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Estamos en guerra

Las guerras de ideas están teniendo más éxito en cuanto a que involucran a toda la población, se diseminan rápidamente gracias a la tecnología y las redes sociales y al apoyo que reciben los diferentes grupo...

ideas
Carolina Castellanos |
26 de agosto, 2022

En estos tiempos modernos, las guerras ya no suelen ser con armas, como lo fueron en épocas pasadas. La guerra entre Ucrania y Rusia es una excepción a esta nueva época en la que las palabras logran más que las armas. No voy a negar la existencia de conflictos pequeños, geográficamente hablando, que aún se dan alrededor del mundo, especialmente entre comunidades que luchan por un territorio o las de origen religioso.

Las guerras de ideas están teniendo más éxito en cuanto a que involucran a toda la población, se diseminan rápidamente gracias a la tecnología y las redes sociales y al apoyo que reciben los diferentes grupos, sean éstos ideológicos, étnicos, de nivel socioeconómico u otro.

La guerra de ideas que más ha logrado diseminarse a todo nivel es la ideológica. Quienes quieren dividir al mundo para meterse en esos espacios que quedan entre personas, han sido muy hábiles en crear odio, resentimiento y caos. Con gran habilidad han logrado penetrar en las mentes de niños, adolescentes y adultos. La educación ha sido transformada para cambiarles la forma de pensar y así asegurar que, al convertirse en adultos, continuarán pregonando esa doctrina aprendida bajo manipulación de la verdad.

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Las mismas iglesias han caído víctimas de esta nueva doctrina. Los mensajes de paz y armonía entre unos y otros, comunes entre prácticamente todas las denominaciones, han sido tergiversados, pasando de la espiritualidad a la riqueza y pobreza, siendo esto el centro de los sermones y de la interpretación que le dan a esos mensajes que, en tiempos pasados, generaban unidad, amor por el prójimo, ayuda a los menos favorecidos y un deseo constante de vivir en paz.

Los menajes que ahora dominan los espacios educativos, laborales, sociales, religiosos y cualquier otro, fomentan el odio, la lucha de clases, el resentimiento hacia quienes tienen más capacidad económica o que han tenido acceso a una mejor educación. Rechazan toda idea que fomente la armonía y hablan de la desigualdad como el mayor pecado y la expresión de las diferencias sociales.

Los proponentes de estas ideas “revolucionarias” destacan las diferencias sociales demonizando a aquellos que tienen más que ellos. Encuentran sectores de la población que son diferentes a la mayoría, como lo son los que pertenecen a la comunidad LGBTIQ+ a tal extremo que, quienes no pertenecemos a ese grupo poblacional, ya no sabemos cómo dirigirnos a ellos por temor a ofenderlos y ser acusados de discriminación ante tribunales que ya no imparten justicia sino condenan para “demostrar” que son inclusivos.

Ya no hay justicia, como la conocimos en tiempos pasados, cuando el imperio de la ley prevalecía a cualquier ideología, religión u otro. Hoy, hemos permitido que los jueces dicten sentencias para “favorecer” a una minoría. Más allá de esto, hemos aceptado la destrucción del idioma con tal de “incluir” a aquellos que se sienten diferentes, rechazados, disminuidos, “de menos”.

¿En qué momento permitimos esto? No nos dimos cuenta porque han sido muy hábiles en escoger sus batallas y en penetrar sus mensajes causando división. Me temo que ha crecido el rechazo a los grupos poblacionales que son ahora “protegidos” por esta ideología perversa. Ya estamos cansados de la imposición de “todas, todos o todes”. Rechazamos los privilegios que han obtenido, como tener toda una fiscalía para delitos contra mujeres cuando la ley, por su propia concepción, es igual para todos.

Mientras más privilegios obtienen, gracias a funcionarios públicos, jueces, maestros, entre otros, que usan su posición para imponer esto, todo con el afán de ser “inclusivos” y aceptados por todos, más aumenta el rechazo. Peor aún, se crean más divisiones entre nosotros. Como reza el viejo refrán, “divide y vencerás”.

¿Perdimos la guerra? Aún no, pero las batallas que perdemos cada vez son más. Debemos estar atentos a la manipulación que han hecho en tantos ámbitos como religión, idioma, género, costumbres, educación, política, etc. Esta última estará muy presente el próximo año.

