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El método literario de Ayn Rand, 2nda Parte

Redacción
05 de junio, 2018

Vimos en mi artículo anterior que Ayn Rand es una novelista Romántico-realista, debido a que crea una imagen del hombre como ser volitivo, cuyas acciones no están determinadas por el destino ni por los dioses ni por trágicas fallas genéticas ni por la sociedad, sino que por los valores que ha elegido; al hombre que es como “puede y debe ser”; héroes que son arquitectos, ingenieros, científicos, industriales, empresarios, hombres que pertenecen a la tierra y que actúan en la sociedad actual, mostrando un sentido de vida no manchado por la tragedia o por cualquier otra implicación de catástrofe metafísica o destino fatal. Vimos también que la esencia de su sentido de vida es una visión clara y eminentemente benevolente de la existencia, un sentido de un universo al que el hombre pertenece, un universo en donde son posibles para el hombre, el triunfo, la alegría y el florecimiento, y aunque no le están garantizados, son asequibles por la eficacia de su propio esfuerzo. Así mismo que el deseo de hacer visible al hombre ideal, que es lo que le hacía feliz, fue lo que la llevó a escribir las novelas, y la necesidad de definir lo que hace posible a un hombre ideal, la llevó a formular el contenido filosófico de esas novelas.

Antes del nacimiento del movimiento Romántico, el arte y en especial la literatura de Occidente estaba dominada por la “fatalidad”. Se presentaba al hombre como el juguete o títere de un inexorable destino fuera de su control, que determinaba el curso de su vida sin importar sus elecciones, deseos o acciones. Algunas veces el héroe trataba de desafiar su destino, otras se resignaba a éste, pero al final siempre era derrotado por el imperturbable e irreversible sino. La catarsis de la obra consistía en hacerlo reflexionar a uno como debería enfrentar la fatalidad. Por ejemplo en “Edipo Rey” de Sófocles, Edipo, quien por consejo de Creonte para terminar con la peste que azota a su reino, promete castigar severamente al asesino del anterior rey Layo. Para averiguar quién fue el asesino de Layo interroga al anciano adivino Tiresias y descubre para su horror, que ha sido juguete del destino, que el magnicida es él mismo, y que además desposó a su madre, y por tanto vive en incesto, y que sus cuatro hijos son sus hermanos. ¿Qué hace ahora? ¿Qué haría usted en esa situación? ¿Alegaría irresponsabilidad ética por no haber sido consciente de estas circunstancias, por haber sido juguete del destino? ¿Alegaría que la muerte de Layo fue un acto de justicia por haber intentado matar a Edipo cuando bebé? Pero ¿y el incesto? O, ¿asumiría su responsabilidad ética y procedería a castigarse? ¿Se sacaría los ojos y se desterraría como hizo Edipo?

Los dramas de Shakespeare presentan a hombres cuyas acciones no están determinadas por fuerzas externas, sino que por incontrolables pasiones o debilidades innatas, por esa “falla trágica” que no puede resistir y que desafía todas sus esperanzas, intenciones y planes. En sus obras el hombre es un peón del destino, atrapado en un universo esencialmente hostil para con sus intenciones, y donde, si tiene éxito, éste no se debe a su propio esfuerzo, sino que circunstancias externas fortuitas.

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La novela Romántica –un nuevo género del siglo XVIII– presentó en su trama, que es una serie de eventos conectados lógicamente, al hombre motivado por sus valores elegidos, proyectando lo que debe elegir hacer. En esta trama, el curso de la vida del hombre está determinado por su propósito, por él mismo elegido, que persigue a lo largo de una serie de problemas relevantes que debe resolver, de obstáculos no-accidentales que debe superar, de conflictos que debe enfrentar –conflictos entre sus propios valores y/o conflictos entre sus valores y los de otros– a través de una serie de eventos coherentes e integrados que conducen al clímax o resolución final.

El concepto de ‘valores’ como el elemento crucial y determinante de la vida del hombre es la premisa central y dominante de la trama de la novela Romántica. Pero esta premisa se encontró con una contradicción desde el principio: La contradicción entre los requerimientos de la vida del hombre en la tierra y el código moral místico-altruista imperante en la época. Por eso, muchas novelas Románticas, cuyo sentido de vida es esencialmente favorable a la vida del hombre en esta tierra, tienen finales trágicos, como por ejemplo las novelas “Nuestra Señora de París” o “El Hombre que ríe” de Víctor Hugo. Y esta también es la razón por la que tantas novelas Románticas se desarrollan en algún remoto período del pasado, como las de Walter Scott que se desarrollan en el medioevo. Novelas como “Los Miserables” de Víctor Hugo, que tratan con problemas trascendentales de la época del autor, son casos excepcionales. Pero la mayoría al escapar de su presente contradijeron su creencia filosófica básica de la eficacia del hombre, pues vieron al hombre como ser heroico pero la vida como trágica. No fueron capaces de concretizar y proyectar con éxito la realización del hombre en la tierra ya que ni los valores tradicionales del misticismo ni sus desafiantes valores subjetivos pudieron hacer tal realización posible. Por todo esto, acusaron a los escritores Románticos de “escapismo”, de huir de la realidad, de presentar un sentimentalismo irreal.

