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Pobreza judicial

Carolina Castellanos
29 de agosto, 2019

Estamos a pocos días de cerrar uno de los peores capítulos de nuestra historia en Guatemala. Por supuesto, me refiero a la salida de CICIG, con todo y sus injerencias indebidas e ilegales, corrupción, podredumbre, ideología de izquierda que destruyó todo a su paso.  Para mí, esto ha sido equivalente a los desastres naturales que nos han sucedido en nuestra Guate, como los huracanes, hundimientos, erupciones, deslaves y cuanta cosa. Como sucede en esos casos, nos toca reconstruir después de la tragedia.

Con los desastres naturales, la solidaridad chapina se ha desbordado siempre.  Entre todos logramos recolectar y donar cantidades inimaginables de comida, ropa, enseres y demás.  Cosa por cosa, las organizaciones de ayuda las reparten a todas las personas necesitadas.

Estamos en una situación que requiere de todos nosotros, nuevamente, excepto que ahora no nos toca llevar comida ni ropa ni enseres a ningún lugar, sino actuar como buenos guatemaltecos para que esa pobreza en la que nos dejó CICIG, quede eliminada para siempre.

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Los desastres naturales han acabado con muchas áreas de nuestro país pues tenemos débil infraestructura y demasiadas personas viven en laderas, barrancos, riberas de ríos y otras muy susceptibles a quedar destruidas totalmente.  Así que, cuando llega un huracán, que es parte de la vida de este planeta, todos ellos quedan en la peor de las condiciones.

Ahora, después del huracán CICIG, el país completo ha quedado en esas peores condiciones.  ¿Por qué? Una ausencia total de institucionalidad fue el campo perfecto para que lograra llegar hasta el último rincón de Guatemala.  

¿A qué me refiero?  Al sistema de justicia.  Ni el peor tsunami lo hubiera destruido tanto, pues ahora llegó a lo más profundo de esas laderas y hondonadas; desde las barreadas y pequeñas parcelas hasta las áreas más lujosas en el país, a las ciudades y pueblos, dejándonos a todos en la más absoluta pobreza judicial.

¿A qué le llamo pobreza judicial? A un sistema que no sirve, no porque falte personal o cobertura (que sí hace falta, sin duda), sino porque se perdió la función principal: ¡justicia!  Así como una casa debe protegernos de las inclemencias del tiempo, un sistema de justicia sólido debe protegernos de las injusticias. Todos, absolutamente todos en Guatemala, estamos sujetos a necesitar del sistema.  Desde reportar que se nos extravió la licencia o el DPI hasta denunciar a alguien por robo, estafa o cualquier otro delito comercial. Desde una demanda por cualquier tema hasta procesar a los ladrones de propiedades e identidad.  Desde brindar justicia encarcelando a los mareros y a quienes bloquean carreteras, hasta poner un alto a abusos de trabajadores de todo tipo de empresas, proteger nuestra propiedad, sea ésta un teléfono celular, una moto o una casa.  

Pero CICIG, donde incluyo a los tres comisionados pero en especial al último, mostraron cómo implantar pruebas para acusar a quienes querían destruir, principalmente al sector empresarial y al ejército, siendo estos grupos los más detestados por la ideología de izquierda a nivel mundial.  Dieron clases magistrales de cómo violar la Constitución al hacer sus shows mediáticos, olvidándose de la presunción de inocencia. Demostraron que, si el “pobre” es cualquier otro que no sea los que favorecían a sus planes, había que destruirlo, cual huracán o erupción, metiéndolos a la cárcel y tirando la llave.

Esto nos convierte a todos en pobres ante la indefensa fuerza de jueces que aprendieron a favorecer a aquellos que convienen a sus intereses, o que se dejaron extorsionar por esa fuerza supranacional a cambio de prebendas, para evitar ser acusados de algo y meterlos presos, o quién sabe qué más. 

La ropa, comida y enseres se tienen que transformar en acusaciones formales hacia todos aquellos jueces y fiscales que han violado la ley que juraron proteger y defender. No hay laderas destruidas ni casas soterradas, hay familias devastadas que merecen justicia. El debido proceso se debe respetar de forma categórica y absoluta para que prevalezca el imperio de la ley.  Solo así cada quien recibirá la condena o la libertad que merece.

En vez de comida, las víctimas de esa pobreza judicial, que somos todos los que vivimos en este gran país, requerimos de jueces que se apeguen a la ley con todo lo que tienen y que olviden esas prácticas corruptas que han dejado Guatemala en la peor desolación que ha sufrido en muchísimos años.


