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Jueces y magistrados: sana crítica razonada o delirio progresista

Roberto Carlos Recinos-Abularach
14 de abril, 2021

Los jueces y magistrados en Guatemala están llamados echar mano de dos grandes competencias intelectuales para decidir: por un lado, el análisis racional profundo y su lógica evidente, científica e irrefutable y, por el otro, un amplio y complejo bagaje de conocimientos, criterios y experiencias ético-humanas en el ejercicio de sus funciones previas –judiciales o no, públicas o no.  Un Juez vendría a constituirse, de tal cuenta, como algo parecido a lo que llamamos “sabio” en el ámbito más blando de la filosofía. Un “sabio”, desde luego, entre comillas, pues siempre está en proceso de perfeccionamiento, pero jamás alcanza la perfección, tal y como ocurre con cualquier magistrado, por muy alto que sea. 

En otras palabras menos grandilocuentes y sentenciosas, un(a) juez debe basar sus decisiones en la sana crítica razonada, la cual está compuesta de mitad prueba legal positiva (de “positivismo”, no de “optimismo”) y mitad libre convicción, pero ojo, pues esta “libertad de convicción” significa autonomía para decidir basada en la razón y los hechos, no en caprichos personales, íntimos y no pertinentes en la esfera de lo público, en particular la religión, la cultura intrafamiliar propia y las aficiones ideológicas intransferibles.

Ahora, para efectos de explicar mi texto con mayor claridad, acompáñenme a destazar eso de “sana crítica razonada”. Permitámonos hacer una traducción de esta teoría jurídica a términos más profanos y corrientes, así:

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  • Sana – No quiere decir más que un criterio balanceado y sujeto a la objetividad de la consciencia incorrupta. Un pensamiento y una determinación sana es siempre autónoma, razonable, proporcional, equitativa y justa. 
  • Crítica – Implica un análisis meticuloso fundamentado en la razón, la aplicación del conocimiento basado en método científico y una interpretación ad hoc de los hechos y los tipos legales, alimentado por una hondísima, sincera y permanente reflexión. 
  • Razonada – Es decir bien explicada. O sea, no explicada desde la arbitrariedad y el capricho, sino a través de procesos lógicos irrefutables que persuadan al Estado, a la ciudadanía y a las partes de su pertinencia y legitimidad. 

En estos sentidos, entonces, ¿cómo puede un juez que se debe a corrientes políticas cerradas y fundamentalistas ejercer la sana critica razonada? Yo no lo veo posible. Les ilustro: durante el transcurso de esta semana, un medio nacional de gran alcance ha publicado 3 entrevistas a 3 de los 5 magistrados titulares esperados para esta nueva Corte de Constitucionalidad, con diferentes resultados. 

La presentación del primero de los nuevos magistrados fue inteligente y matizada, sin dejar de ser, asimismo, técnica y rigurosa. Brillante. Me resultó muy gratificante comprobar que dentro de la CC (2021 en adelante) habrá tecnócratas probos y competentes que pueden dar luz y dirección a tan alta investidura y función. Dos días después, el medio en cuestión publicó la tercera entrevista de tres, y las distancias entre ésta y la primera no pudieron ser más anchas. 

Verán. La candidata a magistrada admitió en su entrevista no saber nada de ideologías. Concretamente, dijo que no es capaz de separar conceptualmente izquierda de derecha, implicando de alguna manera que lo único que importa es conocer qué es un ser humano, no indagar en qué creen ni por qué hacen lo que hacen. Hizo un llamado a “tanques de pensamiento”, para que le escribieran su script. Vergonzoso.  

La señora reconoció “luchar por los vulnerables” y hacer política en favor de “la mujer”, a la vez que se desmarcaba de toda carga partidista y hasta ideológica. 

Me quedo sin palabras y con cara de re tonto: ¿es o se hace? No hay respuesta buena.

Y me quedo sin palabras pues todos sabemos que la progresía se instaló en la izquierda global, sabemos también que su discurso principal es identitario (mujeres, homosexuales, aborteras, indígenas y pobres, frente a la “elite depredadora”), sabemos que basan su retórica en el inexistente eje “poderosos opresores – víctimas vulnerables” y sabemos, sobre todo, que quienes hablan así pertenecen a la progresía de izquierdas financiada por ciertos actores –nada oscuros, pues todos sabemos quienes son—para beneficio narrativo, político y económico propio. 

En eso sí que son oscuros. 

Entonces, mientras se conducen cómo se conducen, hablar de mayorías, bien común, justicia y opresión resulta no más que un instrumento discursivo altanero y deliberadamente mentiroso. ¿Confiarías vos en un “sabio” así? Lo dicho: una vergüenza, pero también un reto y una preocupación para la Guatemala de bien. 

No hay duda alguna: un magistrado que es antes progresista y después jurisconsulto no es un juez sino un vulgar activista usurpando funciones de juez y sirviendo de vocero a un discurso que, como admitió la misma jueza impugnada, no entiende ni le interesa siquiera examinar.  

Son como loros con oficina de lujo.

Pregúntese usted: ¿puede una persona sin filosofía política y teoría del Estado ser magistrada constitucional? ¿Y si además de ello no piensa por sí misma? ¿Es siquiera capaz de ejercer la sana crítica razonada?

En mi libro de respuestas: no, no y jamás. Y no solo no puede ser buena magistrada, sino que tendría muchos problemas para convencer a otros que es una persona decente. 

¿Loros con delirium tremens, salarios de magnate y oficinas de lujo o jurisconsultos sanos, críticos y razonables? 

No hay color. 

