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Redacción República
23 de febrero, 2019

Nuestros visitantes,ESTA ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.

En el patio de la casa donde vivo, cerca del portón que da a la calle, crece la planta que da la flor de siempreviva. Temprano por la mañana, o tarde por la tarde, atrae a varios colibríes. Ya identifiqué a una pareja color verde esmeralda; otro más pequeñito, con el pecho blanco; y un tercero, entre anaranjado y café.

A veces ofrecen la rara posibilidad de verlos quietecitos, posados en una rama, como el que contemplé hace años entre los cipresales de un cementerio de Mixco. Supuse que ya era mayor, sus plumas carecían de brillantez y tenía las alas percudidas; acabo de leer que los colibríes viven de tres a cinco años en estado silvestre.

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Como me la paso atento a que aparezcan, cual visita que siempre se espera, ya puedo distinguir su gorjeo del canto de los demás pájaros. En ese momento espero a que se note un alboroto entre las siemprevivas y ahí están las pequeñas agujas voladoras, abasteciéndose de néctar.

Por supuesto, nada de salir corriendo a traer la cámara para tomarles fotos. Deben apreciarse al natural, sin acercamientos que los incomoden, como esa mañana que consultaba mi correo electrónico desde el segundo piso de una casa situada en el barrio antiguo de Monterrey, estado de Nuevo León. Al alzar la vista de la pantalla me encontré con un pájaro carpintero punk posado en la rama de un pino cercano: el copete empezaba en amarillo, proseguía en anaranjado y remataba en rojo.

Tales son las bondades de las casas de antes, las que llegaban a ocupar media manzana de terreno. Los dueños dedicaban espacios generosos al patio, el jardín y, si alcanzaba, al huerto. Árboles frutales, como los palos de mango, guayabales y nisperales, daban sombra y cierto quehacer a la hora de barrer los frutos desperdiciados en el patio. El sitio, como le conocían al rincón alejado de las habitaciones y los sanitarios, se destinaba a los cafetales y a la milpa.

Conforme avanzó la deforestación, las aves volaron del monte y buscaron refugio en los patios. La especie más resistente, a prueba de rudezas climáticas y cambios de hábitos alimenticios, es el sanate.

Según la ubicación geográfica, llegan sharas, arañeros, chiltotes, matraquitas y palomas de Castilla. En lugar de sus depredadores naturales, se las tienen que ver con los gatos al acecho y los niños armados con hondas. Encuentran fruta para comer, ramas donde construir sus nidos y flores que los necesitan para polinizarse. Es la tarea que cumplen los colibríes que acabo de atisbar mientras tecleaba estas notas.

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A veces ofrecen la rara posibilidad de verlos quietecitos, posados en una rama, como el que contemplé hace años entre los cipresales de un cementerio de Mixco. Supuse que ya era mayor, sus plumas carecían de brillantez y tenía las alas percudidas; acabo de leer que los colibríes viven de tres a cinco años en estado silvestre.

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Por supuesto, nada de salir corriendo a traer la cámara para tomarles fotos. Deben apreciarse al natural, sin acercamientos que los incomoden, como esa mañana que consultaba mi correo electrónico desde el segundo piso de una casa situada en el barrio antiguo de Monterrey, estado de Nuevo León. Al alzar la vista de la pantalla me encontré con un pájaro carpintero punk posado en la rama de un pino cercano: el copete empezaba en amarillo, proseguía en anaranjado y remataba en rojo.

Tales son las bondades de las casas de antes, las que llegaban a ocupar media manzana de terreno. Los dueños dedicaban espacios generosos al patio, el jardín y, si alcanzaba, al huerto. Árboles frutales, como los palos de mango, guayabales y nisperales, daban sombra y cierto quehacer a la hora de barrer los frutos desperdiciados en el patio. El sitio, como le conocían al rincón alejado de las habitaciones y los sanitarios, se destinaba a los cafetales y a la milpa.

Conforme avanzó la deforestación, las aves volaron del monte y buscaron refugio en los patios. La especie más resistente, a prueba de rudezas climáticas y cambios de hábitos alimenticios, es el sanate.

Según la ubicación geográfica, llegan sharas, arañeros, chiltotes, matraquitas y palomas de Castilla. En lugar de sus depredadores naturales, se las tienen que ver con los gatos al acecho y los niños armados con hondas. Encuentran fruta para comer, ramas donde construir sus nidos y flores que los necesitan para polinizarse. Es la tarea que cumplen los colibríes que acabo de atisbar mientras tecleaba estas notas.

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