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Diez negritos

Redacción República
15 de marzo, 2017

Una de las obras más conocidas de la novelista inglesa Agatha Christie se titula “Diez negritos”. Esta obra de carácter policiaco narra lo sucedido a diez personas que son invitadas a una isla habitada únicamente por un millonario a quienes todos ellos no conocen pero de quien han aceptado la invitación, motivados más bien por la curiosidad. Aunque no es objeto de la columna hablar de la novela, es importante decir que una vez llegados y alojados en la mansión –con su dueño notoriamente ausente-, los invitados se las arreglan para conocerse y pernoctar esperando la llegada del anfitrión.  Éste nunca llega. Lo que sucede a partir de allí, es digno de las mejores novelas de misterio. A todos los invitados llama la atención un curioso arreglo de centro de mesa, con la figura de diez negritos elaborados material frágil, que adorna el comedor de la mansión. Diez negritos de ébano y diez invitados. A partir de allí, cada personaje que desaparece o muere en el relato es un adorno más que aparece quebrado en el centro de mesa. Y de allí hasta el sorprendente final.

He querido traer a colación este clásico de la obras de misterio porque en el escenario nacional vivimos una especie de “puesta en escena” de esta novela. Frente a nuestros propios ojos y de manera continuada y progresiva, las instituciones del país se van debilitando o desapareciendo. Luce que por un mero efecto de entropía, todo aquello que funcionaba bien o que tenía el potencial de serlo, ha empezado a mostrar signos de abierto desgaste, ante la paciencia, indiferencia o en el peor caso negligencia de quienes son responsables de ponerles un remedio. Como los invitados a aquella misteriosa isla, cada quien está más interesado en ver la punta de su nariz o encontrar las culpas en alguien más que poner simplemente remedio a la situación.

Con una rápida mirada encontramos ejemplos claros de aquello a lo que me refiero. No existe más correo nacional. Luego de un tortuoso proceso de devolución –en la que los legisladores dejaron correr el tiempo sin nada hacer- ya nadie se hace cargo en la administración pública de este servicio. Los documentos de identificación emitidos por el RENAP están en franco retroceso. Una disputa sobre quién y cómo presta el servicio y la discusión de los términos del nuevo contrato amenazan hoy con dejarnos a los guatemaltecos sin la emisión de este importante documento. La emisión de pasaportes ha retrocedido años en su eficiencia y capacidad. La paralización en la compra de los cartones ha hecho que hoy sellos validadores, racionamiento al estilo cubano y demoras en su entrega nos estén regresándonos a los peores momentos de antaño. En fin, podemos seguir poniendo ejemplos como los de un desnaturalizando fondo vial y por supuesto, a lo que hoy nos arroja a una verdadera tragedia nacional, el de la colapsada institucionalidad de atención a la niñez. Aquí únicamente me estoy refiriendo a sistemas y procesos; poner la vista en las personas nos lleva a ejemplos también penosos como los que estamos viendo en la instancias de la justicia.

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¿Hasta cuándo vamos a poner un freno a esta caída libre? ¿Cuántos adornos más de nuestro centro de mesa estamos dispuestos a dejarse quebrar frente a nuestros propios ojos? Esta muy bien que queramos enmendar lo que mal se haya hecho. Está muy bien que los procesos que ahora se inicien busquen dotar a la administración pública de servicios eficientes, transparentes y acordados en el mejor interés del estado. Pero de eso al excesivo purismo, a la actitud de “ante la duda abstente” o a la utilización del mecanismo de acusar a aquél para no cumplir yo mis obligaciones, hay enormes diferencias.

Si no replanteamos, desde un acuerdo de estado, los mecanismos más elementales de funcionamiento de nuestra administración pública, sean éstos los procesos de compras públicas, los sistemas de rendición de cuentas o la metodología de examen para la contratación y promoción de los servidores públicos, nos exponemos como en la novela de la escritora inglesa a quedarnos muy pronto sin más adornos en la mesa.  

