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La izquierda militante y los intelectuales en Guatemala

Redacción República
25 de febrero, 2014

Hace años un libro publicado en España abrió una polémica muy interesante al cuestionar uno de los típicos mantras de la izquierda socialista: el que los intelectuales españoles durante la guerra civil de ese país se alinearon incondicionalmente con el bando republicano, confiriéndole así a esta parte del conflicto una aureola exclusiva de prestigio y vaciando al mismo tiempo de apoyos intelectuales al bando nacional. El libro hacía un repaso muy interesante, figura por figura del mundo intelectual español de la época y demostraba, con ejemplos muy visibles, que la inteligencia Española estuvo presente, con lo trágico que ello signifique, en ambos lados del conflicto. No resta decir también que muchos de ellos quedaron atrapados en el medio de este marasmo político y militar. 

El tema no pasaría de ser una simple curiosidad histórica sino es por el hecho que nuevamente la polémica se ha reabierto en España, solamente que para los tiempos que ahora corren. Pero más aún, esta discusión alcanza también a Guatemala donde ha existido en algunos círculos la propensión a alinear detrás de la izquierda revolucionaria a un sin número de personalidades pensantes, sin que nadie se detenga a cuestionarlo, mucho menos a proponer una tesis contraria, es decir, que una buena parte de nuestros intelectuales jamás se han sentido próximos a esa izquierda oxidada, tan sobrerrepresentada en las páginas de opinión. 
Definir qué es un intelectual ya es de por sí una tarea compleja. Cualquiera diría que solo el proponer una definición es intentar capturar de entrada la categoría, permitiendo así que solamente los nombres que uno guste mencionar puedan llenar el requisito. Pero para esquivar cualquier sospecha me amino a entrar en el mismísimo terreno donde la palabra intelectual se afirma hoy, es decir referida a aquellas personas que producen ideas y las comparten, tanto a través de la creación artística como por medio de la pluma. Los intelectuales todos son creadores, reflexionan pública y privadamente sobre temas del hombre y la sociedad, y someten su particular visión del mundo al escrutinio de sus semejantes. Pues bien, partiendo de esta amplia definición, podemos proponer que los intelectuales de nuestro país tienen rostro de artistas, de escritores, de columnistas y de filósofos, entre otros. Es aquí, en este ámbito donde se puede probar el punto que motiva este artículo. 
Lejos de esa izquierda beligerante, por ejemplo, se encuentran artistas muy destacados como Manolo Gallardo, Walter Peter, Cecilia Dougherty, César Fortuny o Max Leiva. Filósofos de la talla de Rigoberto Juárez Paz, Amable Sánchez o Armando de la Torre también han legado su pensamiento profundo, muy a contracorriente de esa moda setentera; plumas consagradas como la de Francisco Pérez de Anton, Eduardo Halfon, Ronald Flores, y otro grupo de jóvenes novelistas tampoco podrían ser reclamados por esa parte radical del espectro político. Alejandro Maldonado Aguirre, Julio Vielmann, Ramiro Ordóñez Jonama, Carlos Sabino, éste último guatemalteco casi por adopción, han escrito sobre historia y sobre filosofía de la historia, en un parámetro que más bien huye de las lecturas estrechas de la escuela historicista de la izquierda. En el mundo del arte críticos de Música como Warren Orbaugh, cineastas como Mendel Samayoa, urbanistas como Alfonso Yurrita o pensadores del desarrollo local como Roberto Gutiérrez han mantenido siempre un pensamiento muy integrador, claramente alejado de las polaridades que propugna esa izquierda heredera del conflicto armado. 
Es importante subrayar que una gran parte de nuestros intelectuales se resisten y con todo a derecho, a sufrir las etiquetas reduccionistas de la política. Muchos de ellos no han hecho expresión pública de sus ideas políticas y otros han tomado incluso distancia de cualquier afiliación. Separarlos del firmamento de los intelectuales de la izquierda militante no pretende ser un ejercicio para sumarlos a otro bando del espectro. Por supuesto que no. Pero sí que es importante vencer esa predisposición que algunos tienen a hacer asimilando el pensamiento intelectual con la militancia en esa parte de la izquierda de nuestro país. 
En conclusión, como dice un refrán “en un país donde todos piensan igual, nadie piensa”. Nuestra sociedad requiere hoy de un pensamiento abierto, plural, con capacidad de ofrecer ideas de distinto signo, pero siempre en la vertiente de lo constructivo. Es allí donde la intelectualidad puede contribuir no solo a generar un debate interesante y necesario sino también servir de puente entre generaciones. Ese es el mejor legado que los intelectuales pueden brindar a su sociedad.

