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Encuentro casual con Carlos Mérida

Redacción República
27 de enero, 2019

Encuentro casual con Carlos Mérida, esta es la historia urbana de José Vicente Solórzano Aguilar.

Las capitales tienden a acumularlo todo y a desparramarse por los municipios vecinos cuando el terreno no les alcanza para recibir a tantas personas que llegan a estudiar, trabajar y ver qué hace.

Ahí están las librerías mejor surtidas y las bibliotecas que resguardan documentos imposibles de localizar en el pueblo natal. No faltan los zoológicos poblados con los animales que están a punto de extinguirse en su medio natural y los museos, esos edificios que pertenecieron a familias pudientes o fueron construidos con la intención de que albergaran los cuadros, las estatuas, los jarrones, los daguerrotipos y las vasijas precolombinas desenterradas cuando se cavaron los cimientos de la casa.

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Y cierto día, el visitante de paso por la ciudad de las gradas –la Ciudad de México– se fija que cuelgan varias mantas vinílicas que anuncian la muestra dedicada al pintor guatemalteco Carlos Mérida. La exposición que conmemora el centenario de su llegada a la Ciudad de México está en el Museo Nacional de Arte, abreviado Munal. Mérida, como Augusto Monterroso, Ricardo Arjona, Héctor Sandarti y Severo Martínez Peláez, encontró en nuestro más cercano vecino el espacio que necesitó para trabajar y el reconocimiento debido a su obra.

Sabe que la entrada es gratuita los domingos, por lo que memoriza la ubicación del lugar para no demorar buen rato en encontrarlo. Sus conocimientos de pintura son básicos: admira el trabajo de Jerónimo Bosco, el Greco y Vincent van Gogh, siempre recuerda el primer encuentro que tuvo con La maja desnuda en las páginas de cierto diccionario enciclopédico, y le encantan los dibujos de Arnaldo «El Tecolote» Ramírez Amaya. No fue un buen alumno de artes plásticas en la secundaria; regaba la tinta china cuando intentaba trazar círculos con el compás; se pregunta cómo le hacían Luis Cardoza y Aragón y Juan B. Juárez para escribir crítica de arte. Se le escapa todo lo que se relacione con la línea, el trazo, los colores, la perspectiva e interpretaciones que surgen alrededor de los cuadros.

Pero no importa. Sale al encuentro de su lejano compatriota. Ahí están las acuarelas que pintó como estudiante, basadas en el paisaje natal de Quetzaltenango. También se reproducen los murales que ideó para multifamiliares y oficinas públicas de México. Abarcan desde la captación del paisaje que lo rodea hasta su personal estilo geométrico donde líneas y colores se funden y se entrelazan, con predominio de los rojos, azules, anaranjados y blancos, para formar su visión del hombre mesoamericano. Supone que Mérida observó las formas tejidas en los güipiles de la población quiché de Quetzaltenango hasta impregnárselos en la memoria; luego los fundió cuando estudió los trajes regionales mexicanos.

Trata de detenerse los minutos que sean necesarios para contemplar los cuadros que más le atraen. Lee que Mérida estudió música y trasladó los conocimientos que obtuvo a sus cuadros. Eso explica que sus colores cobren movimiento ante el contemplador, algunas figuras den la impresión de bailar al son de instrumentos y estén a punto de salir del lienzo, a pasear entre los espectadores. Se pregunta por qué no hacen una exposición similar en el Museo Nacional de Arte Moderno de Guatemala.

Carlos Mérida 1891-1984: retrato escrito. Museo Nacional de Arte (Munal), Tacuba 8, Centro Histórico. Abierta hasta el 17 de marzo de 2019.

Posdata.- Al caminar por Tacuba, ni se le ocurra aceptar los volantes que reparten a las afueras de edificios. Se verá sometido a una persecución implacable por parte de quien le entregó el aviso, insistiéndole que lo acompañe al negocio que promueve. Me consta que el seguimiento dura hasta un par de cuadras, por mucho que acelere el paso.

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Ahí están las librerías mejor surtidas y las bibliotecas que resguardan documentos imposibles de localizar en el pueblo natal. No faltan los zoológicos poblados con los animales que están a punto de extinguirse en su medio natural y los museos, esos edificios que pertenecieron a familias pudientes o fueron construidos con la intención de que albergaran los cuadros, las estatuas, los jarrones, los daguerrotipos y las vasijas precolombinas desenterradas cuando se cavaron los cimientos de la casa.

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Y cierto día, el visitante de paso por la ciudad de las gradas –la Ciudad de México– se fija que cuelgan varias mantas vinílicas que anuncian la muestra dedicada al pintor guatemalteco Carlos Mérida. La exposición que conmemora el centenario de su llegada a la Ciudad de México está en el Museo Nacional de Arte, abreviado Munal. Mérida, como Augusto Monterroso, Ricardo Arjona, Héctor Sandarti y Severo Martínez Peláez, encontró en nuestro más cercano vecino el espacio que necesitó para trabajar y el reconocimiento debido a su obra.

Sabe que la entrada es gratuita los domingos, por lo que memoriza la ubicación del lugar para no demorar buen rato en encontrarlo. Sus conocimientos de pintura son básicos: admira el trabajo de Jerónimo Bosco, el Greco y Vincent van Gogh, siempre recuerda el primer encuentro que tuvo con La maja desnuda en las páginas de cierto diccionario enciclopédico, y le encantan los dibujos de Arnaldo «El Tecolote» Ramírez Amaya. No fue un buen alumno de artes plásticas en la secundaria; regaba la tinta china cuando intentaba trazar círculos con el compás; se pregunta cómo le hacían Luis Cardoza y Aragón y Juan B. Juárez para escribir crítica de arte. Se le escapa todo lo que se relacione con la línea, el trazo, los colores, la perspectiva e interpretaciones que surgen alrededor de los cuadros.

Pero no importa. Sale al encuentro de su lejano compatriota. Ahí están las acuarelas que pintó como estudiante, basadas en el paisaje natal de Quetzaltenango. También se reproducen los murales que ideó para multifamiliares y oficinas públicas de México. Abarcan desde la captación del paisaje que lo rodea hasta su personal estilo geométrico donde líneas y colores se funden y se entrelazan, con predominio de los rojos, azules, anaranjados y blancos, para formar su visión del hombre mesoamericano. Supone que Mérida observó las formas tejidas en los güipiles de la población quiché de Quetzaltenango hasta impregnárselos en la memoria; luego los fundió cuando estudió los trajes regionales mexicanos.

Trata de detenerse los minutos que sean necesarios para contemplar los cuadros que más le atraen. Lee que Mérida estudió música y trasladó los conocimientos que obtuvo a sus cuadros. Eso explica que sus colores cobren movimiento ante el contemplador, algunas figuras den la impresión de bailar al son de instrumentos y estén a punto de salir del lienzo, a pasear entre los espectadores. Se pregunta por qué no hacen una exposición similar en el Museo Nacional de Arte Moderno de Guatemala.

Carlos Mérida 1891-1984: retrato escrito. Museo Nacional de Arte (Munal), Tacuba 8, Centro Histórico. Abierta hasta el 17 de marzo de 2019.

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