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Desarrollo sostenible, otro mito por derrumbar.

Redacción
12 de enero, 2015

El reconocido economista, Jeffrey Sachs, en su opinión del 19 de diciembre pasado en el diario elPeriódico, sostiene algunos argumentos que osaré en cuestionar. Osaré, digo, porque él es un economista consagrado; uno de los ideólogos de los “objetivos de desarrollo del milenio”, asesor importante de Naciones Unidas y de los influyentes organismos multilaterales (BM y FMI). Además de ser asesor económico de países como Bolivia, Argentina y Venezuela, (¡queda claro!).

Sachs opina que “necesitamos una economía del desarrollo sostenible, en la que los gobiernos promuevan nuevos tipos de inversiones”. Me pregunto: ¿bajo qué premisas el gobierno debe “promover” las “inversiones” de cualquier tipo? Quizás solamente desde la premisa que él ha defendido siempre: el keynesianismo, del cual intenta abstraerse sin lograrlo. Bajo la premisa que el gobierno debe limitarse a garantizar la vida, la libertad y la propiedad para que sean los propios ciudadanos los que con su esfuerzo y trabajo alcancen sus objetivos, las inversiones caen por su propio peso, por añadidura y no de manera artificial. Éstas se conducen hacia donde realmente se necesitan y no hacia donde alguien cree que son mejores.

“La economía del libre mercado produce grandes resultados para los ricos, pero resultados bastante miserables para todos los demás” dice Sachs, por supuesto, si por “libre mercado” el reconocido economista entiende el sistema bajo el cual los gobiernos se desbordan en sus funciones y crean un sistema de privilegios de los cuales sólo se benefician algunos pocos. Bajo un sistema como ese, mercantilista-estatista, al cual seguramente está acostumbrado en Estados Unidos, se benefician sólo aquellos que son protegidos por las leyes, los que reciben subsidios de cualquier tipo y los pseudo-empresarios que establecen contratos con los gobiernos. Bajo un sistema en el que el gobierno se limita a sus funciones principales y las esferas privadas de las personas permanecen en sus manos (la economía, la banca, la educación, la salud, los ahorros y las pensiones, la familia), los beneficios del libre mercado se desbordan hacia quienes trabajan y se esfuerzan; no se distribuyen solamente hacia arriba en forma piramidal (pocos ricos y muchos pobres), sino lo hacen hacia los costados (clase media amplia), en forma de rombo.

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“El sector privado [de los Estados Unidos] no reaccionó aumentando la inversión empresarial y contratando nuevos trabajadores” opina Sachs en tono acusador, y aduce que ello condujo al fracaso de los estímulos, pero ¿es así como realmente funciona la economía? ¿Como si todos los individuos que conforman aquel sector, fuesen una especie de masa que actúa sincronizada y uniformemente en tiempo y lugar? ¿Como si cada uno tuviera los mismos fines e iguales medios para alcanzarlos? El gran aporte de la economía austríaca es justamente proponer el carácter subjetivo de las actuaciones humanas, de su heterogeneidad, unicidad y complejidad. ¿Porqué pensar en los hombres como masa y no como individuos únicos e irrepetibles?

Supone Sachs que “nuestra época” debe caracterizarse por una “complementariedad” entre las inversiones del sector público y el sector privado. ¿Pero es posible si quiera pensar en un sector público que invierta? Creo que no cabe tal cosa, no obstante, es esa la tradición que nos tiene de rodillas ante la corrupción, tan común y rampante. Aclaremos una cosa: el sector público—o los gobiernos, no invierten, los gobiernos gastan y cuando intentan invertir, cual empresa privada, fracasan, no puede haber resultado diferente porque la función natural del gobierno (seguridad y justicia) requiere fuerza y no consenso, escalas jerárquicas y no entes planos, uniformidad y no variedad, solemnidad y no informalidad, disciplina vertical y no horizontal. Lo segundo es propio de la función empresarial, por eso los gobiernos simplemente no deben “invertir”.

Luego de exponer las diferentes formas de capital sobre las cuales un país se desarrolla sosteniblemente, Sachs concluye recomendando que los gobiernos deben mejorar “las inversiones en carreteras, hacer inversiones medioambientales (sistemas energéticos bajos en emisiones de carbono) y capacitar a los jóvenes. Hoy por hoy en Guatemala, por dar un ejemplo concreto y cercano, se construye ya una carretera totalmente privada, sin “inversión estatal”; ¿porqué un sistema bajo en emisiones de carbono? ¿Acaso los países que han progresado lo han hecho independientemente de ese mineral? ¿Acaso el dióxido de carbono es contaminante o genera los cambios climáticos actuales? No. ¿Los jóvenes? Tienen tanto por aprender de la mano de la tecnología que realmente no creo que sea útil ponerlos en las manos de los funcionarios públicos. El desarrollo sostenible entendido como Sachs es otro mito por derrumbar; el único posible será una realidad cuando obliguemos a los gobiernos a jugar el rol que les corresponde.