Pobreza judicial

Carolina Castellanos
29 de agosto, 2019

Estamos a pocos días de cerrar uno de los peores capítulos de nuestra historia en Guatemala. Por supuesto, me refiero a la salida de CICIG, con todo y sus injerencias indebidas e ilegales, corrupción, podredumbre, ideología de izquierda que destruyó todo a su paso.  Para mí, esto ha sido equivalente a los desastres naturales que nos han sucedido en nuestra Guate, como los huracanes, hundimientos, erupciones, deslaves y cuanta cosa. Como sucede en esos casos, nos toca reconstruir después de la tragedia.

Con los desastres naturales, la solidaridad chapina se ha desbordado siempre.  Entre todos logramos recolectar y donar cantidades inimaginables de comida, ropa, enseres y demás.  Cosa por cosa, las organizaciones de ayuda las reparten a todas las personas necesitadas.

Estamos en una situación que requiere de todos nosotros, nuevamente, excepto que ahora no nos toca llevar comida ni ropa ni enseres a ningún lugar, sino actuar como buenos guatemaltecos para que esa pobreza en la que nos dejó CICIG, quede eliminada para siempre.

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Los desastres naturales han acabado con muchas áreas de nuestro país pues tenemos débil infraestructura y demasiadas personas viven en laderas, barrancos, riberas de ríos y otras muy susceptibles a quedar destruidas totalmente.  Así que, cuando llega un huracán, que es parte de la vida de este planeta, todos ellos quedan en la peor de las condiciones.

Ahora, después del huracán CICIG, el país completo ha quedado en esas peores condiciones.  ¿Por qué? Una ausencia total de institucionalidad fue el campo perfecto para que lograra llegar hasta el último rincón de Guatemala.  

¿A qué me refiero?  Al sistema de justicia.  Ni el peor tsunami lo hubiera destruido tanto, pues ahora llegó a lo más profundo de esas laderas y hondonadas; desde las barreadas y pequeñas parcelas hasta las áreas más lujosas en el país, a las ciudades y pueblos, dejándonos a todos en la más absoluta pobreza judicial.

¿A qué le llamo pobreza judicial? A un sistema que no sirve, no porque falte personal o cobertura (que sí hace falta, sin duda), sino porque se perdió la función principal: ¡justicia!  Así como una casa debe protegernos de las inclemencias del tiempo, un sistema de justicia sólido debe protegernos de las injusticias. Todos, absolutamente todos en Guatemala, estamos sujetos a necesitar del sistema.  Desde reportar que se nos extravió la licencia o el DPI hasta denunciar a alguien por robo, estafa o cualquier otro delito comercial. Desde una demanda por cualquier tema hasta procesar a los ladrones de propiedades e identidad.  Desde brindar justicia encarcelando a los mareros y a quienes bloquean carreteras, hasta poner un alto a abusos de trabajadores de todo tipo de empresas, proteger nuestra propiedad, sea ésta un teléfono celular, una moto o una casa.  

Pero CICIG, donde incluyo a los tres comisionados pero en especial al último, mostraron cómo implantar pruebas para acusar a quienes querían destruir, principalmente al sector empresarial y al ejército, siendo estos grupos los más detestados por la ideología de izquierda a nivel mundial.  Dieron clases magistrales de cómo violar la Constitución al hacer sus shows mediáticos, olvidándose de la presunción de inocencia. Demostraron que, si el “pobre” es cualquier otro que no sea los que favorecían a sus planes, había que destruirlo, cual huracán o erupción, metiéndolos a la cárcel y tirando la llave.

Esto nos convierte a todos en pobres ante la indefensa fuerza de jueces que aprendieron a favorecer a aquellos que convienen a sus intereses, o que se dejaron extorsionar por esa fuerza supranacional a cambio de prebendas, para evitar ser acusados de algo y meterlos presos, o quién sabe qué más. 

La ropa, comida y enseres se tienen que transformar en acusaciones formales hacia todos aquellos jueces y fiscales que han violado la ley que juraron proteger y defender. No hay laderas destruidas ni casas soterradas, hay familias devastadas que merecen justicia. El debido proceso se debe respetar de forma categórica y absoluta para que prevalezca el imperio de la ley.  Solo así cada quien recibirá la condena o la libertad que merece.

En vez de comida, las víctimas de esa pobreza judicial, que somos todos los que vivimos en este gran país, requerimos de jueces que se apeguen a la ley con todo lo que tienen y que olviden esas prácticas corruptas que han dejado Guatemala en la peor desolación que ha sufrido en muchísimos años.