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Blog de historias urbanas: El baile: un placer redescubierto

Gabriel Arana Fuentes
09 de julio, 2017

En el blog de historias urbanas participa Lucy Ruíz y República lo publicará los domingos.

He cambiado de parecer. Hace un par de décadas decidí que no volvería a bailar. En primer lugar, nunca lo hice muy bien, porque siempre he tenido algunos problemas de coordinación. Además, como tampoco he tenido pareja, no me apetecía asistir a las fiestas familiares a esperar que algún tío, primo o amigo dejara a su esposa o novia (que me veía con un toque no tan sutil de lástima) para “concederme” una pieza. Así que evité hasta donde pude la comparecencia en este tipo de eventos.

Cuando me quedaba sin opciones de escape, pues iba, pero lograba encontrar cómplices que solo conversaran o bebieran (o ambas actividades a la vez) para disuadir a algún solitario despistado que se atreviera a pedir un baile.

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http://gph.is/1rCBM1k

En mis grupos de amigos bailar no era una actividad prioritaria. Aunque, cuando me inicié en el periodismo, mi equipo sí asistía a fiestas, por alguna razón en particular, nos parábamos a bailar todos juntos, y hacíamos prácticamente una ronda. Es decir, no era una cuestión muy convencional.

http://gph.is/1c5bfd2

Con el tiempo, debido a mi actividad me relacioné con gente más joven que yo, que en su mayoría prefería parrandear al ritmo de la cumbia y de algunos otros ritmos, que si bien tolero, no me son del todo agradables. Entonces empecé a identificarme todavía más con quienes llegan, se sientan, comen, observan y se van.

http://gph.is/1CQtVeM

Esas y otras circunstancias me alejaron de la pista. Pero como dije al principio de esta nota, he cambiado de opinión. ¿Cómo sucedió? Pues todo comenzó hace tres semanas cuando me encontré a mí misma enfundada en un vestido largo, sola sentada en una de las mesas principales de la fiesta de 15 años de mi sobrina mayor.

http://gph.is/2cxOv04

Mis tías, cuyas edades van de los 55 a los 80 años no dudaron mucho en lanzarse a la pista. Las viudas, solteras y divorciadas, que van siendo mayoría, danzaban unas con otras y las pocas que quedan casadas, llevaron, unas con más dificultad que las otras, a sus esposos a lucirse en la pista.

http://gph.is/29elPqa

La fiesta subía de tono y llegó el momento en el que rogar por la atención de mi sobrina menor y platicar con mi tío que ya no escucha muy bien ya no fue suficiente. Así que me animé, y utilicé a la pequeña como cómplice para adentrarme en el espacio del baile. Pronto terminé bailando con la quinceañera y con algunas de mis joviales tías, que presenciaron con poco disimulado asombro mi regreso al mundo del baile.

http://gph.is/1gKoPbj

Para que nadie pensara que este había sido solo un lapsus, dos fines de semana después, en otra fiesta familiar, dejé atrás mi resistencia y me entregué por completo al dominio de los más variados ritmos. Debo confesar que el dejarme llevar por la música me brindó una sensación de relajamiento, que pocas veces me permito. Así que definitivamente, estoy de vuelta, y no me arrepiento.

Lea también: De sustos, temblores y movidos recuerdos

Blog de historias urbanas: El baile: un placer redescubierto

Gabriel Arana Fuentes
09 de julio, 2017

En el blog de historias urbanas participa Lucy Ruíz y República lo publicará los domingos.

He cambiado de parecer. Hace un par de décadas decidí que no volvería a bailar. En primer lugar, nunca lo hice muy bien, porque siempre he tenido algunos problemas de coordinación. Además, como tampoco he tenido pareja, no me apetecía asistir a las fiestas familiares a esperar que algún tío, primo o amigo dejara a su esposa o novia (que me veía con un toque no tan sutil de lástima) para “concederme” una pieza. Así que evité hasta donde pude la comparecencia en este tipo de eventos.

Cuando me quedaba sin opciones de escape, pues iba, pero lograba encontrar cómplices que solo conversaran o bebieran (o ambas actividades a la vez) para disuadir a algún solitario despistado que se atreviera a pedir un baile.

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En mis grupos de amigos bailar no era una actividad prioritaria. Aunque, cuando me inicié en el periodismo, mi equipo sí asistía a fiestas, por alguna razón en particular, nos parábamos a bailar todos juntos, y hacíamos prácticamente una ronda. Es decir, no era una cuestión muy convencional.

http://gph.is/1c5bfd2

Con el tiempo, debido a mi actividad me relacioné con gente más joven que yo, que en su mayoría prefería parrandear al ritmo de la cumbia y de algunos otros ritmos, que si bien tolero, no me son del todo agradables. Entonces empecé a identificarme todavía más con quienes llegan, se sientan, comen, observan y se van.

http://gph.is/1CQtVeM

Esas y otras circunstancias me alejaron de la pista. Pero como dije al principio de esta nota, he cambiado de opinión. ¿Cómo sucedió? Pues todo comenzó hace tres semanas cuando me encontré a mí misma enfundada en un vestido largo, sola sentada en una de las mesas principales de la fiesta de 15 años de mi sobrina mayor.

http://gph.is/2cxOv04

Mis tías, cuyas edades van de los 55 a los 80 años no dudaron mucho en lanzarse a la pista. Las viudas, solteras y divorciadas, que van siendo mayoría, danzaban unas con otras y las pocas que quedan casadas, llevaron, unas con más dificultad que las otras, a sus esposos a lucirse en la pista.

http://gph.is/29elPqa

La fiesta subía de tono y llegó el momento en el que rogar por la atención de mi sobrina menor y platicar con mi tío que ya no escucha muy bien ya no fue suficiente. Así que me animé, y utilicé a la pequeña como cómplice para adentrarme en el espacio del baile. Pronto terminé bailando con la quinceañera y con algunas de mis joviales tías, que presenciaron con poco disimulado asombro mi regreso al mundo del baile.

http://gph.is/1gKoPbj

Para que nadie pensara que este había sido solo un lapsus, dos fines de semana después, en otra fiesta familiar, dejé atrás mi resistencia y me entregué por completo al dominio de los más variados ritmos. Debo confesar que el dejarme llevar por la música me brindó una sensación de relajamiento, que pocas veces me permito. Así que definitivamente, estoy de vuelta, y no me arrepiento.

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