El movimiento contra-revolucionario contra el Romanticismo fue el Naturalismo, también clasificado como Realismo o Realismo Social, que consistió en un volver a la visión pre-Romántica del hombre, sólo que en una versión peor. Reintrodujeron el motivo de la “fatalidad” presentando nuevamente al hombre como el juguete indefenso e impotente de fuerzas irresistibles, sólo que estas en lugar de ser el poder omnipotente de los dioses o de “fallas trágicas”, son el omnipotente poder de la sociedad, o de la familia, o de la educación, o de la casta social, o de la clase social, o del estado económico. Los escritores Naturalistas pretenden que el propósito de la novela es transcribir la vida como “realmente es”, como la vive la gente que los rodea, como los hombres que observan, y nunca como “deben ser”. Afirman que no es posible el “debe ser”, ni la elección moral, ni los valores, porque el hombre no puede evitar ser quien es, pues es el producto de su entorno; su vida y su carácter están determinados por fuerzas fuera de su control. Rand lo describe así:

“La escuela de escribir Naturalista consiste en sustituir estadísticas por el estándar de valor, luego catalogar detalles momentáneos, fotográficos y periodísticos de un país, región, ciudad o traspatio en una década, año, mes o segundo dado, sobre la premisa de: ‘Esto es lo que los hombres han hecho’ –en contra de la premisa de: ‘Esto es lo que los hombres han elegido y/o debieran elegir hacer’”. [Ayn Rand. Los que Vivimos. “Prólogo”, vi].

Ayn Rand trajo de vuelta a la literatura los valores y esta tierra. Eligió escribir sobre los aspectos más urgentes y fundamentales de nuestra época y usarlos como material para el arte Romántico. En sus novelas, los valores son aplicables a la realidad, se pueden practicar, pueden servir de guía al hombre para alcanzar la felicidad y el éxito. Como resultado de esto, sus héroes, predominantemente, ganan sus batallas, alcanzan sus metas, tienen éxito en sus propias vidas.

Continuará.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

El método literario de Ayn Rand, 2nda Parte

Redacción
05 de junio, 2018

Vimos en mi artículo anterior que Ayn Rand es una novelista Romántico-realista, debido a que crea una imagen del hombre como ser volitivo, cuyas acciones no están determinadas por el destino ni por los dioses ni por trágicas fallas genéticas ni por la sociedad, sino que por los valores que ha elegido; al hombre que es como “puede y debe ser”; héroes que son arquitectos, ingenieros, científicos, industriales, empresarios, hombres que pertenecen a la tierra y que actúan en la sociedad actual, mostrando un sentido de vida no manchado por la tragedia o por cualquier otra implicación de catástrofe metafísica o destino fatal. Vimos también que la esencia de su sentido de vida es una visión clara y eminentemente benevolente de la existencia, un sentido de un universo al que el hombre pertenece, un universo en donde son posibles para el hombre, el triunfo, la alegría y el florecimiento, y aunque no le están garantizados, son asequibles por la eficacia de su propio esfuerzo. Así mismo que el deseo de hacer visible al hombre ideal, que es lo que le hacía feliz, fue lo que la llevó a escribir las novelas, y la necesidad de definir lo que hace posible a un hombre ideal, la llevó a formular el contenido filosófico de esas novelas.

Antes del nacimiento del movimiento Romántico, el arte y en especial la literatura de Occidente estaba dominada por la “fatalidad”. Se presentaba al hombre como el juguete o títere de un inexorable destino fuera de su control, que determinaba el curso de su vida sin importar sus elecciones, deseos o acciones. Algunas veces el héroe trataba de desafiar su destino, otras se resignaba a éste, pero al final siempre era derrotado por el imperturbable e irreversible sino. La catarsis de la obra consistía en hacerlo reflexionar a uno como debería enfrentar la fatalidad. Por ejemplo en “Edipo Rey” de Sófocles, Edipo, quien por consejo de Creonte para terminar con la peste que azota a su reino, promete castigar severamente al asesino del anterior rey Layo. Para averiguar quién fue el asesino de Layo interroga al anciano adivino Tiresias y descubre para su horror, que ha sido juguete del destino, que el magnicida es él mismo, y que además desposó a su madre, y por tanto vive en incesto, y que sus cuatro hijos son sus hermanos. ¿Qué hace ahora? ¿Qué haría usted en esa situación? ¿Alegaría irresponsabilidad ética por no haber sido consciente de estas circunstancias, por haber sido juguete del destino? ¿Alegaría que la muerte de Layo fue un acto de justicia por haber intentado matar a Edipo cuando bebé? Pero ¿y el incesto? O, ¿asumiría su responsabilidad ética y procedería a castigarse? ¿Se sacaría los ojos y se desterraría como hizo Edipo?

