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Censurar lo ofensivo (sea lo que sea que eso signifique)

Redacción
14 de junio, 2016

Los movimientos que hoy son el nuevo statu quo comenzaron abogando por la libertad de expresión en una sociedad en la que lo aceptado, lo “normal” y lo convencional eran contrarios a las visiones que estos proponían. Por tanto, los primeros pasos del feminismo, los movimientos LGTB, la revolución sexual y un largo etcétera de lo que hoy es nuestro pan de cada día, fueron en la línea de proclamar la libertad de expresión para poder proponer sus visiones públicamente. Esta libertad, más o menos, les fue otorgada y poco a poco fueron ganando terreno hasta convertirse en the new normal.

Hoy en día lo normal (entiéndase normal en su acepción de mayoría) suele ser una visión del mundo heredada de estos movimientos, por mucho que sigan queriendo aprovecharse de las ventajas de la víctima minoritaria y oprimida. Y todo esto está bien, cada quien es libre de pensar como quiera y el hecho de que sean minoría o mayoría no cambia eso. Sin embargo, es interesante ver cómo todos estos movimientos, que han logrado muchos avances en materia de igualdad entre hombres y mujeres, interés por la sexualidad, etc. comenzaron abogando por una libertad de expresión que ahora no están dispuestos a otorgar.

Hace unos meses se publicó en The Guardian un video de opinión en el que la periodista y experta en feminismo Julie Bindel mencionaba cómo la “censura” y la “prohibición” se han convertido en la respuesta estándar para todo lo que se considera ofensivo. Mencionaba la petición que hizo más de medio millón de personas al Parlamento del Reino Unido para pedir que se “prohibiera la entrada de Donald J Trump por considerar sus visiones como ofensivas para los ciudadanos”. Esto, extremo y no hace falta decir ridículo, es solo una muestra de los millones de peticiones que se hacen a través de plataformas para prohibir conferencias, debates, simposios, etc. en los que se discutirán temas o puntos de vista que algunos consideran “ofensivos”. Solo mencionaré un par de casos más, como cuando el médico español Jokin de Irala tuvo que suspender una conferencia en Costa Rica tras ser amenazado con consecuencias jurídicas por el Tribunal Constitucional ya que sus criterios científicos con respecto a la homosexualidad no son compartidos por la mayoría de sus colegas. ¡Qué viva la diferencia!

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Algo similar ocurrió cuando la sociedad de estudiantes pro-vida de la Universidad de Oxford (Oxford Students For Life) intentó organizar un debate sobre los efectos de la “cultura del aborto” en Inglaterra (es decir, ni siquiera sobre si el aborto era bueno o malo, que sería para otro momento, sino sobre los efectos que ha tenido en Inglaterra el acceso gratuito y a demanda del mismo). Sobra decir que en menos de lo que tardaron en decir “libertad de expresión” ya existía un grupo en Facebook para denunciar el evento y llamando a manifestaciones disruptivas para evitar el evento, a la vez que solicitaban a las autoridades de Christ Church que negaran el uso previamente autorizado de las instalaciones. Cualquier pensaría que la Universidad de Oxford es EL lugar para discutir y disentir pacíficamente. Parece que no.

Qué rápido se les ha olvidado a estos grupos su propia historia, que viene precisamente de la posibilidad de discutir las diferencias, de contrastar los propios puntos de vista para encontrar mejores. Esta “cultura de la censura” en la que millones de personas se dedican a pedir que se prohíban todas las cosas que les molestan o que muestran puntos de vista distintos de los propios es políticamente destructiva, el impedir que las personas puedan expresar sus puntos de vista públicamente, por muy cuestionables que estos nos parezcan, solamente nos ciega ante visiones contrarias a las nuestras, no hace que desaparezcan. Necesitamos este contraste para poder dar respuestas racionales, no a través de la censura, sino a través de debates racionales que evalúen y comparen los puntos de vista para encontrar los que se acercan más a la verdad, perdón por el francés.

