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El privilegio de la educación superior

Redacción
19 de febrero, 2014

En los últimos años tanto en Guatemala como en otros países latinoamericanos (Chile, por ejemplo) los aspirantes a entrar en las universidades autónomas (que es un eufemismo para no llamarlas “públicas”) exigen su “derecho” a la educación gratuita. Algunos de estos aspirantes han llegado a insistir en que los exámenes de admisión y la selección de los estudiantes es violación de sus derechos. 

Por ejemplo, hasta cansancio se ha hablado del desorden en la única universidad pública de Guatemala y de que la educación superior no es ningún derecho, sino un privilegio. Con todas las barbaridades que cometen los que “estudian” allí (huelgas, cierre de calles, bautizos, etc.), esta Universidad de tradiciones centenarias se ha convertido en un verdadero desastre. El concepto en sí de una autonomía universitaria ya es una contradicción en la forma cómo la aplican. El presupuesto de esta Universidad en el 2013 (el 5% constitucional) fue de alrededor de 3 mil millones de quetzales. En la tricentenaria están inscritos 122 mil estudiantes. La cantidad por alumno que gastan TODOS los guatemaltecos por año es de casi Q20 mil. Y esto sin calcular los ingresos extra (cobro a los estudiantes, donaciones, etc.). Impresionante. Claro, habrá quienes me refutarán diciendo que este dinero se malgasta y en realidad el alumnado no siente esta cantidad, y tendrán mucha razón, pero el problema radica en la ilógica ley de Autonomía Universitaria, según la cual ningún guatemalteco puede intervenir para cuestionar los gastos de esta Universidad. De ahí la corrupción. Nómbrenme a un director de las facultades o escuelas de quien no se ha sospechado de ser corrupto. ¡Ahí está! 
Ahora bien, respecto a los aspirantes que exigen “su derecho” de ser admitidos. Algunos de sus defensores argumentan usando la falacia de que “el estado DEBE proveer la educación gratuita” (¿?) y ponen como ejemplo la educación cubana, donde, según ellos, son las mejores universidades. Aclaro esto para los sancarlistas y para los aspirantes a serlo: en Cuba la educación superior es un privilegio, no cualquiera ingresa en una universidad estatal. Los exámenes de admisión varían dependiendo de la carrera y son realmente pruebas de aptitudes intelectuales. En una carrera no pueden ingresar gratis más alumnos de los que el estado es capaz de mantener. Una vez admitido el aspirante, debe mantener un promedio de notas, para eso el estado, incluso, paga los estipendios mensuales. Pero… el alumno DEBE graduarse a tiempo (ni un día más, sin exageración; compare con el promedio de “estudio” en la USAC), y si no, ya no puede volver a estudiar en una universidad. Es decir, pierde varios años de vida en algo improductivo. Allí sigue otro pero. Por haber estudiado “gratis”, el graduando DEBE trabajar de 3 a 5 años donde el estado lo envíe, por supuesto, ganando su sueldo mísero, pero normalmente en las áreas donde uno no quiere irse voluntariamente. Tal es el caso de los médicos cubanos, quienes, al graduarse, DEBEN trabajar un período en las aldeas montañosas de Cuba o venir a los países a los que Cuba ayuda. 
En cambio de la “gratuidad” de esta educación, el Estado impone de manera coercitiva a los estudiantes la ideología estatal sin el desarrollo de las capacidades de razonamiento ni de toma de decisiones. La educación y la investigación se convierten en adoctrinamiento, no reproducen el conocimiento sino a los ideológicamente fieles, esclavos mentales. El mismo ejemplo se puede aplicar a la educación compulsiva soviética. Lo mismo pasa con las universidades venezolanas. Con todo ello no se puede hablar de la calidad educativa porque esta simplemente no existe.

El privilegio de la educación superior

Redacción
19 de febrero, 2014

En los últimos años tanto en Guatemala como en otros países latinoamericanos (Chile, por ejemplo) los aspirantes a entrar en las universidades autónomas (que es un eufemismo para no llamarlas “públicas”) exigen su “derecho” a la educación gratuita. Algunos de estos aspirantes han llegado a insistir en que los exámenes de admisión y la selección de los estudiantes es violación de sus derechos. 

Por ejemplo, hasta cansancio se ha hablado del desorden en la única universidad pública de Guatemala y de que la educación superior no es ningún derecho, sino un privilegio. Con todas las barbaridades que cometen los que “estudian” allí (huelgas, cierre de calles, bautizos, etc.), esta Universidad de tradiciones centenarias se ha convertido en un verdadero desastre. El concepto en sí de una autonomía universitaria ya es una contradicción en la forma cómo la aplican. El presupuesto de esta Universidad en el 2013 (el 5% constitucional) fue de alrededor de 3 mil millones de quetzales. En la tricentenaria están inscritos 122 mil estudiantes. La cantidad por alumno que gastan TODOS los guatemaltecos por año es de casi Q20 mil. Y esto sin calcular los ingresos extra (cobro a los estudiantes, donaciones, etc.). Impresionante. Claro, habrá quienes me refutarán diciendo que este dinero se malgasta y en realidad el alumnado no siente esta cantidad, y tendrán mucha razón, pero el problema radica en la ilógica ley de Autonomía Universitaria, según la cual ningún guatemalteco puede intervenir para cuestionar los gastos de esta Universidad. De ahí la corrupción. Nómbrenme a un director de las facultades o escuelas de quien no se ha sospechado de ser corrupto. ¡Ahí está! 
Ahora bien, respecto a los aspirantes que exigen “su derecho” de ser admitidos. Algunos de sus defensores argumentan usando la falacia de que “el estado DEBE proveer la educación gratuita” (¿?) y ponen como ejemplo la educación cubana, donde, según ellos, son las mejores universidades. Aclaro esto para los sancarlistas y para los aspirantes a serlo: en Cuba la educación superior es un privilegio, no cualquiera ingresa en una universidad estatal. Los exámenes de admisión varían dependiendo de la carrera y son realmente pruebas de aptitudes intelectuales. En una carrera no pueden ingresar gratis más alumnos de los que el estado es capaz de mantener. Una vez admitido el aspirante, debe mantener un promedio de notas, para eso el estado, incluso, paga los estipendios mensuales. Pero… el alumno DEBE graduarse a tiempo (ni un día más, sin exageración; compare con el promedio de “estudio” en la USAC), y si no, ya no puede volver a estudiar en una universidad. Es decir, pierde varios años de vida en algo improductivo. Allí sigue otro pero. Por haber estudiado “gratis”, el graduando DEBE trabajar de 3 a 5 años donde el estado lo envíe, por supuesto, ganando su sueldo mísero, pero normalmente en las áreas donde uno no quiere irse voluntariamente. Tal es el caso de los médicos cubanos, quienes, al graduarse, DEBEN trabajar un período en las aldeas montañosas de Cuba o venir a los países a los que Cuba ayuda. 
En cambio de la “gratuidad” de esta educación, el Estado impone de manera coercitiva a los estudiantes la ideología estatal sin el desarrollo de las capacidades de razonamiento ni de toma de decisiones. La educación y la investigación se convierten en adoctrinamiento, no reproducen el conocimiento sino a los ideológicamente fieles, esclavos mentales. El mismo ejemplo se puede aplicar a la educación compulsiva soviética. Lo mismo pasa con las universidades venezolanas. Con todo ello no se puede hablar de la calidad educativa porque esta simplemente no existe.