Los dramas de Shakespeare presentan a hombres cuyas acciones no están determinadas por fuerzas externas, sino que por incontrolables pasiones o debilidades innatas, por esa “falla trágica” que no puede resistir y que desafía todas sus esperanzas, intenciones y planes. En sus obras el hombre es un peón del destino, atrapado en un universo esencialmente hostil para con sus intenciones, y donde, si tiene éxito, éste no se debe a su propio esfuerzo, sino que circunstancias externas fortuitas.

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La novela Romántica –un nuevo género del siglo XVIII– presentó en su trama, que es una serie de eventos conectados lógicamente, al hombre motivado por sus valores elegidos, proyectando lo que debe elegir hacer. En esta trama, el curso de la vida del hombre está determinado por su propósito, por él mismo elegido, que persigue a lo largo de una serie de problemas relevantes que debe resolver, de obstáculos no-accidentales que debe superar, de conflictos que debe enfrentar –conflictos entre sus propios valores y/o conflictos entre sus valores y los de otros– a través de una serie de eventos coherentes e integrados que conducen al clímax o resolución final.

El concepto de ‘valores’ como el elemento crucial y determinante de la vida del hombre es la premisa central y dominante de la trama de la novela Romántica. Pero esta premisa se encontró con una contradicción desde el principio: La contradicción entre los requerimientos de la vida del hombre en la tierra y el código moral místico-altruista imperante en la época. Por eso, muchas novelas Románticas, cuyo sentido de vida es esencialmente favorable a la vida del hombre en esta tierra, tienen finales trágicos, como por ejemplo las novelas “Nuestra Señora de París” o “El Hombre que ríe” de Víctor Hugo. Y esta también es la razón por la que tantas novelas Románticas se desarrollan en algún remoto período del pasado, como las de Walter Scott que se desarrollan en el medioevo. Novelas como “Los Miserables” de Víctor Hugo, que tratan con problemas trascendentales de la época del autor, son casos excepcionales. Pero la mayoría al escapar de su presente contradijeron su creencia filosófica básica de la eficacia del hombre, pues vieron al hombre como ser heroico pero la vida como trágica. No fueron capaces de concretizar y proyectar con éxito la realización del hombre en la tierra ya que ni los valores tradicionales del misticismo ni sus desafiantes valores subjetivos pudieron hacer tal realización posible. Por todo esto, acusaron a los escritores Románticos de “escapismo”, de huir de la realidad, de presentar un sentimentalismo irreal.

El movimiento contra-revolucionario contra el Romanticismo fue el Naturalismo, también clasificado como Realismo o Realismo Social, que consistió en un volver a la visión pre-Romántica del hombre, sólo que en una versión peor. Reintrodujeron el motivo de la “fatalidad” presentando nuevamente al hombre como el juguete indefenso e impotente de fuerzas irresistibles, sólo que estas en lugar de ser el poder omnipotente de los dioses o de “fallas trágicas”, son el omnipotente poder de la sociedad, o de la familia, o de la educación, o de la casta social, o de la clase social, o del estado económico. Los escritores Naturalistas pretenden que el propósito de la novela es transcribir la vida como “realmente es”, como la vive la gente que los rodea, como los hombres que observan, y nunca como “deben ser”. Afirman que no es posible el “debe ser”, ni la elección moral, ni los valores, porque el hombre no puede evitar ser quien es, pues es el producto de su entorno; su vida y su carácter están determinados por fuerzas fuera de su control. Rand lo describe así:

“La escuela de escribir Naturalista consiste en sustituir estadísticas por el estándar de valor, luego catalogar detalles momentáneos, fotográficos y periodísticos de un país, región, ciudad o traspatio en una década, año, mes o segundo dado, sobre la premisa de: ‘Esto es lo que los hombres han hecho’ –en contra de la premisa de: ‘Esto es lo que los hombres han elegido y/o debieran elegir hacer’”. [Ayn Rand. Los que Vivimos. “Prólogo”, vi].

Ayn Rand trajo de vuelta a la literatura los valores y esta tierra. Eligió escribir sobre los aspectos más urgentes y fundamentales de nuestra época y usarlos como material para el arte Romántico. En sus novelas, los valores son aplicables a la realidad, se pueden practicar, pueden servir de guía al hombre para alcanzar la felicidad y el éxito. Como resultado de esto, sus héroes, predominantemente, ganan sus batallas, alcanzan sus metas, tienen éxito en sus propias vidas.

Continuará.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo