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Faltos de Sócrates

Redacción
09 de agosto, 2016

Hace un par de días les hice a mis alumnos de filosofía, estudiantes de comunicación y periodismo en una universidad privada del país, una pregunta hipotética. Les dije que si tuvieran que elegir entre cometer un acto de corrupción grave o morir asesinados, qué elegirían llegado el caso. Todos, unánimemente, me dijeron que preferirían salvar su vida. Por un lado, esto no me sorprendió pues parte de la intención era hacerles ver cómo las preguntas éticas se responden con facilidad en abstracto (“Yo no nunca haría lo que hacen nuestros políticos”) pero que una vez que unos las sitúa en un contexto y con unas condiciones, las respuestas pueden ser más difíciles y nos podemos sorprender de nuestras propias reacciones.

Todos estos jóvenes, hombres y mujeres educados, todos apasionados por su patria y arduos combatientes de la corrupción en redes sociales, todo ellos habrían preferido cometer la injusticia que padecerla. Lastimosamente, los jóvenes guatemaltecos no somos Sócrates y no estamos dispuestos a dar la vida por las causas en las que creemos, por mucho que luego seamos los primeros en vituperar y clamar pena de muerte para cualquiera que nos parezca culpable.

No es de extrañarse puesto que viviendo en una sociedad tan sumida en la corrupción y el desprecio de la ley como la nuestra sería ingenuo creer que hay una serie de “malos” y luego otro grupo de “buenos” que son limpios y pulcros, y que no se han dejado tocar sus níveos vestidos por la suciedad que desprende toda la maquinaria social. La corrupción, política y moral, cuando está tan extendida se convierte en un hongo (usando una metáfora arendtiana) que pudre toda la superficie y a todos nos toca, a algunos con mayor o menor profundidad. El colapso moral alcanza no solo a los victimarios sino también, en mayor o menor medida a las víctimas. Todos los ciudadanos nos vamos haciendo menos capaces de dar una respuesta personal y reflexiva ante situaciones morales de conflicto puesto que nos acostumbramos a vivir en una sociedad en donde los valores están invertidos.

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Es precisamente por eso por lo que muchos no dudan dos veces en si dar o no mordida, o alzan los hombros en señal de resignación cuando ven un asalto, o les parece una picardía el hacer algún truco para pagar menos impuestos. Viene bien recordar de vez en cuando que no es fácil ser virtuoso en una sociedad corrupta y se tiene que tener la valentía de ser una excepción, como los hermanos Scholl o el capitán Schmidt. Las reacciones normales en una sociedad corrupta suelen requerir un poco de heroísmo. Las excepciones en un régimen donde la norma general es cometer o al menos aceptar que se cometa el mal deben ser realmente excepcionales y a la vez normales: personas comunes y corrientes pero con capacidad crítica para responder reflexivamente a esa situación moral conflictiva.

Faltos de Sócrates

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09 de agosto, 2016

Hace un par de días les hice a mis alumnos de filosofía, estudiantes de comunicación y periodismo en una universidad privada del país, una pregunta hipotética. Les dije que si tuvieran que elegir entre cometer un acto de corrupción grave o morir asesinados, qué elegirían llegado el caso. Todos, unánimemente, me dijeron que preferirían salvar su vida. Por un lado, esto no me sorprendió pues parte de la intención era hacerles ver cómo las preguntas éticas se responden con facilidad en abstracto (“Yo no nunca haría lo que hacen nuestros políticos”) pero que una vez que unos las sitúa en un contexto y con unas condiciones, las respuestas pueden ser más difíciles y nos podemos sorprender de nuestras propias reacciones.

Todos estos jóvenes, hombres y mujeres educados, todos apasionados por su patria y arduos combatientes de la corrupción en redes sociales, todo ellos habrían preferido cometer la injusticia que padecerla. Lastimosamente, los jóvenes guatemaltecos no somos Sócrates y no estamos dispuestos a dar la vida por las causas en las que creemos, por mucho que luego seamos los primeros en vituperar y clamar pena de muerte para cualquiera que nos parezca culpable.

No es de extrañarse puesto que viviendo en una sociedad tan sumida en la corrupción y el desprecio de la ley como la nuestra sería ingenuo creer que hay una serie de “malos” y luego otro grupo de “buenos” que son limpios y pulcros, y que no se han dejado tocar sus níveos vestidos por la suciedad que desprende toda la maquinaria social. La corrupción, política y moral, cuando está tan extendida se convierte en un hongo (usando una metáfora arendtiana) que pudre toda la superficie y a todos nos toca, a algunos con mayor o menor profundidad. El colapso moral alcanza no solo a los victimarios sino también, en mayor o menor medida a las víctimas. Todos los ciudadanos nos vamos haciendo menos capaces de dar una respuesta personal y reflexiva ante situaciones morales de conflicto puesto que nos acostumbramos a vivir en una sociedad en donde los valores están invertidos.

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Es precisamente por eso por lo que muchos no dudan dos veces en si dar o no mordida, o alzan los hombros en señal de resignación cuando ven un asalto, o les parece una picardía el hacer algún truco para pagar menos impuestos. Viene bien recordar de vez en cuando que no es fácil ser virtuoso en una sociedad corrupta y se tiene que tener la valentía de ser una excepción, como los hermanos Scholl o el capitán Schmidt. Las reacciones normales en una sociedad corrupta suelen requerir un poco de heroísmo. Las excepciones en un régimen donde la norma general es cometer o al menos aceptar que se cometa el mal deben ser realmente excepcionales y a la vez normales: personas comunes y corrientes pero con capacidad crítica para responder reflexivamente a esa situación moral conflictiva.