en que un genio perdura a través de los tiempos, en la Historia un momento determinado marca el rumbo de siglos y siglos. Lo mismo que en la punta del pararrayos converge la electricidad de la atmósfera, un espacio insignificante de tiempo contiene el germen de una serie de hechos que va desarrollándose en el futuro”, Stefan Zweig.

* Claro que no todos los guatemaltecos son oportunistas. Existen entre nosotros miles de personas que merecen todo nuestro respeto, y se les encuentra en todos lados, entre los humildes y los influyentes.