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Darwinismo político

El libertarianismo en la “nueva derecha”

.
Alessandro Mecca |
04 de marzo, 2024

El mundo está pereciendo por una orgía de abnegación. No me importa trabajar o vivir por otros. Mis condiciones son el derecho del hombre a existir por sí mismo.

Son estas las palabras del arquitecto Howard Roark. Este personaje ficticio de la novela "El Manantial" de Ayn Rand suelta un soliloquio luego de haber volado un proyecto de vivienda social con dinamita. ¿El motivo? Modificaciones de un comité gubernamental habiendo prometido la integridad de sus diseños. Esta ficción sirve para caracterizar la evolución de una parte de la derecha política. Dicha corriente ha convertido la selección natural en ideología política donde cualquier compromiso es una debilidad. Conviene, estimado lector, reflexionar al respecto.

Es menester definir qué entendemos por derecha política. Según Bobbio, la diferenciación entre la izquierda y la derecha estaría fundamentalmente en la preocupación por la desigualdad política, económica y social. La preocupación y el extremo al que se llegue para combatirla distingue a moderados de radicales en las izquierdas y para preservarla en las derechas. Las derechas se definen por su preocupación por preservar la jerarquía, considerándola natural de un orden divino, defendiendo particularismos de grupo o individuales. Lo último, atemperado en sus segmentos más moderados por una preocupación por el bien común o la comunidad. Dichos preceptos constituyen los pilares fundamentales del conservadurismo tradicional. Existía una preocupación explícita por preservar la moral, la concordia y las instituciones de la democracia liberal.

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Cuando querían hacer transformaciones importantes, pensaban en términos bastante moderados o cautelosos [...] Ahora, al mismo tiempo que sostienen una cierta radicalidad económica thatcheriana y se suma una radicalidad sociocultural.

Así define su evolución la politóloga Natascha Strobl en su reciente análisis del conservadurismo radical.

En principio, dicho fenómeno no debería interpelar al libertarianismo. Sin embargo, quienes antaño defendieran el “respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo” parecieran estar a punto de concebir un feliz matrimonio con el conservadurismo reaccionario. Esto a nivel nacional y en otras latitudes. Tal es el caso de los efusivos elogios mutuos entre Donald Trump y Javier Milei.

Cabe mencionar también el desvergonzado blanqueo del régimen de Nayib Bukele y de las acciones del ministerio público guatemalteco por parte de notorias figuras del ámbito nacional que enarbolan la bandera de Gadsden. Actitudes tan complacientes con aspirantes a o consolidados autócratas han, incluso, abierto una brecha cada vez más ensanchada con el liberalismo más institucional, uno que difícilmente puede ver en dichas figuras a sus principales referentes políticos. La democracia liberal, la moral y la concordia son el cordero sacrificial de un movimiento que ya no busca su coherencia sino su fin último. Este, el de elevar el egoísmo a virtud social cardinal. Ello, con el fin de sopesar socialmente la dignidad del ser humano dependiendo de su rédito económico. Qué mejor ejemplo práctico que el de aspirantes a dictadores y cleptócratas que están dispuestos a llevarse por delante las odiadas convenciones de “lo colectivo". Esas convenciones que maniatan sus ambiciones de riqueza y de poder.

Es darwinismo político el nombre de la crisis moral de las derechas. Esa filosofía en donde el orden espontáneo en ámbito económico es precedido por la voluntad de poder en el ámbito político. No obstante, olvidan los adalides de esta filosofía uno de los más importantes preceptos del liberalismo hayekiano: la economía no es un juego de suma cero, el poder sí. Solo puede haber un ganador y el “principio de no agresión” no es popular en la ultraderecha. El único problema es que la factura de su derrota no solo la pagarán los darwinistas sino que la pagaremos todos.

Hay que recordar que cuando romanos solo habían dos, uno mató al otro.

Giulio Andreotti

Darwinismo político

El libertarianismo en la “nueva derecha”

Alessandro Mecca |
04 de marzo, 2024
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El mundo está pereciendo por una orgía de abnegación. No me importa trabajar o vivir por otros. Mis condiciones son el derecho del hombre a existir por sí mismo.

Son estas las palabras del arquitecto Howard Roark. Este personaje ficticio de la novela "El Manantial" de Ayn Rand suelta un soliloquio luego de haber volado un proyecto de vivienda social con dinamita. ¿El motivo? Modificaciones de un comité gubernamental habiendo prometido la integridad de sus diseños. Esta ficción sirve para caracterizar la evolución de una parte de la derecha política. Dicha corriente ha convertido la selección natural en ideología política donde cualquier compromiso es una debilidad. Conviene, estimado lector, reflexionar al respecto.

Es menester definir qué entendemos por derecha política. Según Bobbio, la diferenciación entre la izquierda y la derecha estaría fundamentalmente en la preocupación por la desigualdad política, económica y social. La preocupación y el extremo al que se llegue para combatirla distingue a moderados de radicales en las izquierdas y para preservarla en las derechas. Las derechas se definen por su preocupación por preservar la jerarquía, considerándola natural de un orden divino, defendiendo particularismos de grupo o individuales. Lo último, atemperado en sus segmentos más moderados por una preocupación por el bien común o la comunidad. Dichos preceptos constituyen los pilares fundamentales del conservadurismo tradicional. Existía una preocupación explícita por preservar la moral, la concordia y las instituciones de la democracia liberal.

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Cuando querían hacer transformaciones importantes, pensaban en términos bastante moderados o cautelosos [...] Ahora, al mismo tiempo que sostienen una cierta radicalidad económica thatcheriana y se suma una radicalidad sociocultural.

Así define su evolución la politóloga Natascha Strobl en su reciente análisis del conservadurismo radical.

En principio, dicho fenómeno no debería interpelar al libertarianismo. Sin embargo, quienes antaño defendieran el “respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo” parecieran estar a punto de concebir un feliz matrimonio con el conservadurismo reaccionario. Esto a nivel nacional y en otras latitudes. Tal es el caso de los efusivos elogios mutuos entre Donald Trump y Javier Milei.

Cabe mencionar también el desvergonzado blanqueo del régimen de Nayib Bukele y de las acciones del ministerio público guatemalteco por parte de notorias figuras del ámbito nacional que enarbolan la bandera de Gadsden. Actitudes tan complacientes con aspirantes a o consolidados autócratas han, incluso, abierto una brecha cada vez más ensanchada con el liberalismo más institucional, uno que difícilmente puede ver en dichas figuras a sus principales referentes políticos. La democracia liberal, la moral y la concordia son el cordero sacrificial de un movimiento que ya no busca su coherencia sino su fin último. Este, el de elevar el egoísmo a virtud social cardinal. Ello, con el fin de sopesar socialmente la dignidad del ser humano dependiendo de su rédito económico. Qué mejor ejemplo práctico que el de aspirantes a dictadores y cleptócratas que están dispuestos a llevarse por delante las odiadas convenciones de “lo colectivo". Esas convenciones que maniatan sus ambiciones de riqueza y de poder.

Es darwinismo político el nombre de la crisis moral de las derechas. Esa filosofía en donde el orden espontáneo en ámbito económico es precedido por la voluntad de poder en el ámbito político. No obstante, olvidan los adalides de esta filosofía uno de los más importantes preceptos del liberalismo hayekiano: la economía no es un juego de suma cero, el poder sí. Solo puede haber un ganador y el “principio de no agresión” no es popular en la ultraderecha. El único problema es que la factura de su derrota no solo la pagarán los darwinistas sino que la pagaremos todos.

Hay que recordar que cuando romanos solo habían dos, uno mató al otro.

Giulio Andreotti