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Ricos muy pobres

El problema, entonces, reside en la incapacidad de nuestras élites para producir sistemáticamente conocimiento.

.
Reynaldo Rodríguez |
13 de marzo, 2024

El crecimiento cultural de una población depende siempre masivamente de la acumulación de capital en manos de las élites. El enriquecimiento transmutó la hoz en la mano del hombre hacia un libro y una pluma. El amasamiento de capital conquistó una tierra que el hombre no había alcanzado: el ocio. Las élites, con sus manos vacías de laburo y, a la vez, llenas de tiempo, se encargaron de formar las sociedades a través de literatura, filosofía, música y todo lo aledaño a la cultura. Posteriormente, el capitalismo le abrió las puertas a aquellos excluidos del ocio y estos pudieron sostener a la vez una vida donde se ara el campo y donde se lee, pudiéndose rotar las élites intelectuales con aquellos que, iluminados por dotación natural, alcanzaban la erudición.

El problema de Centroamérica no reside principalmente en sus límites al enriquecimiento. En Centroamérica ya hay ricos y, desde sus inicios, los ha habido. El problema, entonces, reside en la incapacidad de nuestras élites para producir sistemáticamente conocimiento. A pesar de haber producido riqueza constantemente, dentro de las rotaciones habituales de élites, las élites de Centroamérica son sumamente pobres. Tienen muchas riquezas, pero son miserables. Y, aunque no todas las élites se encuentren en la pobreza extrema, la gran mayoría sí.

La pobreza de las élites centroamericanas reside en una tergiversación del consejo de Guizot a sus iguales: “enrichissez vous” ([si quieren participar en política] enriquézcanse).

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Aquellos que manejaban el Estado se enriquecieron enormemente. Sin embargo, el enriquecimiento no se dirigió hacia el uso del capital con fines inútiles, es decir, con las letras en mente. Con el advenimiento de nuevas y más élites económicas, hubo un sínodo entre ellas muy diferente a las europeas, orientales y también las sudamericanas. Aquí se escogió entre Dios y Mammón: entre lo bello y el dinero.

Mientras las précieuses burguesas reunían a los letrados, burgueses y nobles en sus salones literarios a conversar sobre filosofía, política, música y literatura, muy pocas élites centroamericanas dedicaban su tiempo y dinero a ello.

Los intelectuales adinerados del Modernismo murieron y nuestras élites intelectuales no volvieron a renacer entre los pudientes. Los ricos no escogieron la belleza y, aun estando rodeados de oro, perdieron todo su patrimonio valioso, el cultural.

Nuestras élites intelectuales han sido relegadas al último plano de lo social. Hay un severo rechazo de aquellos que piensan y escriben. A las élites centroamericanas no les produce ni la más mínima alteración en su alma ni el más desanimado brinco carnal ni la más ínfima curiosidad visceral el escuchar a un erudito.

El dilema del crecimiento y la gloria centroamericana reside en que nuestras élites han sido sordas por mucho tiempo, porque no han querido escuchar. El enriquecimiento nos hizo crecer en bienestar, pero la sordera nos ha prohibido ser grandes más allá de nuestra región. Entonces, las élites tienen un deber. El que tenga oídos, que escuche. ¡Reclamen arte con la riqueza! Si no, esas monedas de plata estarán manchadas eternamente.

Ricos muy pobres

El problema, entonces, reside en la incapacidad de nuestras élites para producir sistemáticamente conocimiento.

Reynaldo Rodríguez |
13 de marzo, 2024
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El crecimiento cultural de una población depende siempre masivamente de la acumulación de capital en manos de las élites. El enriquecimiento transmutó la hoz en la mano del hombre hacia un libro y una pluma. El amasamiento de capital conquistó una tierra que el hombre no había alcanzado: el ocio. Las élites, con sus manos vacías de laburo y, a la vez, llenas de tiempo, se encargaron de formar las sociedades a través de literatura, filosofía, música y todo lo aledaño a la cultura. Posteriormente, el capitalismo le abrió las puertas a aquellos excluidos del ocio y estos pudieron sostener a la vez una vida donde se ara el campo y donde se lee, pudiéndose rotar las élites intelectuales con aquellos que, iluminados por dotación natural, alcanzaban la erudición.

El problema de Centroamérica no reside principalmente en sus límites al enriquecimiento. En Centroamérica ya hay ricos y, desde sus inicios, los ha habido. El problema, entonces, reside en la incapacidad de nuestras élites para producir sistemáticamente conocimiento. A pesar de haber producido riqueza constantemente, dentro de las rotaciones habituales de élites, las élites de Centroamérica son sumamente pobres. Tienen muchas riquezas, pero son miserables. Y, aunque no todas las élites se encuentren en la pobreza extrema, la gran mayoría sí.

La pobreza de las élites centroamericanas reside en una tergiversación del consejo de Guizot a sus iguales: “enrichissez vous” ([si quieren participar en política] enriquézcanse).

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Aquellos que manejaban el Estado se enriquecieron enormemente. Sin embargo, el enriquecimiento no se dirigió hacia el uso del capital con fines inútiles, es decir, con las letras en mente. Con el advenimiento de nuevas y más élites económicas, hubo un sínodo entre ellas muy diferente a las europeas, orientales y también las sudamericanas. Aquí se escogió entre Dios y Mammón: entre lo bello y el dinero.

Mientras las précieuses burguesas reunían a los letrados, burgueses y nobles en sus salones literarios a conversar sobre filosofía, política, música y literatura, muy pocas élites centroamericanas dedicaban su tiempo y dinero a ello.

Los intelectuales adinerados del Modernismo murieron y nuestras élites intelectuales no volvieron a renacer entre los pudientes. Los ricos no escogieron la belleza y, aun estando rodeados de oro, perdieron todo su patrimonio valioso, el cultural.

Nuestras élites intelectuales han sido relegadas al último plano de lo social. Hay un severo rechazo de aquellos que piensan y escriben. A las élites centroamericanas no les produce ni la más mínima alteración en su alma ni el más desanimado brinco carnal ni la más ínfima curiosidad visceral el escuchar a un erudito.

El dilema del crecimiento y la gloria centroamericana reside en que nuestras élites han sido sordas por mucho tiempo, porque no han querido escuchar. El enriquecimiento nos hizo crecer en bienestar, pero la sordera nos ha prohibido ser grandes más allá de nuestra región. Entonces, las élites tienen un deber. El que tenga oídos, que escuche. ¡Reclamen arte con la riqueza! Si no, esas monedas de plata estarán manchadas eternamente.