El llamado es a cerrar esas divisiones. La mejor forma es no caer en la trampa. Se vale opinar diferente, pero no rechazar ni imponer, y permitir que se destruyan nuestros valores, principios y costumbres,

Estamos en guerra

Las guerras de ideas están teniendo más éxito en cuanto a que involucran a toda la población, se diseminan rápidamente gracias a la tecnología y las redes sociales y al apoyo que reciben los diferentes grupo...

Carolina Castellanos |
26 de agosto, 2022
ideas

En estos tiempos modernos, las guerras ya no suelen ser con armas, como lo fueron en épocas pasadas. La guerra entre Ucrania y Rusia es una excepción a esta nueva época en la que las palabras logran más que las armas. No voy a negar la existencia de conflictos pequeños, geográficamente hablando, que aún se dan alrededor del mundo, especialmente entre comunidades que luchan por un territorio o las de origen religioso.

Las guerras de ideas están teniendo más éxito en cuanto a que involucran a toda la población, se diseminan rápidamente gracias a la tecnología y las redes sociales y al apoyo que reciben los diferentes grupos, sean éstos ideológicos, étnicos, de nivel socioeconómico u otro.

La guerra de ideas que más ha logrado diseminarse a todo nivel es la ideológica. Quienes quieren dividir al mundo para meterse en esos espacios que quedan entre personas, han sido muy hábiles en crear odio, resentimiento y caos. Con gran habilidad han logrado penetrar en las mentes de niños, adolescentes y adultos. La educación ha sido transformada para cambiarles la forma de pensar y así asegurar que, al convertirse en adultos, continuarán pregonando esa doctrina aprendida bajo manipulación de la verdad.

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Las mismas iglesias han caído víctimas de esta nueva doctrina. Los mensajes de paz y armonía entre unos y otros, comunes entre prácticamente todas las denominaciones, han sido tergiversados, pasando de la espiritualidad a la riqueza y pobreza, siendo esto el centro de los sermones y de la interpretación que le dan a esos mensajes que, en tiempos pasados, generaban unidad, amor por el prójimo, ayuda a los menos favorecidos y un deseo constante de vivir en paz.

Los menajes que ahora dominan los espacios educativos, laborales, sociales, religiosos y cualquier otro, fomentan el odio, la lucha de clases, el resentimiento hacia quienes tienen más capacidad económica o que han tenido acceso a una mejor educación. Rechazan toda idea que fomente la armonía y hablan de la desigualdad como el mayor pecado y la expresión de las diferencias sociales.

Los proponentes de estas ideas “revolucionarias” destacan las diferencias sociales demonizando a aquellos que tienen más que ellos. Encuentran sectores de la población que son diferentes a la mayoría, como lo son los que pertenecen a la comunidad LGBTIQ+ a tal extremo que, quienes no pertenecemos a ese grupo poblacional, ya no sabemos cómo dirigirnos a ellos por temor a ofenderlos y ser acusados de discriminación ante tribunales que ya no imparten justicia sino condenan para “demostrar” que son inclusivos.

Ya no hay justicia, como la conocimos en tiempos pasados, cuando el imperio de la ley prevalecía a cualquier ideología, religión u otro. Hoy, hemos permitido que los jueces dicten sentencias para “favorecer” a una minoría. Más allá de esto, hemos aceptado la destrucción del idioma con tal de “incluir” a aquellos que se sienten diferentes, rechazados, disminuidos, “de menos”.

¿En qué momento permitimos esto? No nos dimos cuenta porque han sido muy hábiles en escoger sus batallas y en penetrar sus mensajes causando división. Me temo que ha crecido el rechazo a los grupos poblacionales que son ahora “protegidos” por esta ideología perversa. Ya estamos cansados de la imposición de “todas, todos o todes”. Rechazamos los privilegios que han obtenido, como tener toda una fiscalía para delitos contra mujeres cuando la ley, por su propia concepción, es igual para todos.

Mientras más privilegios obtienen, gracias a funcionarios públicos, jueces, maestros, entre otros, que usan su posición para imponer esto, todo con el afán de ser “inclusivos” y aceptados por todos, más aumenta el rechazo. Peor aún, se crean más divisiones entre nosotros. Como reza el viejo refrán, “divide y vencerás”.

¿Perdimos la guerra? Aún no, pero las batallas que perdemos cada vez son más. Debemos estar atentos a la manipulación que han hecho en tantos ámbitos como religión, idioma, género, costumbres, educación, política, etc. Esta última estará muy presente el próximo año.

El llamado es a cerrar esas divisiones. La mejor forma es no caer en la trampa. Se vale opinar diferente, pero no rechazar ni imponer, y permitir que se destruyan nuestros valores, principios y costumbres,