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Por las barbas de Neptuno

Redacción República
17 de marzo, 2019

Por las barbas de Neptuno,ESTA ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.

Ahora se me ocurre que fue una broma y caí por inocente. Pero en aquel tiempo –a mediados de 1994, para ser preciso– oí decirle a mis compañeros de clase que el aceite de zapuyul servía para espesar el bozo que cubre el labio superior y el vello que se arremolina en el mentón.

Así ganarían la ansiada categoría de barba de candado. Eso sí, cuidado y no fueran a caer gotas encima de la cabeza pues el cabello se pondría tan grueso y oscuro como crin de caballo.

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Fui a comprar mi botella de aceite en la farmacia más cercana y me lo unté a diario, seguro de que en poco tiempo luciría una «barba de categoría» como la soñada por Capulina en una de sus historietas.

Quiso dejarse la barba sin imaginar que le tomaría semanas de lento crecimiento para adquirir la forma deseada. Para mientras, más de alguno lo regañó creyendo que se dio al abandono y a la bebida.

Al notar que el zapuyul no rendía los efectos deseados, a semejanza de los bíceps que no brotan tras un par de visitas al gimnasio, preferí quedarme a medias.

Si intento dejarme el bigote, quedan un par de vacíos cerca de las comisuras de la boca donde no me brota ni un pelo. Tampoco puedo lucir patillas a lo Elvis Presley.

El pelo se arrala a medio descenso mandibular, como esos ríos que desaparecen entre las arenas del desierto, y me sale alergia si me rasuro todos los días.

Total, como dicen los cubanos, estoy embarcado. De bajar victorioso de la Sierra Maestra, hacia 1959, mi cara hubiera estado cubierta con un musgo tenue y endeble. Nada que ver con Camilo Cienfuegos.

Si fuera cristiano ortodoxo sé que no podría aspirar al estado monacal o al sacerdocio, pues los religiosos no se cortan ni un pelo de la cara al evocar el aspecto de Jesucristo.

También me vería en apuros si viviera en cualquier país donde se observe la más estricta ley islámica. La barba es obligatoria para todo creyente en el mensaje del Profeta y se incurre en desacato contra la voluntad del Creador al afeitársela. La abundancia de vello facial es señal de virilidad, coinciden ambas confesiones.

Cuando estuve en tercero básico leí tres novelas de Edgar Rice Burroughs, el creador de Tarzán, ambientadas en Venus: Piratas en Venus, Perdidos en Venus y Huyendo de Venus.

Hasta la tercera década del siglo XX se creyó que existía un mundo tropical, repleto de árboles inmensos y pantanos burbujeantes, bajo los espesos nubarrones que cubren la superficie del segundo planeta que gira alrededor del Sol.

Tengo presente la descripción de la criatura monstruosa conocida como basto, y la dama en apuros, no faltaba más, se enamora del personaje central.

En cierto pasaje el héroe comenta que su barba incomodaba a los venusinos, poco habituados a observar la pelambrera humana; sus anfitriones le dieron una pomada especial para quitársela. A los dos o tres días le dejó el rostro terso y limpio de toda pilosidad para siempre.

Todo esto viene a cuento por la reciente costumbre de lucir a lo hipster y la proliferación de barber shops que ofrecen dejar al usuario con el aspecto más cool posible.

A diario cuento hasta tres barbas frondosas, harto notorias en país de lampiños, y cierto pasajero del transmetro, con el que coincido por la madrugada, mutó de gnomo travieso a dios Pan durante las vacaciones escolares del año pasado. Solo falta que saque su zampoña para atraer a las ninfas ocultas entre el monte.

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Ahora se me ocurre que fue una broma y caí por inocente. Pero en aquel tiempo –a mediados de 1994, para ser preciso– oí decirle a mis compañeros de clase que el aceite de zapuyul servía para espesar el bozo que cubre el labio superior y el vello que se arremolina en el mentón.

Así ganarían la ansiada categoría de barba de candado. Eso sí, cuidado y no fueran a caer gotas encima de la cabeza pues el cabello se pondría tan grueso y oscuro como crin de caballo.

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Fui a comprar mi botella de aceite en la farmacia más cercana y me lo unté a diario, seguro de que en poco tiempo luciría una «barba de categoría» como la soñada por Capulina en una de sus historietas.

Quiso dejarse la barba sin imaginar que le tomaría semanas de lento crecimiento para adquirir la forma deseada. Para mientras, más de alguno lo regañó creyendo que se dio al abandono y a la bebida.

Al notar que el zapuyul no rendía los efectos deseados, a semejanza de los bíceps que no brotan tras un par de visitas al gimnasio, preferí quedarme a medias.

Si intento dejarme el bigote, quedan un par de vacíos cerca de las comisuras de la boca donde no me brota ni un pelo. Tampoco puedo lucir patillas a lo Elvis Presley.

El pelo se arrala a medio descenso mandibular, como esos ríos que desaparecen entre las arenas del desierto, y me sale alergia si me rasuro todos los días.

Total, como dicen los cubanos, estoy embarcado. De bajar victorioso de la Sierra Maestra, hacia 1959, mi cara hubiera estado cubierta con un musgo tenue y endeble. Nada que ver con Camilo Cienfuegos.

Si fuera cristiano ortodoxo sé que no podría aspirar al estado monacal o al sacerdocio, pues los religiosos no se cortan ni un pelo de la cara al evocar el aspecto de Jesucristo.

También me vería en apuros si viviera en cualquier país donde se observe la más estricta ley islámica. La barba es obligatoria para todo creyente en el mensaje del Profeta y se incurre en desacato contra la voluntad del Creador al afeitársela. La abundancia de vello facial es señal de virilidad, coinciden ambas confesiones.

Cuando estuve en tercero básico leí tres novelas de Edgar Rice Burroughs, el creador de Tarzán, ambientadas en Venus: Piratas en Venus, Perdidos en Venus y Huyendo de Venus.

Hasta la tercera década del siglo XX se creyó que existía un mundo tropical, repleto de árboles inmensos y pantanos burbujeantes, bajo los espesos nubarrones que cubren la superficie del segundo planeta que gira alrededor del Sol.

Tengo presente la descripción de la criatura monstruosa conocida como basto, y la dama en apuros, no faltaba más, se enamora del personaje central.

En cierto pasaje el héroe comenta que su barba incomodaba a los venusinos, poco habituados a observar la pelambrera humana; sus anfitriones le dieron una pomada especial para quitársela. A los dos o tres días le dejó el rostro terso y limpio de toda pilosidad para siempre.

Todo esto viene a cuento por la reciente costumbre de lucir a lo hipster y la proliferación de barber shops que ofrecen dejar al usuario con el aspecto más cool posible.

A diario cuento hasta tres barbas frondosas, harto notorias en país de lampiños, y cierto pasajero del transmetro, con el que coincido por la madrugada, mutó de gnomo travieso a dios Pan durante las vacaciones escolares del año pasado. Solo falta que saque su zampoña para atraer a las ninfas ocultas entre el monte.

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