 

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

Diez negritos

Redacción República
15 de marzo, 2017

Una de las obras más conocidas de la novelista inglesa Agatha Christie se titula “Diez negritos”. Esta obra de carácter policiaco narra lo sucedido a diez personas que son invitadas a una isla habitada únicamente por un millonario a quienes todos ellos no conocen pero de quien han aceptado la invitación, motivados más bien por la curiosidad. Aunque no es objeto de la columna hablar de la novela, es importante decir que una vez llegados y alojados en la mansión –con su dueño notoriamente ausente-, los invitados se las arreglan para conocerse y pernoctar esperando la llegada del anfitrión.  Éste nunca llega. Lo que sucede a partir de allí, es digno de las mejores novelas de misterio. A todos los invitados llama la atención un curioso arreglo de centro de mesa, con la figura de diez negritos elaborados material frágil, que adorna el comedor de la mansión. Diez negritos de ébano y diez invitados. A partir de allí, cada personaje que desaparece o muere en el relato es un adorno más que aparece quebrado en el centro de mesa. Y de allí hasta el sorprendente final.

He querido traer a colación este clásico de la obras de misterio porque en el escenario nacional vivimos una especie de “puesta en escena” de esta novela. Frente a nuestros propios ojos y de manera continuada y progresiva, las instituciones del país se van debilitando o desapareciendo. Luce que por un mero efecto de entropía, todo aquello que funcionaba bien o que tenía el potencial de serlo, ha empezado a mostrar signos de abierto desgaste, ante la paciencia, indiferencia o en el peor caso negligencia de quienes son responsables de ponerles un remedio. Como los invitados a aquella misteriosa isla, cada quien está más interesado en ver la punta de su nariz o encontrar las culpas en alguien más que poner simplemente remedio a la situación.

Con una rápida mirada encontramos ejemplos claros de aquello a lo que me refiero. No existe más correo nacional. Luego de un tortuoso proceso de devolución –en la que los legisladores dejaron correr el tiempo sin nada hacer- ya nadie se hace cargo en la administración pública de este servicio. Los documentos de identificación emitidos por el RENAP están en franco retroceso. Una disputa sobre quién y cómo presta el servicio y la discusión de los términos del nuevo contrato amenazan hoy con dejarnos a los guatemaltecos sin la emisión de este importante documento. La emisión de pasaportes ha retrocedido años en su eficiencia y capacidad. La paralización en la compra de los cartones ha hecho que hoy sellos validadores, racionamiento al estilo cubano y demoras en su entrega nos estén regresándonos a los peores momentos de antaño. En fin, podemos seguir poniendo ejemplos como los de un desnaturalizando fondo vial y por supuesto, a lo que hoy nos arroja a una verdadera tragedia nacional, el de la colapsada institucionalidad de atención a la niñez. Aquí únicamente me estoy refiriendo a sistemas y procesos; poner la vista en las personas nos lleva a ejemplos también penosos como los que estamos viendo en la instancias de la justicia.

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¿Hasta cuándo vamos a poner un freno a esta caída libre? ¿Cuántos adornos más de nuestro centro de mesa estamos dispuestos a dejarse quebrar frente a nuestros propios ojos? Esta muy bien que queramos enmendar lo que mal se haya hecho. Está muy bien que los procesos que ahora se inicien busquen dotar a la administración pública de servicios eficientes, transparentes y acordados en el mejor interés del estado. Pero de eso al excesivo purismo, a la actitud de “ante la duda abstente” o a la utilización del mecanismo de acusar a aquél para no cumplir yo mis obligaciones, hay enormes diferencias.

Si no replanteamos, desde un acuerdo de estado, los mecanismos más elementales de funcionamiento de nuestra administración pública, sean éstos los procesos de compras públicas, los sistemas de rendición de cuentas o la metodología de examen para la contratación y promoción de los servidores públicos, nos exponemos como en la novela de la escritora inglesa a quedarnos muy pronto sin más adornos en la mesa.  

 

República es ajena a la opinión expresada en este artículo