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La pena de muerte en una sociedad liberal, parte II de II.

Nicholas Virzi
20 de abril, 2016

En mi artículo pasado dije que una sociedad no puede tener prohibición contra la pena de muerta sino exalta por encima de todo otro valor o principio la vida desde el momento de concepción. Eso fue un error. Por supuesto, cada sociedad puede hacer lo que quiere, y sufrir las consecuencias de sus decisiones colectivas. Lo que debí haber dicho es que una sociedad no puede lógicamente tener una prohibición contra la pena de muerte, mientras permite el aborto.

Lógicamente, si la protección de la vida es ante y por encima de todo, no se debe permitir la pena de muerte aplicada por seres humanos imperfectos, capaces de equivocación. Y si se prohíbe la aplicación de la pena de muerte aun cuando los condenados son culpables de los peores crímenes imaginables, ¿cómo se pretende aplicar la pena de muerte a los únicos seres humanos libre de todo pecado, los no nacidos?

Aquí vienen las grandes incongruencias de los campos políticos de nuestros tiempos. La derecha conservadora es anti-aborto, pero pro pena de muerte. La izquierda progresista es anti pena de muerte, pero pro aborto bajo cualquier circunstancia. Siempre hay excepciones. Es fácil visualizar al progresista moderno abogando para la aplicación de la pena de muerte contra alguien que niega que el cambio climático es causado por el ser humano, o que niega el derecho repentinamente descubierto de hombres de identificarse como mujeres para usar el baño de niñas del sexo opuesto. Asimismo, es fácil visualizar al derechista que hubiera preferido que la madre del Presidente actual de Estados Unidos, Barack – Hussein – Obama, lo hubiese abortado. Incongruencias hay por todos lados en la política.

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Regresando al tema de la pena de muerte, no es necesaria ni deseable en una sociedad fundada en principios liberales, o sea la sociedad que conservadores en Estados Unidos quieren “conservar”. El mensaje social mas creíble y potente en contra de crímenes contra la vida humana no es necesariamente la pena de muerte, si no la negación social a aplicarla. Una sociedad que afirma y basa su marco axiológico en la primacía de la vida y dignidad humana, su libertad, y los derechos concomitantes a la propiedad, privacidad, etc., tendrá una tensión eterna y difícil de manejar si permite de alguna manera que se le abrogue el derecho a la vida de cualquiera de sus ciudadanos, sea cual sea la razón.

Tuve la dicha de presenciar una charla con el gran politólogo latinoamericanista de España, Manuel Alcántara, en la Universidad Francisco Marroquín recientemente. Aunque no tocó el tema de la pena de muerte, el habló críticamente de la tendencia humana de pensar en términos binarios, o sea dicotómicos. Tenemos la tendencia de pensar en derecha-izquierda, buenos-malos, etc. Ese simplísimo esconde muchas matices importantes que deben ser exploradas e investigadas, nos dijo Alcántara.

No obstante las acertadas observaciones del Dr. Alcántara, a veces es muy útil y apropiado definir las cosas en blanco y negro. A final de cuentas, la prohibición del uso de absolutos sería en si un absolutismo: “las afirmaciones absolutas son equivocadas, absolutamente siempre!” En verdad, hay absolutismos muy convincentes. Por ejemplo: “matar es malo, dejar vivir es bueno.” “Respetar a los demás es bueno, no respetar a los demás es malo.”

Matar es malo. Tan malo que se debe de buscar evitar matar, siempre. Aunque fuese eficiente política pública en términos de disuasión del crimen de homicidio, si nos basamos en el absolutismo “matar es malo”, existirían razones convincentes para no aplicar una “eficiente” pena de muerte. La voz de la sociedad, haciéndose oír, en pro de la vida puede ser suficiente razón para rechazar una propuesta de pena de muerte, aun cuando su mayor eficiencia en materia de disuasión del homicidio no estuviese en duda. Esto dependería de la sociedad, por supuesto.

Si una sociedad se define como una sociedad liberal, respetuosa de la libertad y dignidad humana, y, por consiguiente, creyente en la limitación de los poderes del Estado, para proteger esa misma libertad y dignidad humana, esa misma sociedad cometería un despropósito descomunal al aplicar la pena de muerte, contra criminales culpables de los peores hechos, y sobretodo los seres humanos más inocentes imaginables, los no nacidos.

Es triste saber que los peores criminales contra la humanidad tienen abogados dedicados a cantar ante la sociedad sobre sus derechos de vida, pero que los únicos seres humanos verdaderamente inocentes, los no nacidos, no tienen tal derecho ni privilegio. Una sociedad que protege la vida de sus peores criminales mientras permite el cruel asesinato de las mas inocentes personas humanas (los no nacidos) es una sociedad destinada al fracaso.

 

La pena de muerte en una sociedad liberal, parte II de II.

Nicholas Virzi
20 de abril, 2016

En mi artículo pasado dije que una sociedad no puede tener prohibición contra la pena de muerta sino exalta por encima de todo otro valor o principio la vida desde el momento de concepción. Eso fue un error. Por supuesto, cada sociedad puede hacer lo que quiere, y sufrir las consecuencias de sus decisiones colectivas. Lo que debí haber dicho es que una sociedad no puede lógicamente tener una prohibición contra la pena de muerte, mientras permite el aborto.

Lógicamente, si la protección de la vida es ante y por encima de todo, no se debe permitir la pena de muerte aplicada por seres humanos imperfectos, capaces de equivocación. Y si se prohíbe la aplicación de la pena de muerte aun cuando los condenados son culpables de los peores crímenes imaginables, ¿cómo se pretende aplicar la pena de muerte a los únicos seres humanos libre de todo pecado, los no nacidos?

Aquí vienen las grandes incongruencias de los campos políticos de nuestros tiempos. La derecha conservadora es anti-aborto, pero pro pena de muerte. La izquierda progresista es anti pena de muerte, pero pro aborto bajo cualquier circunstancia. Siempre hay excepciones. Es fácil visualizar al progresista moderno abogando para la aplicación de la pena de muerte contra alguien que niega que el cambio climático es causado por el ser humano, o que niega el derecho repentinamente descubierto de hombres de identificarse como mujeres para usar el baño de niñas del sexo opuesto. Asimismo, es fácil visualizar al derechista que hubiera preferido que la madre del Presidente actual de Estados Unidos, Barack – Hussein – Obama, lo hubiese abortado. Incongruencias hay por todos lados en la política.

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Tuve la dicha de presenciar una charla con el gran politólogo latinoamericanista de España, Manuel Alcántara, en la Universidad Francisco Marroquín recientemente. Aunque no tocó el tema de la pena de muerte, el habló críticamente de la tendencia humana de pensar en términos binarios, o sea dicotómicos. Tenemos la tendencia de pensar en derecha-izquierda, buenos-malos, etc. Ese simplísimo esconde muchas matices importantes que deben ser exploradas e investigadas, nos dijo Alcántara.

No obstante las acertadas observaciones del Dr. Alcántara, a veces es muy útil y apropiado definir las cosas en blanco y negro. A final de cuentas, la prohibición del uso de absolutos sería en si un absolutismo: “las afirmaciones absolutas son equivocadas, absolutamente siempre!” En verdad, hay absolutismos muy convincentes. Por ejemplo: “matar es malo, dejar vivir es bueno.” “Respetar a los demás es bueno, no respetar a los demás es malo.”

Matar es malo. Tan malo que se debe de buscar evitar matar, siempre. Aunque fuese eficiente política pública en términos de disuasión del crimen de homicidio, si nos basamos en el absolutismo “matar es malo”, existirían razones convincentes para no aplicar una “eficiente” pena de muerte. La voz de la sociedad, haciéndose oír, en pro de la vida puede ser suficiente razón para rechazar una propuesta de pena de muerte, aun cuando su mayor eficiencia en materia de disuasión del homicidio no estuviese en duda. Esto dependería de la sociedad, por supuesto.

Si una sociedad se define como una sociedad liberal, respetuosa de la libertad y dignidad humana, y, por consiguiente, creyente en la limitación de los poderes del Estado, para proteger esa misma libertad y dignidad humana, esa misma sociedad cometería un despropósito descomunal al aplicar la pena de muerte, contra criminales culpables de los peores hechos, y sobretodo los seres humanos más inocentes imaginables, los no nacidos.

Es triste saber que los peores criminales contra la humanidad tienen abogados dedicados a cantar ante la sociedad sobre sus derechos de vida, pero que los únicos seres humanos verdaderamente inocentes, los no nacidos, no tienen tal derecho ni privilegio. Una sociedad que protege la vida de sus peores criminales mientras permite el cruel asesinato de las mas inocentes personas humanas (los no nacidos) es una sociedad destinada al fracaso.