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Vino nuevo en odres viejos

Redacción
06 de febrero, 2018

Hay una parábola bíblica muy conocida, que se recoge en más de uno de los evangelios sinópticos, que hace referencia al hecho de poner “vino nuevo en viejos odres”. Dejando aparte el contexto de la historia religiosa que no viene al caso aquí citar, el mensaje se refiere al cuidado que se debe de tener de no echar a perder vinos finos y bien elaborados cuando se les pone en recipientes viejos y caducos. La parábola viene bien a cuestión por el debate nacional sobre “la vieja y la nueva política”, sobre lo qué significa una y otra, y al final sobre quién les representa.

Si por vieja política nos referimos al modo de operar que el país ha presenciado por décadas, en la que estructuras clientelares públicas y privadas se han organizado para robar los recursos públicos, para hacer asignaciones públicas a dedo, para repartirse las plazas como botín político, para sobrevalorar productos en las compras de gobierno y para crear espacios donde los intereses particulares controlan las decisiones públicas, no podemos menos que suscribir esa lucha y apoyarla sin ningún reparo. Estas prácticas son las que la ciudadanía honrada ha resentido y denunciado sin mayor resultado hasta hace apenas unos pocos años.  Hoy se han tocado la fibra de estas telarañas y su estremecimiento naturalmente se ha hecho sentir.

Ahora bien, si con esa caracterización entre viejos y nuevos se pretende disfrazar objetivos políticos determinados, se busca deslegitimar a golpe de generalizaciones a unos grupos en beneficio de otros, o a desviar simplemente la atención sobre las viejas prácticas que algunos de estos operadores siguen teniendo, entonces estamos frente a un intento burdo de hacer prevalecer las viejas mañas, únicamente que ahora disfrazadas de nuevos modos. No se le puede poner moño a lo que es la vieja y fea política. Simplemente sigue siendo vieja política.

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Prestarse a movilizar personas con necesidades económicas a golpe de refacción y viático con el objeto de hacerlas parte de marchas de las cuales muchas veces desconocen su propósito real, descalificar a tiro de rumor en los medios prestigios o reputaciones,  utilizar estructuras y redes profesionales, gremiales o académicas para avanzar agendas personales, silenciar voces con campañas negras en las redes es una forma de hacer vieja política. En estos últimos días y con toda la discusión de “pactos” de una u otra naturaleza, se ha visto operar a viejos políticos, con viejos métodos y viejos vicios por detrás de quienes enarbolan banderas de la nueva política.

Mi objetivo no es hacer perder entusiasmos a quienes hoy quieren renovar la política.  Buena falta que nos hace. Es simplemente que como en la parábola se debe tener el cuidado de no poner los vinos nuevos del entusiasmo, la energía y la motivación cívica en los odres viejos de aquellos políticos que agazapados simplemente buscan seguir tomando, como lo han hecho con aquellos que ya cayeron, los premios ilegítimos de la vieja política.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

Vino nuevo en odres viejos

Redacción
06 de febrero, 2018

Hay una parábola bíblica muy conocida, que se recoge en más de uno de los evangelios sinópticos, que hace referencia al hecho de poner “vino nuevo en viejos odres”. Dejando aparte el contexto de la historia religiosa que no viene al caso aquí citar, el mensaje se refiere al cuidado que se debe de tener de no echar a perder vinos finos y bien elaborados cuando se les pone en recipientes viejos y caducos. La parábola viene bien a cuestión por el debate nacional sobre “la vieja y la nueva política”, sobre lo qué significa una y otra, y al final sobre quién les representa.

Si por vieja política nos referimos al modo de operar que el país ha presenciado por décadas, en la que estructuras clientelares públicas y privadas se han organizado para robar los recursos públicos, para hacer asignaciones públicas a dedo, para repartirse las plazas como botín político, para sobrevalorar productos en las compras de gobierno y para crear espacios donde los intereses particulares controlan las decisiones públicas, no podemos menos que suscribir esa lucha y apoyarla sin ningún reparo. Estas prácticas son las que la ciudadanía honrada ha resentido y denunciado sin mayor resultado hasta hace apenas unos pocos años.  Hoy se han tocado la fibra de estas telarañas y su estremecimiento naturalmente se ha hecho sentir.

Ahora bien, si con esa caracterización entre viejos y nuevos se pretende disfrazar objetivos políticos determinados, se busca deslegitimar a golpe de generalizaciones a unos grupos en beneficio de otros, o a desviar simplemente la atención sobre las viejas prácticas que algunos de estos operadores siguen teniendo, entonces estamos frente a un intento burdo de hacer prevalecer las viejas mañas, únicamente que ahora disfrazadas de nuevos modos. No se le puede poner moño a lo que es la vieja y fea política. Simplemente sigue siendo vieja política.

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Prestarse a movilizar personas con necesidades económicas a golpe de refacción y viático con el objeto de hacerlas parte de marchas de las cuales muchas veces desconocen su propósito real, descalificar a tiro de rumor en los medios prestigios o reputaciones,  utilizar estructuras y redes profesionales, gremiales o académicas para avanzar agendas personales, silenciar voces con campañas negras en las redes es una forma de hacer vieja política. En estos últimos días y con toda la discusión de “pactos” de una u otra naturaleza, se ha visto operar a viejos políticos, con viejos métodos y viejos vicios por detrás de quienes enarbolan banderas de la nueva política.

Mi objetivo no es hacer perder entusiasmos a quienes hoy quieren renovar la política.  Buena falta que nos hace. Es simplemente que como en la parábola se debe tener el cuidado de no poner los vinos nuevos del entusiasmo, la energía y la motivación cívica en los odres viejos de aquellos políticos que agazapados simplemente buscan seguir tomando, como lo han hecho con aquellos que ya cayeron, los premios ilegítimos de la vieja política.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo