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Las tensiones de una campaña electoral atípica

Armando De la Torre
25 de septiembre, 2020

Las próximas elecciones presidenciales en los Estados Unidos de América el próximo tres de noviembre, se han convertido en un evento de tanta trascendencia mundial.


En lo más hondo, allí se enfrentarán dos opciones de vida paradigmáticos: el de quienes hacen y el de quienes critican a los que hacen.

Más en concreto, entre aquellos más leales al modelo republicano original de un Madison o de un Lincoln y los perdedores por inercia propia de siempre, es decir, las muchedumbres de aquellos que solo demandan pero nada aportan al pan que consumen ni al circo que los entretiene.

Dilema antiquísimo.

En cuanto docente universitario, yo los clasificaría como otro choque más de tantos miles en la historia, entre los que logran algo con su sudor y sus lágrimas y quienes se conforman pasivamente con saborear el fruto de la victoria… que siempre es ajena.

El Partido Demócrata en ese país se halla en franca y posiblemente en terminal decadencia. El Republicano, en cambio, todavía retiene el impulso puritano y pionero de algunos pocos grandes constructores de tan exitoso fenómeno político en la historia de la humanidad: los constituyentes de 1776.

Ninguna otra mejor evidencia para ello que los abiertos y demoledores ataques callejeros contra los símbolos más elocuentes de su propia herencia nacional (incluidos aquellos como las estatuas de Colón, Washington o Lincoln) por una plebe (allá se las llama mob) de jóvenes holgazanes y semianalfabetas.

Quiero añadir aquí un matiz que muy pocos otros en el resto del mundo aducen. Soy cubano de origen, aun cuando nacido en Nueva York. De la reelección de Trump espero ansioso una corrección liberadora de la Cuba que por la inseguridad personal de John F. Kennedy no se pudo lograr en 1961: la invasión de la isla integrada exclusivamente por cubanos forzados previamente al exilio por la tiranía totalitaria de Fidel Castro y de esos otros acólitos a la fuerza, Venezuela y Nicaragua.

A propósito, Roberto: Cuban lives do matter too. También las de los venezolanos y nicaragüenses, y no solo la de los afroamericanos o la de los mexicanos asentados legal o ilegalmente en territorio norteamericano.

Trump, por otra parte, ha puesto un punto final a las interminables guerras en el Oriente Próximo, desatadas por cierto por los demócratas y en el caso de Irak por los republicanos que en ese punto les fueron afines.

También ha despertado en la conciencia de todos sus conciudadanos el recuerdo de los verdaderos hacedores del gran “milagro” americano de verdadera resonancia mundial: el de sus trabajadores manuales, ahí nacidos o inmigrados principalmente desde Europa, e incentivados por grandes emprendedores de esos mismos orígenes, los Vanderbilt, por ejemplo, o los Morgan, los Ford o los Rockefeller.

Simultáneamente, Trump ha sido el único en ponerle un alto al muy peligroso expansionismo totalitario chino. Y ha blindado la economía de su país contra la repetición de una depresión heredada de sus predecesores en la presidencia de la República, y hasta en medio de esa pandemia inesperada y facilitada irresponsablemente por el Partido Comunista chino.

Trump ha devuelto a su pueblo el respeto debido hacia sus fuerzas del orden y hacia sus magistrados al servicio de una justicia igual para todos; y ha acelerado el ascenso económico sin precedentes de minorías étnicas de negros, latinos (cuarenta millones de ellos de raíces mexicanas) y de asiáticos dentro de las fronteras de ese gran país. Al tiempo que cumplió con la promesa de todas las demás presidencias y nunca llevada a cabo, de reconocer en Jerusalén la capital definitiva del pueblo de Israel.

Todo ello, en tiempos moralmente menos decadentes le habría asegurado una fácil reelección y hasta un premio nobel, como lo han sugerido algunos parlamentarios noruegos.

La herencia final, sea dicho de paso, de la suma de la pérdida de la fe religiosa en muchos, y de la consecuente desintegración de la familia nuclear y, nunca olvidarlo, de ese permanente bombardeo en las escuelas públicas del país y a todos sus niveles en pro de un socialismo utópico y de cuya historia real no han tenido la más mínima experiencia.

¿Vencerá una vez más esa sociedad tan promisoria y, en términos de la justicia, tan eficiente?