Censurar lo ofensivo (sea lo que sea que eso signifique)

Redacción
14 de junio, 2016

Los movimientos que hoy son el nuevo statu quo comenzaron abogando por la libertad de expresión en una sociedad en la que lo aceptado, lo “normal” y lo convencional eran contrarios a las visiones que estos proponían. Por tanto, los primeros pasos del feminismo, los movimientos LGTB, la revolución sexual y un largo etcétera de lo que hoy es nuestro pan de cada día, fueron en la línea de proclamar la libertad de expresión para poder proponer sus visiones públicamente. Esta libertad, más o menos, les fue otorgada y poco a poco fueron ganando terreno hasta convertirse en the new normal.

Hoy en día lo normal (entiéndase normal en su acepción de mayoría) suele ser una visión del mundo heredada de estos movimientos, por mucho que sigan queriendo aprovecharse de las ventajas de la víctima minoritaria y oprimida. Y todo esto está bien, cada quien es libre de pensar como quiera y el hecho de que sean minoría o mayoría no cambia eso. Sin embargo, es interesante ver cómo todos estos movimientos, que han logrado muchos avances en materia de igualdad entre hombres y mujeres, interés por la sexualidad, etc. comenzaron abogando por una libertad de expresión que ahora no están dispuestos a otorgar.

Hace unos meses se publicó en The Guardian un video de opinión en el que la periodista y experta en feminismo Julie Bindel mencionaba cómo la “censura” y la “prohibición” se han convertido en la respuesta estándar para todo lo que se considera ofensivo. Mencionaba la petición que hizo más de medio millón de personas al Parlamento del Reino Unido para pedir que se “prohibiera la entrada de Donald J Trump por considerar sus visiones como ofensivas para los ciudadanos”. Esto, extremo y no hace falta decir ridículo, es solo una muestra de los millones de peticiones que se hacen a través de plataformas para prohibir conferencias, debates, simposios, etc. en los que se discutirán temas o puntos de vista que algunos consideran “ofensivos”. Solo mencionaré un par de casos más, como cuando el médico español Jokin de Irala tuvo que suspender una conferencia en Costa Rica tras ser amenazado con consecuencias jurídicas por el Tribunal Constitucional ya que sus criterios científicos con respecto a la homosexualidad no son compartidos por la mayoría de sus colegas. ¡Qué viva la diferencia!

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Algo similar ocurrió cuando la sociedad de estudiantes pro-vida de la Universidad de Oxford (Oxford Students For Life) intentó organizar un debate sobre los efectos de la “cultura del aborto” en Inglaterra (es decir, ni siquiera sobre si el aborto era bueno o malo, que sería para otro momento, sino sobre los efectos que ha tenido en Inglaterra el acceso gratuito y a demanda del mismo). Sobra decir que en menos de lo que tardaron en decir “libertad de expresión” ya existía un grupo en Facebook para denunciar el evento y llamando a manifestaciones disruptivas para evitar el evento, a la vez que solicitaban a las autoridades de Christ Church que negaran el uso previamente autorizado de las instalaciones. Cualquier pensaría que la Universidad de Oxford es EL lugar para discutir y disentir pacíficamente. Parece que no.

Qué rápido se les ha olvidado a estos grupos su propia historia, que viene precisamente de la posibilidad de discutir las diferencias, de contrastar los propios puntos de vista para encontrar mejores. Esta “cultura de la censura” en la que millones de personas se dedican a pedir que se prohíban todas las cosas que les molestan o que muestran puntos de vista distintos de los propios es políticamente destructiva, el impedir que las personas puedan expresar sus puntos de vista públicamente, por muy cuestionables que estos nos parezcan, solamente nos ciega ante visiones contrarias a las nuestras, no hace que desaparezcan. Necesitamos este contraste para poder dar respuestas racionales, no a través de la censura, sino a través de debates racionales que evalúen y comparen los puntos de vista para encontrar los que se acercan más a la verdad, perdón por el francés.