______________________

Jorge David Chapas es guatemalteco, empresario forestal y fundador de Rana; investigador asociado al CEES y al PERC.

Desarrollo sostenible, otro mito por derrumbar.

Redacción
12 de enero, 2015

El reconocido economista, Jeffrey Sachs, en su opinión del 19 de diciembre pasado en el diario elPeriódico, sostiene algunos argumentos que osaré en cuestionar. Osaré, digo, porque él es un economista consagrado; uno de los ideólogos de los “objetivos de desarrollo del milenio”, asesor importante de Naciones Unidas y de los influyentes organismos multilaterales (BM y FMI). Además de ser asesor económico de países como Bolivia, Argentina y Venezuela, (¡queda claro!).

Sachs opina que “necesitamos una economía del desarrollo sostenible, en la que los gobiernos promuevan nuevos tipos de inversiones”. Me pregunto: ¿bajo qué premisas el gobierno debe “promover” las “inversiones” de cualquier tipo? Quizás solamente desde la premisa que él ha defendido siempre: el keynesianismo, del cual intenta abstraerse sin lograrlo. Bajo la premisa que el gobierno debe limitarse a garantizar la vida, la libertad y la propiedad para que sean los propios ciudadanos los que con su esfuerzo y trabajo alcancen sus objetivos, las inversiones caen por su propio peso, por añadidura y no de manera artificial. Éstas se conducen hacia donde realmente se necesitan y no hacia donde alguien cree que son mejores.

“La economía del libre mercado produce grandes resultados para los ricos, pero resultados bastante miserables para todos los demás” dice Sachs, por supuesto, si por “libre mercado” el reconocido economista entiende el sistema bajo el cual los gobiernos se desbordan en sus funciones y crean un sistema de privilegios de los cuales sólo se benefician algunos pocos. Bajo un sistema como ese, mercantilista-estatista, al cual seguramente está acostumbrado en Estados Unidos, se benefician sólo aquellos que son protegidos por las leyes, los que reciben subsidios de cualquier tipo y los pseudo-empresarios que establecen contratos con los gobiernos. Bajo un sistema en el que el gobierno se limita a sus funciones principales y las esferas privadas de las personas permanecen en sus manos (la economía, la banca, la educación, la salud, los ahorros y las pensiones, la familia), los beneficios del libre mercado se desbordan hacia quienes trabajan y se esfuerzan; no se distribuyen solamente hacia arriba en forma piramidal (pocos ricos y muchos pobres), sino lo hacen hacia los costados (clase media amplia), en forma de rombo.

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Supone Sachs que “nuestra época” debe caracterizarse por una “complementariedad” entre las inversiones del sector público y el sector privado. ¿Pero es posible si quiera pensar en un sector público que invierta? Creo que no cabe tal cosa, no obstante, es esa la tradición que nos tiene de rodillas ante la corrupción, tan común y rampante. Aclaremos una cosa: el sector público—o los gobiernos, no invierten, los gobiernos gastan y cuando intentan invertir, cual empresa privada, fracasan, no puede haber resultado diferente porque la función natural del gobierno (seguridad y justicia) requiere fuerza y no consenso, escalas jerárquicas y no entes planos, uniformidad y no variedad, solemnidad y no informalidad, disciplina vertical y no horizontal. Lo segundo es propio de la función empresarial, por eso los gobiernos simplemente no deben “invertir”.

Luego de exponer las diferentes formas de capital sobre las cuales un país se desarrolla sosteniblemente, Sachs concluye recomendando que los gobiernos deben mejorar “las inversiones en carreteras, hacer inversiones medioambientales (sistemas energéticos bajos en emisiones de carbono) y capacitar a los jóvenes. Hoy por hoy en Guatemala, por dar un ejemplo concreto y cercano, se construye ya una carretera totalmente privada, sin “inversión estatal”; ¿porqué un sistema bajo en emisiones de carbono? ¿Acaso los países que han progresado lo han hecho independientemente de ese mineral? ¿Acaso el dióxido de carbono es contaminante o genera los cambios climáticos actuales? No. ¿Los jóvenes? Tienen tanto por aprender de la mano de la tecnología que realmente no creo que sea útil ponerlos en las manos de los funcionarios públicos. El desarrollo sostenible entendido como Sachs es otro mito por derrumbar; el único posible será una realidad cuando obliguemos a los gobiernos a jugar el rol que les corresponde.

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Jorge David Chapas es guatemalteco, empresario forestal y fundador de Rana; investigador asociado al CEES y al PERC.