La izquierda militante y los intelectuales en Guatemala

Redacción República
25 de febrero, 2014

Hace años un libro publicado en España abrió una polémica muy interesante al cuestionar uno de los típicos mantras de la izquierda socialista: el que los intelectuales españoles durante la guerra civil de ese país se alinearon incondicionalmente con el bando republicano, confiriéndole así a esta parte del conflicto una aureola exclusiva de prestigio y vaciando al mismo tiempo de apoyos intelectuales al bando nacional. El libro hacía un repaso muy interesante, figura por figura del mundo intelectual español de la época y demostraba, con ejemplos muy visibles, que la inteligencia Española estuvo presente, con lo trágico que ello signifique, en ambos lados del conflicto. No resta decir también que muchos de ellos quedaron atrapados en el medio de este marasmo político y militar. 

El tema no pasaría de ser una simple curiosidad histórica sino es por el hecho que nuevamente la polémica se ha reabierto en España, solamente que para los tiempos que ahora corren. Pero más aún, esta discusión alcanza también a Guatemala donde ha existido en algunos círculos la propensión a alinear detrás de la izquierda revolucionaria a un sin número de personalidades pensantes, sin que nadie se detenga a cuestionarlo, mucho menos a proponer una tesis contraria, es decir, que una buena parte de nuestros intelectuales jamás se han sentido próximos a esa izquierda oxidada, tan sobrerrepresentada en las páginas de opinión. 
Definir qué es un intelectual ya es de por sí una tarea compleja. Cualquiera diría que solo el proponer una definición es intentar capturar de entrada la categoría, permitiendo así que solamente los nombres que uno guste mencionar puedan llenar el requisito. Pero para esquivar cualquier sospecha me amino a entrar en el mismísimo terreno donde la palabra intelectual se afirma hoy, es decir referida a aquellas personas que producen ideas y las comparten, tanto a través de la creación artística como por medio de la pluma. Los intelectuales todos son creadores, reflexionan pública y privadamente sobre temas del hombre y la sociedad, y someten su particular visión del mundo al escrutinio de sus semejantes. Pues bien, partiendo de esta amplia definición, podemos proponer que los intelectuales de nuestro país tienen rostro de artistas, de escritores, de columnistas y de filósofos, entre otros. Es aquí, en este ámbito donde se puede probar el punto que motiva este artículo. 
Lejos de esa izquierda beligerante, por ejemplo, se encuentran artistas muy destacados como Manolo Gallardo, Walter Peter, Cecilia Dougherty, César Fortuny o Max Leiva. Filósofos de la talla de Rigoberto Juárez Paz, Amable Sánchez o Armando de la Torre también han legado su pensamiento profundo, muy a contracorriente de esa moda setentera; plumas consagradas como la de Francisco Pérez de Anton, Eduardo Halfon, Ronald Flores, y otro grupo de jóvenes novelistas tampoco podrían ser reclamados por esa parte radical del espectro político. Alejandro Maldonado Aguirre, Julio Vielmann, Ramiro Ordóñez Jonama, Carlos Sabino, éste último guatemalteco casi por adopción, han escrito sobre historia y sobre filosofía de la historia, en un parámetro que más bien huye de las lecturas estrechas de la escuela historicista de la izquierda. En el mundo del arte críticos de Música como Warren Orbaugh, cineastas como Mendel Samayoa, urbanistas como Alfonso Yurrita o pensadores del desarrollo local como Roberto Gutiérrez han mantenido siempre un pensamiento muy integrador, claramente alejado de las polaridades que propugna esa izquierda heredera del conflicto armado. 
Es importante subrayar que una gran parte de nuestros intelectuales se resisten y con todo a derecho, a sufrir las etiquetas reduccionistas de la política. Muchos de ellos no han hecho expresión pública de sus ideas políticas y otros han tomado incluso distancia de cualquier afiliación. Separarlos del firmamento de los intelectuales de la izquierda militante no pretende ser un ejercicio para sumarlos a otro bando del espectro. Por supuesto que no. Pero sí que es importante vencer esa predisposición que algunos tienen a hacer asimilando el pensamiento intelectual con la militancia en esa parte de la izquierda de nuestro país. 
En conclusión, como dice un refrán “en un país donde todos piensan igual, nadie piensa”. Nuestra sociedad requiere hoy de un pensamiento abierto, plural, con capacidad de ofrecer ideas de distinto signo, pero siempre en la vertiente de lo constructivo. Es allí donde la intelectualidad puede contribuir no solo a generar un debate interesante y necesario sino también servir de puente entre generaciones. Ese es el mejor legado que los intelectuales pueden brindar a su sociedad.