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Improvisación

Gabriel Arana Fuentes
10 de septiembre, 2017

En el blog de historias urbanas escribe José Vicente Solórzano Aguilar.

Llega el momento en que está por vencerse el plazo de entrega de tu nota semanal y no tenés la menor idea acerca de qué vas a escribir. Tenés miedo de que se te hayan agotado los temas. Tampoco querés repetirte. Ya le dedicaste párrafos a las impertinencias de los vecinos, a la incertidumbre de quién ocupará las casas puestas en alquiler y a los modales vacunos de cierta gente que te encontrás en el bus o en el transmetro. Tu editor es benévolo y asegura que no hay problema que faltés a clases, pero sabés que si no te disciplinás caerás en la lasitud y en el “mejor dejo las cosas para después”. Así que mejor sentate ante el teclado y empezá a improvisar: en algún momento darás con la idea que podrás desarrollar hasta completar la cuartilla que debés despachar antes de las doce del mediodía.

Los minutos pasan sin que algún tema en particular cuaje. Desde hace varios meses pensás en escribir una nota acerca de la invasión de motocicletas y sus talleres de reparación en toda zona residencial. Pero no sabés cómo abordarlo con la frialdad que amerita. Decís “me toca investigar la historia de las motos, quién las inventó, en qué momento se masificaron”. Investigar te entretiene, aparte de que te aporta cantidad de datos pocos conocidos que merecen divulgarse. El problema es que la búsqueda de material que no provenga de la primera página que revele el motor de búsqueda toma su tiempo, y lo que debe resolverse en pocas páginas termina ampliándose a una pequeña enciclopedia. Así que “mejor lo dejás para después”.

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También sabés que estás en septiembre porque empiezan los anuncios que anticipan la llegada de diciembre, el mes más lindo del año gracias a las ventas que genera la navidad, y porque en tu oficina se asoman los practicantes. Muchachos vestidos como custodios de iglesias evangélicas y muchachas trajeadas con elegancia de aeromozas. Se la pasan sentados casi todo el tiempo, excepto cuando van a almorzar o se levantan para ir al baño. Apenas los toman en cuenta. Si mal les va, los convierten en bodegueros como me ocurrió. En el caso de las muchachas, si son de buen ver, se exponen a la lascivia y voracidad de personajes que las asedian sin ocultar la alianza matrimonial que portan en el dedo anular. Sentís compasión por ellos: solo un puñado logrará terminar la universidad y contados serán los que logren la casa propia. El resto se amontonará en colonias cada vez más reducidas, sin agua, sin árboles y espacios donde sus hijos puedan jugar sin temor a que ocurra una balacera enfrente de ellos.

Hacés una pausa, movés el cursor para ver cuánto espacio te falta por llenar en la página y notás que le queda un buen tramo. Entonces hallás un fragmento que dejaste a medias cuando empezaste tu colaboración. Probás a incorporarlo, a ver si funciona: “¿Se tapa la boca al toser, o estornudar, para no rociar en saliva a quienes estén cerca? Cuando termina de comer sus papalinas, ¿conserva la bolsa hasta encontrar el primer basurero para no tirarla en la calle? Y si escupe, ¿procura hacerlo en dirección a la calle y no por donde camina la gente?”. La semana pasada te dio catarro; estás seguro que por culpa del tipo que se la pasó estornudando recio. En represalia abriste la ventana del bus para que entrara el aire frío de la madrugada en todo su esplendor, seguro de que mínimo le habrá dado una pulmonía al agente esparcidor de virus. Agrado quiere agrado. Y comprobás aliviado que ahora sí, llegaste al final de la página, ya rebasaste veinte minutos de recepción pero igual te lo aceptarán. Y a ver si se te ocurre algo mejor para la siguiente entrega.

Improvisación

Gabriel Arana Fuentes
10 de septiembre, 2017

En el blog de historias urbanas escribe José Vicente Solórzano Aguilar.

Llega el momento en que está por vencerse el plazo de entrega de tu nota semanal y no tenés la menor idea acerca de qué vas a escribir. Tenés miedo de que se te hayan agotado los temas. Tampoco querés repetirte. Ya le dedicaste párrafos a las impertinencias de los vecinos, a la incertidumbre de quién ocupará las casas puestas en alquiler y a los modales vacunos de cierta gente que te encontrás en el bus o en el transmetro. Tu editor es benévolo y asegura que no hay problema que faltés a clases, pero sabés que si no te disciplinás caerás en la lasitud y en el “mejor dejo las cosas para después”. Así que mejor sentate ante el teclado y empezá a improvisar: en algún momento darás con la idea que podrás desarrollar hasta completar la cuartilla que debés despachar antes de las doce del mediodía.

Los minutos pasan sin que algún tema en particular cuaje. Desde hace varios meses pensás en escribir una nota acerca de la invasión de motocicletas y sus talleres de reparación en toda zona residencial. Pero no sabés cómo abordarlo con la frialdad que amerita. Decís “me toca investigar la historia de las motos, quién las inventó, en qué momento se masificaron”. Investigar te entretiene, aparte de que te aporta cantidad de datos pocos conocidos que merecen divulgarse. El problema es que la búsqueda de material que no provenga de la primera página que revele el motor de búsqueda toma su tiempo, y lo que debe resolverse en pocas páginas termina ampliándose a una pequeña enciclopedia. Así que “mejor lo dejás para después”.

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También sabés que estás en septiembre porque empiezan los anuncios que anticipan la llegada de diciembre, el mes más lindo del año gracias a las ventas que genera la navidad, y porque en tu oficina se asoman los practicantes. Muchachos vestidos como custodios de iglesias evangélicas y muchachas trajeadas con elegancia de aeromozas. Se la pasan sentados casi todo el tiempo, excepto cuando van a almorzar o se levantan para ir al baño. Apenas los toman en cuenta. Si mal les va, los convierten en bodegueros como me ocurrió. En el caso de las muchachas, si son de buen ver, se exponen a la lascivia y voracidad de personajes que las asedian sin ocultar la alianza matrimonial que portan en el dedo anular. Sentís compasión por ellos: solo un puñado logrará terminar la universidad y contados serán los que logren la casa propia. El resto se amontonará en colonias cada vez más reducidas, sin agua, sin árboles y espacios donde sus hijos puedan jugar sin temor a que ocurra una balacera enfrente de ellos.

Hacés una pausa, movés el cursor para ver cuánto espacio te falta por llenar en la página y notás que le queda un buen tramo. Entonces hallás un fragmento que dejaste a medias cuando empezaste tu colaboración. Probás a incorporarlo, a ver si funciona: “¿Se tapa la boca al toser, o estornudar, para no rociar en saliva a quienes estén cerca? Cuando termina de comer sus papalinas, ¿conserva la bolsa hasta encontrar el primer basurero para no tirarla en la calle? Y si escupe, ¿procura hacerlo en dirección a la calle y no por donde camina la gente?”. La semana pasada te dio catarro; estás seguro que por culpa del tipo que se la pasó estornudando recio. En represalia abriste la ventana del bus para que entrara el aire frío de la madrugada en todo su esplendor, seguro de que mínimo le habrá dado una pulmonía al agente esparcidor de virus. Agrado quiere agrado. Y comprobás aliviado que ahora sí, llegaste al final de la página, ya rebasaste veinte minutos de recepción pero igual te lo aceptarán. Y a ver si se te ocurre algo mejor para la siguiente entrega.