El próximo tres de noviembre nos enteraremos. Zona de los archivos adjuntos

Las tensiones de una campaña electoral atípica

Armando De la Torre
25 de septiembre, 2020

Las próximas elecciones presidenciales en los Estados Unidos de América el próximo tres de noviembre, se han convertido en un evento de tanta trascendencia mundial.


En lo más hondo, allí se enfrentarán dos opciones de vida paradigmáticos: el de quienes hacen y el de quienes critican a los que hacen.

Más en concreto, entre aquellos más leales al modelo republicano original de un Madison o de un Lincoln y los perdedores por inercia propia de siempre, es decir, las muchedumbres de aquellos que solo demandan pero nada aportan al pan que consumen ni al circo que los entretiene.

Dilema antiquísimo.

En cuanto docente universitario, yo los clasificaría como otro choque más de tantos miles en la historia, entre los que logran algo con su sudor y sus lágrimas y quienes se conforman pasivamente con saborear el fruto de la victoria… que siempre es ajena.

El Partido Demócrata en ese país se halla en franca y posiblemente en terminal decadencia. El Republicano, en cambio, todavía retiene el impulso puritano y pionero de algunos pocos grandes constructores de tan exitoso fenómeno político en la historia de la humanidad: los constituyentes de 1776.

Ninguna otra mejor evidencia para ello que los abiertos y demoledores ataques callejeros contra los símbolos más elocuentes de su propia herencia nacional (incluidos aquellos como las estatuas de Colón, Washington o Lincoln) por una plebe (allá se las llama mob) de jóvenes holgazanes y semianalfabetas.

Quiero añadir aquí un matiz que muy pocos otros en el resto del mundo aducen. Soy cubano de origen, aun cuando nacido en Nueva York. De la reelección de Trump espero ansioso una corrección liberadora de la Cuba que por la inseguridad personal de John F. Kennedy no se pudo lograr en 1961: la invasión de la isla integrada exclusivamente por cubanos forzados previamente al exilio por la tiranía totalitaria de Fidel Castro y de esos otros acólitos a la fuerza, Venezuela y Nicaragua.

A propósito, Roberto: Cuban lives do matter too. También las de los venezolanos y nicaragüenses, y no solo la de los afroamericanos o la de los mexicanos asentados legal o ilegalmente en territorio norteamericano.

Trump, por otra parte, ha puesto un punto final a las interminables guerras en el Oriente Próximo, desatadas por cierto por los demócratas y en el caso de Irak por los republicanos que en ese punto les fueron afines.

También ha despertado en la conciencia de todos sus conciudadanos el recuerdo de los verdaderos hacedores del gran “milagro” americano de verdadera resonancia mundial: el de sus trabajadores manuales, ahí nacidos o inmigrados principalmente desde Europa, e incentivados por grandes emprendedores de esos mismos orígenes, los Vanderbilt, por ejemplo, o los Morgan, los Ford o los Rockefeller.

Simultáneamente, Trump ha sido el único en ponerle un alto al muy peligroso expansionismo totalitario chino. Y ha blindado la economía de su país contra la repetición de una depresión heredada de sus predecesores en la presidencia de la República, y hasta en medio de esa pandemia inesperada y facilitada irresponsablemente por el Partido Comunista chino.

Trump ha devuelto a su pueblo el respeto debido hacia sus fuerzas del orden y hacia sus magistrados al servicio de una justicia igual para todos; y ha acelerado el ascenso económico sin precedentes de minorías étnicas de negros, latinos (cuarenta millones de ellos de raíces mexicanas) y de asiáticos dentro de las fronteras de ese gran país. Al tiempo que cumplió con la promesa de todas las demás presidencias y nunca llevada a cabo, de reconocer en Jerusalén la capital definitiva del pueblo de Israel.

Todo ello, en tiempos moralmente menos decadentes le habría asegurado una fácil reelección y hasta un premio nobel, como lo han sugerido algunos parlamentarios noruegos.

La herencia final, sea dicho de paso, de la suma de la pérdida de la fe religiosa en muchos, y de la consecuente desintegración de la familia nuclear y, nunca olvidarlo, de ese permanente bombardeo en las escuelas públicas del país y a todos sus niveles en pro de un socialismo utópico y de cuya historia real no han tenido la más mínima experiencia.

¿Vencerá una vez más esa sociedad tan promisoria y, en términos de la justicia, tan eficiente?

El próximo tres de noviembre nos enteraremos. Zona de los archivos adjuntos