Empecemos por el principio. Democracia proviene, etimológicamente, del griego. Demos significa pueblo y kracia, poder. O sea, se define como el poder del pueblo. ¡Ajá! En chapín, se limita a que nosotros, el pueblo, elijamos a nuestros gobernantes cada cuatro años. En este reciente proceso de elección, ni siquiera eso tuvimos pues el fraude electoral, que ha sido demostrado ampliamente en las redes sociales, logró que la decisión estuviera en los que están dirigiendo todo esto, detrás de bambalinas.
Para los que no están de acuerdo con nada pues lo único que quieren es poder para tener acceso a millones de dólares y euros, la democracia significa tener permiso para bloquear carreteras y exigirle al gobierno de turno lo que esté “de moda” en la agenda internacional. La supuesta discriminación es uno de los temas favoritos. Se rasgan las vestiduras diciendo que son pobres por ser indígenas y exigen todo tipo de privilegios. Usualmente lo que obtienen son promesas vacías.
Contradictoriamente, nuestro país se llama República de Guatemala. Si fuera así, tendríamos una auténtica división de poderes. La realidad es que esto solo existe en la constitución. La injerencia de un poder en el otro es tan obvia que resulta descarada. El tráfico de influencias, acompañado de los “estipendios” correspondientes, es la forma casi natural de operar. ¿Cómo puede funcionar la democracia si nosotros, el pueblo en el que recae el poder, no tenemos la capacidad de detener esto y mucho menos de cambiarlo?
Estamos próximos a iniciar un nuevo año con un gobierno supuestamente electo democráticamente. La palabra clave es “supuestamente”. El electo decidió bloquear el país, movilizando con muchísimo dinero, a miles de personas del altiplano y de otras latitudes, para demostrar que tiene el respaldo del pueblo. La abrumadora mayoría de nosotros, el pueblo, vimos excesivamente limitadas nuestras libertades de circulación, de trabajo, de estudio y de toda actividad a la que tenemos derecho de hacer.
Siempre se ha dicho que nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Nos toca luchar con todo para no perder la poca libertad que aún nos queda.
Empecemos por el principio. Democracia proviene, etimológicamente, del griego. Demos significa pueblo y kracia, poder. O sea, se define como el poder del pueblo. ¡Ajá! En chapín, se limita a que nosotros, el pueblo, elijamos a nuestros gobernantes cada cuatro años. En este reciente proceso de elección, ni siquiera eso tuvimos pues el fraude electoral, que ha sido demostrado ampliamente en las redes sociales, logró que la decisión estuviera en los que están dirigiendo todo esto, detrás de bambalinas.
Para los que no están de acuerdo con nada pues lo único que quieren es poder para tener acceso a millones de dólares y euros, la democracia significa tener permiso para bloquear carreteras y exigirle al gobierno de turno lo que esté “de moda” en la agenda internacional. La supuesta discriminación es uno de los temas favoritos. Se rasgan las vestiduras diciendo que son pobres por ser indígenas y exigen todo tipo de privilegios. Usualmente lo que obtienen son promesas vacías.
Contradictoriamente, nuestro país se llama República de Guatemala. Si fuera así, tendríamos una auténtica división de poderes. La realidad es que esto solo existe en la constitución. La injerencia de un poder en el otro es tan obvia que resulta descarada. El tráfico de influencias, acompañado de los “estipendios” correspondientes, es la forma casi natural de operar. ¿Cómo puede funcionar la democracia si nosotros, el pueblo en el que recae el poder, no tenemos la capacidad de detener esto y mucho menos de cambiarlo?
Estamos próximos a iniciar un nuevo año con un gobierno supuestamente electo democráticamente. La palabra clave es “supuestamente”. El electo decidió bloquear el país, movilizando con muchísimo dinero, a miles de personas del altiplano y de otras latitudes, para demostrar que tiene el respaldo del pueblo. La abrumadora mayoría de nosotros, el pueblo, vimos excesivamente limitadas nuestras libertades de circulación, de trabajo, de estudio y de toda actividad a la que tenemos derecho de hacer.
Siempre se ha dicho que nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Nos toca luchar con todo para no perder la poca libertad que aún nos queda.