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Sal de ahí, chiva, chivita

Redacción
23 de agosto, 2016

En uno de sus libros, el filósofo René Girard comienza citando la obra de Guillaume de Machaut, poeta francés del siglo XIV, quien describe lo que hoy conocemos como “peste negra”. Sin embargo, lo que el poeta no menciona es que el desastre fue causado por la Yersenia Pestis, sino más bien por los judíos (¡sorpresa!), acusados de envenenar los pozos y los ríos. Por supuesto, esto llevó a la prudente población europea a masacrar a la población judía con lo que, como no, se logró la remisión de la enfermedad. Hoy en día, nadie duda de que esta interpretación es irrisoria, y además, falsa. La acusación no se debía a ningún razón objetiva sino más bien a la elección colectiva de un chivo expiatorio que se sacrificara para restaurar el orden social. La sangre de unos inocentes para calmar la necesidad social de atribuir la culpa a alguien.

Si a alguien se le hace conocido el cuento, es porque Girard propone que este proceso del chivo expiatorio es la base de todos los mitos, y por lo tanto de toda la cultura. Explica que a lo largo de la historia los hombres siempre han buscado a alguien que pague por la violencia o por las catástrofes que sufre la sociedad. Según su tesis, la dinámica consiste en el asesinato colectivo de una víctima inocente (o de varias) a manos de un colectivo colérico que le atribuye la causa de todos sus problemas. Esta víctima es elegida por sus rasgos distintivos: en pocas palabras, que pague el diferente.

Quizás no sea tan atrevido sugerir que en Guatemala, si bien no hemos llegado al asesinato colectivo, sí vamos cocinando el odio hacia algún grupo que nos parece que es el culpable de todos los problemas: de las lluvias o de la falta de ellas, de la pobreza, del subdesarrollo, de la falta de empleo, del empleo mal pagado, del hambre, de la mala cosecha y del coco por las noches. Este colectivo, culpable por ser diferente (por tener dinero, por ejemplo), pasa a ser el blanco de la ira generalizada, aunque como los judíos con la peste, poco haya de objetivo en las acusaciones.

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Tras el linchamiento llega la calma, el único problema es que poco después las fricciones reaparecen y se crea una espiral de violencia de la que es difícil escapar. Bloqueando las carreteras y destruyendo todas fincas y las empresas podrá darnos una aparente y frágil paz social durante un tiempo, hasta que nos demos cuenta de que con el sacrificio de la víctima no se acabaron todos los problemas porque realmente no era la causa del desorden. Así, se buscará a una nueva víctima a la que culpar por los nuevos desórdenes, contribuyendo a una escalada de violencia que solo puede detenerse renunciado al sacrificio del chivo. Solo reconociendo a los verdaderos culpables, cuando los haya, y la complejidad de los problemas (que no suelen ser todos culpa de unos pocos), solo reconociendo la culpa universal de muchos de nuestros desastres ( por ejemplo el comportamiento corrupto generalizado o el deseo de lucrar sin trabajar), solo entonces podremos frenar la escalada de violencia.

República.gt es ajena a la opinión expresada en este artículo