Jueces y magistrados: sana crítica razonada o delirio progresista

Roberto Carlos Recinos-Abularach
14 de abril, 2021

Los jueces y magistrados en Guatemala están llamados echar mano de dos grandes competencias intelectuales para decidir: por un lado, el análisis racional profundo y su lógica evidente, científica e irrefutable y, por el otro, un amplio y complejo bagaje de conocimientos, criterios y experiencias ético-humanas en el ejercicio de sus funciones previas –judiciales o no, públicas o no.  Un Juez vendría a constituirse, de tal cuenta, como algo parecido a lo que llamamos “sabio” en el ámbito más blando de la filosofía. Un “sabio”, desde luego, entre comillas, pues siempre está en proceso de perfeccionamiento, pero jamás alcanza la perfección, tal y como ocurre con cualquier magistrado, por muy alto que sea. 

En otras palabras menos grandilocuentes y sentenciosas, un(a) juez debe basar sus decisiones en la sana crítica razonada, la cual está compuesta de mitad prueba legal positiva (de “positivismo”, no de “optimismo”) y mitad libre convicción, pero ojo, pues esta “libertad de convicción” significa autonomía para decidir basada en la razón y los hechos, no en caprichos personales, íntimos y no pertinentes en la esfera de lo público, en particular la religión, la cultura intrafamiliar propia y las aficiones ideológicas intransferibles.

Ahora, para efectos de explicar mi texto con mayor claridad, acompáñenme a destazar eso de “sana crítica razonada”. Permitámonos hacer una traducción de esta teoría jurídica a términos más profanos y corrientes, así:

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  • Sana – No quiere decir más que un criterio balanceado y sujeto a la objetividad de la consciencia incorrupta. Un pensamiento y una determinación sana es siempre autónoma, razonable, proporcional, equitativa y justa. 
  • Crítica – Implica un análisis meticuloso fundamentado en la razón, la aplicación del conocimiento basado en método científico y una interpretación ad hoc de los hechos y los tipos legales, alimentado por una hondísima, sincera y permanente reflexión. 
  • Razonada – Es decir bien explicada. O sea, no explicada desde la arbitrariedad y el capricho, sino a través de procesos lógicos irrefutables que persuadan al Estado, a la ciudadanía y a las partes de su pertinencia y legitimidad. 

En estos sentidos, entonces, ¿cómo puede un juez que se debe a corrientes políticas cerradas y fundamentalistas ejercer la sana critica razonada? Yo no lo veo posible. Les ilustro: durante el transcurso de esta semana, un medio nacional de gran alcance ha publicado 3 entrevistas a 3 de los 5 magistrados titulares esperados para esta nueva Corte de Constitucionalidad, con diferentes resultados. 

La presentación del primero de los nuevos magistrados fue inteligente y matizada, sin dejar de ser, asimismo, técnica y rigurosa. Brillante. Me resultó muy gratificante comprobar que dentro de la CC (2021 en adelante) habrá tecnócratas probos y competentes que pueden dar luz y dirección a tan alta investidura y función. Dos días después, el medio en cuestión publicó la tercera entrevista de tres, y las distancias entre ésta y la primera no pudieron ser más anchas. 

Verán. La candidata a magistrada admitió en su entrevista no saber nada de ideologías. Concretamente, dijo que no es capaz de separar conceptualmente izquierda de derecha, implicando de alguna manera que lo único que importa es conocer qué es un ser humano, no indagar en qué creen ni por qué hacen lo que hacen. Hizo un llamado a “tanques de pensamiento”, para que le escribieran su script. Vergonzoso.  

La señora reconoció “luchar por los vulnerables” y hacer política en favor de “la mujer”, a la vez que se desmarcaba de toda carga partidista y hasta ideológica. 

Me quedo sin palabras y con cara de re tonto: ¿es o se hace? No hay respuesta buena.

Y me quedo sin palabras pues todos sabemos que la progresía se instaló en la izquierda global, sabemos también que su discurso principal es identitario (mujeres, homosexuales, aborteras, indígenas y pobres, frente a la “elite depredadora”), sabemos que basan su retórica en el inexistente eje “poderosos opresores – víctimas vulnerables” y sabemos, sobre todo, que quienes hablan así pertenecen a la progresía de izquierdas financiada por ciertos actores –nada oscuros, pues todos sabemos quienes son—para beneficio narrativo, político y económico propio. 

En eso sí que son oscuros. 

Entonces, mientras se conducen cómo se conducen, hablar de mayorías, bien común, justicia y opresión resulta no más que un instrumento discursivo altanero y deliberadamente mentiroso. ¿Confiarías vos en un “sabio” así? Lo dicho: una vergüenza, pero también un reto y una preocupación para la Guatemala de bien. 

No hay duda alguna: un magistrado que es antes progresista y después jurisconsulto no es un juez sino un vulgar activista usurpando funciones de juez y sirviendo de vocero a un discurso que, como admitió la misma jueza impugnada, no entiende ni le interesa siquiera examinar.  

Son como loros con oficina de lujo.

Pregúntese usted: ¿puede una persona sin filosofía política y teoría del Estado ser magistrada constitucional? ¿Y si además de ello no piensa por sí misma? ¿Es siquiera capaz de ejercer la sana crítica razonada?

En mi libro de respuestas: no, no y jamás. Y no solo no puede ser buena magistrada, sino que tendría muchos problemas para convencer a otros que es una persona decente. 

¿Loros con delirium tremens, salarios de magnate y oficinas de lujo o jurisconsultos sanos, críticos y razonables? 

No hay color.