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Fiebre cochina

Luis Felipe Garrán
19 de octubre, 2017

Dijo un gallego que “el español es un idioma loable, lo hable quien lo hable”, y tiene toda la razón. Porque un cerdo puede ser un puerco, un marrano, un verraco o un porcino; y un carro puede ser un auto o un coche, y este último puede ser, a su vez, un cerdo, o un cochino. Aún con eso, hay una fiebre porcina, pero no una fiebre cochina, que en realidad sería algo muy sucio; pero si la hubiera, no se referiría a los autos, o carros, como tampoco lo hace la porcina. Sin embargo, con fines artísticos, haré que sea posible. Después de todo, mi lengua es loable.

El otro día iba conduciendo por la noche por ese área tripartita entre las zonas 5, 10 y 15 cuando, típico de un viernes a las siete, me di de bruces (o con la jeta, que es el hocico del gocho) con el tráfico capitalino.

En un cruce previo al columpio de Vista Hermosa, un taxista amable (en peligro de extinción) se puso a darnos paso a los que íbamos en la calle perpendicular a la suya. Detrás de él, un camionero se desesperó del exceso de cortesía, y comenzó a bocinar. El taxista cambio el gesto de ceder por uno de atacar, sacó la cabeza por la ventanilla y sustituyó la palabra “pase” por otra que también tiene cuatro letras y empieza por “p”.

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El mosqueo del camionero se transformó en un panal de abejas inquietas, metió la primera (suponiendo que era mecánico) y le dio un “toponcín” en el bumper trasero. Se armó la de San Quintín.

El taxista se estacionó. Lo mismo hizo el camionero. De repente, el conductor del pequeño Hyundai blanco se bajó con una vara de metal. El otro aceptó el reto; puso los pies en el suelo y tomó dos palos de madera que llevaba en la palangana.

El camionero era el que más gritaba e insultaba; también el que más retrocedía para evitar el enfrentamiento. No pude evitar recordar el Pacquiao – Mayweather. A falta de cuerdas en el ring, se fue contra la baranda del paso a desnivel al otro lado del carril. ¿Qué pasó después? No lo sé, otro taxista amable (dos en un día, debe ser San Patricio) me dejó pasar para llegar al caos de zona 15.

Escenas como esa ocurren todos los días en cada rincón de nuestra ciudad; en caso de que no haya palos, será con palabras o con pistolas, según la suerte.

El asunto se ha vuelto ya no insufrible, sino invivible. Saber que recorrer 22 km te puede tomar hasta tres horas (empíricamente comprobado) es la prueba de que hemos llegado al punto de no retorno, muy distinto de nuestro bulevares y avenidas, en donde hay retornos cada poco complicando aún más la cosa.

Sé que si salgo a manejar corro muy poco riesgo de morir en un accidente automovilístico por, por ejemplo, alta velocidad. Pero también sé que puedo ser víctima de los enfermos que el propio tráfico ha creado. Unos que devoran aceras, olvidan los intermitentes, llevan la tez roja y no soportan ver ese color en el semáforo; respingan con el claxon y sacan las garras (o los insultos, los palos o las pistolas) ante cualquier llamada de atención, sea justificada o no. Unos que tienen la fiebre cochina.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

Fiebre cochina

Luis Felipe Garrán
19 de octubre, 2017

Dijo un gallego que “el español es un idioma loable, lo hable quien lo hable”, y tiene toda la razón. Porque un cerdo puede ser un puerco, un marrano, un verraco o un porcino; y un carro puede ser un auto o un coche, y este último puede ser, a su vez, un cerdo, o un cochino. Aún con eso, hay una fiebre porcina, pero no una fiebre cochina, que en realidad sería algo muy sucio; pero si la hubiera, no se referiría a los autos, o carros, como tampoco lo hace la porcina. Sin embargo, con fines artísticos, haré que sea posible. Después de todo, mi lengua es loable.

El otro día iba conduciendo por la noche por ese área tripartita entre las zonas 5, 10 y 15 cuando, típico de un viernes a las siete, me di de bruces (o con la jeta, que es el hocico del gocho) con el tráfico capitalino.

En un cruce previo al columpio de Vista Hermosa, un taxista amable (en peligro de extinción) se puso a darnos paso a los que íbamos en la calle perpendicular a la suya. Detrás de él, un camionero se desesperó del exceso de cortesía, y comenzó a bocinar. El taxista cambio el gesto de ceder por uno de atacar, sacó la cabeza por la ventanilla y sustituyó la palabra “pase” por otra que también tiene cuatro letras y empieza por “p”.

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El mosqueo del camionero se transformó en un panal de abejas inquietas, metió la primera (suponiendo que era mecánico) y le dio un “toponcín” en el bumper trasero. Se armó la de San Quintín.

El taxista se estacionó. Lo mismo hizo el camionero. De repente, el conductor del pequeño Hyundai blanco se bajó con una vara de metal. El otro aceptó el reto; puso los pies en el suelo y tomó dos palos de madera que llevaba en la palangana.

El camionero era el que más gritaba e insultaba; también el que más retrocedía para evitar el enfrentamiento. No pude evitar recordar el Pacquiao – Mayweather. A falta de cuerdas en el ring, se fue contra la baranda del paso a desnivel al otro lado del carril. ¿Qué pasó después? No lo sé, otro taxista amable (dos en un día, debe ser San Patricio) me dejó pasar para llegar al caos de zona 15.

Escenas como esa ocurren todos los días en cada rincón de nuestra ciudad; en caso de que no haya palos, será con palabras o con pistolas, según la suerte.

El asunto se ha vuelto ya no insufrible, sino invivible. Saber que recorrer 22 km te puede tomar hasta tres horas (empíricamente comprobado) es la prueba de que hemos llegado al punto de no retorno, muy distinto de nuestro bulevares y avenidas, en donde hay retornos cada poco complicando aún más la cosa.

Sé que si salgo a manejar corro muy poco riesgo de morir en un accidente automovilístico por, por ejemplo, alta velocidad. Pero también sé que puedo ser víctima de los enfermos que el propio tráfico ha creado. Unos que devoran aceras, olvidan los intermitentes, llevan la tez roja y no soportan ver ese color en el semáforo; respingan con el claxon y sacan las garras (o los insultos, los palos o las pistolas) ante cualquier llamada de atención, sea justificada o no. Unos que tienen la fiebre cochina.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo