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El futuro de Guatemala, en un solo acto

Pase lo que pase el 20 de agosto, el resultado debe ser transparente. Sin lugar a duda, gane quien gane, no tendrá un mandato “representativo” en el sentido de que el próximo presidente habrá llegado a la primera magistratura sin un apoyo sólido amplias mayorías.

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Alejandro Palmieri
19 de agosto, 2023

Esta es la última newsletter sobre elecciones que publica República durante este proceso electoral. Han sido 29 publicaciones a lo largo de igual número de semanas en donde hemos analizado diferentes aspectos de la contienda, desde los interminables intentos de manipular la elección, pasando por las erráticas resoluciones del Tribunal Supremo Electoral y algunas resoluciones judiciales que han ensombrecido el proceso, el comportamiento de los distintos actores políticos, hasta las lecciones aprendidas y por aprender luego de la primera vuelta.

Hoy, nos despedimos con algunas reflexiones finales de cara al balotaje. Pase lo que pase el 20 de agosto, el resultado debe ser transparente. Sin lugar a duda, gane quien gane, no tendrá un mandato “representativo” en el sentido de que el próximo presidente habrá llegado a la primera magistratura sin un apoyo sólido amplias mayorías. Aunque así ha sido a lo largo de este período democrático desde 1985, esta elección, en un entorno altamente confrontativo, presenta retos muy particulares, en ese sentido, para el próximo gobierno.

De ganar Sandra Torres, habrá alcanzado la presidencia luego de tres intentos fallidos; el primero falló antes de participar, pues la Corte Suprema de Justicia consideró que su divorcio de Álvaro Colom si bien rompía el vínculo que le impedía ser candidata, había sido en fraude de ley. En las dos elecciones siguientes (2015 y 2019) pasó a segunda vuelta en donde fue vencida por Jimmy Morales y Alejandro Giammattei, respectivamente.

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A lo largo de las campañas fallidas, Torres sufrió una transformación sorprendente; de presentarse como una opción claramente de izquierdas (se recuerda su vicepresidencia de la Internacional Socialista) a pretender, en esta elección, ser una opción entre conservadora y libertaria.

En esta elección, ha prometido eliminar varios impuestos -lo que requiere mayoría en el Congreso- pero también ha prometido una serie de programas clientelares, cayendo en el más abierto populismo, rayano en lo demagógico.

Ahora, también, ha sido vocal opositora a posturas progresistas como la legalización del aborto, el matrimonio homosexual y la llamada “ideología de género” tratando así de convencer a un electorado guatemalteco todavía bastante conservador.

A lo largo de todas esas campañas fallidas, es natural que haya adquirido compromisos -no solo económicos- con distintas organizaciones y personas. Apenas ayer era publicado en redes sociales el apoyo que la asociación de veteranos militares AVEMILGUA le daba, a pesar de que esa misma entidad la rechazaba fuertemente en el pasado. El llegar a acuerdos con grupos opositores es consustancial a la política, entendiendo que hay diferencias importantes entre los acuerdos, y los compromisos. Como ejemplo de que los compromisos de campaña después de pagan -y caro- en el poder, basta ver el caso del actual presidente, que llegó a ganar hasta su cuarto intento.

¿Qué hará Torres de ganar y cómo retribuirá esos compromisos adquiridos a lo largo de tres campañas? Estaría por verse. Sin prejuzgar, se puede especular que se trataría de cesiones de cuotas de poder, algo que a lo largo de este período democrático ha abierto espacios para la opacidad y la corrupción.

La UNE tiene cuadros con experiencia en la cosa pública, pero eso no necesariamente es garantía de honradez.

Por otro lado, de ganar Bernardo Arévalo, sería el segundo candidato en alcanzar la presidencia en su primer intento, después de Jimmy Morales. Llegaría a gobernar el país de la mano de un proyecto político que, aunque ya participó en una elección, es de relativa reciente creación. Sus cuadros, hasta lo que se ha podido conocer, carecen de experiencia en el gobierno.

Los pocos diputados que se reeligen de dicho partido, se especula que se quedarán en el Congreso, por lo que para llenar todos los espacios en el ejecutivo y en las entidades autónomas y descentralizadas en las que se tiene injerencia, Arévalo ha dicho que no tiene problema en buscar gente ajena al partido.

En otras palabras y a modo de secreto a voces, el partido Movimiento Semilla no cuenta con cuadros suficientes y capacitados para gobernar. Deberá hacerlo acompañado de extraños que acepten estar bajo las directrices de ese partido que más allá de las posturas personales de Arévalo, es de corte progresista.

Si bien un eventual gobierno de Arévalo gozará inicialmente con apoyos importantes, como el respaldo casi institucional del Departamento de Estado de los Estados Unidos, la cosa en el terreno nacional será distinta.

La falta de cuadros suficientes y capaces, una bancada en el Congreso que, si bien es sustancialmente más grande a la que tienen actualmente, se caracterizó en campaña por ver sobre el hombro a todos los demás partidos y contrincantes, y una actitud confrontativa -hasta ahora- en lugar de conciliadora, pintan un panorama complicado para la gobernabilidad.

Arévalo ha manifestado reiteradamente en foros privados que “le cortará el chorro” a la corrupción, lo cual es, por supuesto, bueno, pero ha hecho que quienes viven de ella -o que se benefician, indirectamente- se preparen para enfrentar a su gobierno.

No es ningún secreto que las asignaciones a los consejos de desarrollo, por ejemplo, han servido para obtener, muchas veces, ganancias indebidas, por lo que todo ese entramado -alcaldes, contratistas, etc.- podría ser un muro contra el que se estrellarían las pretensiones de Arévalo.

Ninguna de las dos perspectivas es halagüeña; más bien, Guatemala tendrá desafíos políticos y de gobernabilidad importantes durante los próximos 4 años, pero esa no es razón para rehuir del reto. Más bien, es una oportunidad para que actores nuevos, políticos y ajenos, tomen el lugar que les corresponde en el quehacer nacional.

Gane Torres o Arévalo, la vida de millones de guatemaltecos sigue; para algunos podrá mejorar si los servicios básicos como salud, educación e infraestructura son fortalecidos y no se pierden -roban- cantidades ingentes de dinero, o los procesos burocráticos hacen imposible su prestación.

Al fin y al cabo, de contar con una república sólida: división de poderes, igualdad ante la ley e instituciones sólidas, debiese importar muy poco quién gobierna un país. Tristemente ese no es el caso de Guatemala que, a pesar de que solo el actual período democrático tiene casi 40 y que ha habido traspaso de poder de manera democrática, todavía no cuenta con una verdadera república. A partir del 14 de enero del 2024, corresponderá a un grupo político más, el intentar construirla, pero nos corresponde a los ciudadanos exigírselo.

Somos los ciudadanos, los individuos, quienes construimos país, democracia y república, día a día, con nuestro actuar. Está en cada uno de nosotros, no en otros, esa construcción. Gane quien gane la elección.

El futuro de Guatemala, en un solo acto

Pase lo que pase el 20 de agosto, el resultado debe ser transparente. Sin lugar a duda, gane quien gane, no tendrá un mandato “representativo” en el sentido de que el próximo presidente habrá llegado a la primera magistratura sin un apoyo sólido amplias mayorías.

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Alejandro Palmieri
19 de agosto, 2023

Esta es la última newsletter sobre elecciones que publica República durante este proceso electoral. Han sido 29 publicaciones a lo largo de igual número de semanas en donde hemos analizado diferentes aspectos de la contienda, desde los interminables intentos de manipular la elección, pasando por las erráticas resoluciones del Tribunal Supremo Electoral y algunas resoluciones judiciales que han ensombrecido el proceso, el comportamiento de los distintos actores políticos, hasta las lecciones aprendidas y por aprender luego de la primera vuelta.

Hoy, nos despedimos con algunas reflexiones finales de cara al balotaje. Pase lo que pase el 20 de agosto, el resultado debe ser transparente. Sin lugar a duda, gane quien gane, no tendrá un mandato “representativo” en el sentido de que el próximo presidente habrá llegado a la primera magistratura sin un apoyo sólido amplias mayorías. Aunque así ha sido a lo largo de este período democrático desde 1985, esta elección, en un entorno altamente confrontativo, presenta retos muy particulares, en ese sentido, para el próximo gobierno.

De ganar Sandra Torres, habrá alcanzado la presidencia luego de tres intentos fallidos; el primero falló antes de participar, pues la Corte Suprema de Justicia consideró que su divorcio de Álvaro Colom si bien rompía el vínculo que le impedía ser candidata, había sido en fraude de ley. En las dos elecciones siguientes (2015 y 2019) pasó a segunda vuelta en donde fue vencida por Jimmy Morales y Alejandro Giammattei, respectivamente.

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A lo largo de las campañas fallidas, Torres sufrió una transformación sorprendente; de presentarse como una opción claramente de izquierdas (se recuerda su vicepresidencia de la Internacional Socialista) a pretender, en esta elección, ser una opción entre conservadora y libertaria.

En esta elección, ha prometido eliminar varios impuestos -lo que requiere mayoría en el Congreso- pero también ha prometido una serie de programas clientelares, cayendo en el más abierto populismo, rayano en lo demagógico.

Ahora, también, ha sido vocal opositora a posturas progresistas como la legalización del aborto, el matrimonio homosexual y la llamada “ideología de género” tratando así de convencer a un electorado guatemalteco todavía bastante conservador.

A lo largo de todas esas campañas fallidas, es natural que haya adquirido compromisos -no solo económicos- con distintas organizaciones y personas. Apenas ayer era publicado en redes sociales el apoyo que la asociación de veteranos militares AVEMILGUA le daba, a pesar de que esa misma entidad la rechazaba fuertemente en el pasado. El llegar a acuerdos con grupos opositores es consustancial a la política, entendiendo que hay diferencias importantes entre los acuerdos, y los compromisos. Como ejemplo de que los compromisos de campaña después de pagan -y caro- en el poder, basta ver el caso del actual presidente, que llegó a ganar hasta su cuarto intento.

¿Qué hará Torres de ganar y cómo retribuirá esos compromisos adquiridos a lo largo de tres campañas? Estaría por verse. Sin prejuzgar, se puede especular que se trataría de cesiones de cuotas de poder, algo que a lo largo de este período democrático ha abierto espacios para la opacidad y la corrupción.

La UNE tiene cuadros con experiencia en la cosa pública, pero eso no necesariamente es garantía de honradez.

Por otro lado, de ganar Bernardo Arévalo, sería el segundo candidato en alcanzar la presidencia en su primer intento, después de Jimmy Morales. Llegaría a gobernar el país de la mano de un proyecto político que, aunque ya participó en una elección, es de relativa reciente creación. Sus cuadros, hasta lo que se ha podido conocer, carecen de experiencia en el gobierno.

Los pocos diputados que se reeligen de dicho partido, se especula que se quedarán en el Congreso, por lo que para llenar todos los espacios en el ejecutivo y en las entidades autónomas y descentralizadas en las que se tiene injerencia, Arévalo ha dicho que no tiene problema en buscar gente ajena al partido.

En otras palabras y a modo de secreto a voces, el partido Movimiento Semilla no cuenta con cuadros suficientes y capacitados para gobernar. Deberá hacerlo acompañado de extraños que acepten estar bajo las directrices de ese partido que más allá de las posturas personales de Arévalo, es de corte progresista.

Si bien un eventual gobierno de Arévalo gozará inicialmente con apoyos importantes, como el respaldo casi institucional del Departamento de Estado de los Estados Unidos, la cosa en el terreno nacional será distinta.

La falta de cuadros suficientes y capaces, una bancada en el Congreso que, si bien es sustancialmente más grande a la que tienen actualmente, se caracterizó en campaña por ver sobre el hombro a todos los demás partidos y contrincantes, y una actitud confrontativa -hasta ahora- en lugar de conciliadora, pintan un panorama complicado para la gobernabilidad.

Arévalo ha manifestado reiteradamente en foros privados que “le cortará el chorro” a la corrupción, lo cual es, por supuesto, bueno, pero ha hecho que quienes viven de ella -o que se benefician, indirectamente- se preparen para enfrentar a su gobierno.

No es ningún secreto que las asignaciones a los consejos de desarrollo, por ejemplo, han servido para obtener, muchas veces, ganancias indebidas, por lo que todo ese entramado -alcaldes, contratistas, etc.- podría ser un muro contra el que se estrellarían las pretensiones de Arévalo.

Ninguna de las dos perspectivas es halagüeña; más bien, Guatemala tendrá desafíos políticos y de gobernabilidad importantes durante los próximos 4 años, pero esa no es razón para rehuir del reto. Más bien, es una oportunidad para que actores nuevos, políticos y ajenos, tomen el lugar que les corresponde en el quehacer nacional.

Gane Torres o Arévalo, la vida de millones de guatemaltecos sigue; para algunos podrá mejorar si los servicios básicos como salud, educación e infraestructura son fortalecidos y no se pierden -roban- cantidades ingentes de dinero, o los procesos burocráticos hacen imposible su prestación.

Al fin y al cabo, de contar con una república sólida: división de poderes, igualdad ante la ley e instituciones sólidas, debiese importar muy poco quién gobierna un país. Tristemente ese no es el caso de Guatemala que, a pesar de que solo el actual período democrático tiene casi 40 y que ha habido traspaso de poder de manera democrática, todavía no cuenta con una verdadera república. A partir del 14 de enero del 2024, corresponderá a un grupo político más, el intentar construirla, pero nos corresponde a los ciudadanos exigírselo.

Somos los ciudadanos, los individuos, quienes construimos país, democracia y república, día a día, con nuestro actuar. Está en cada uno de nosotros, no en otros, esa construcción. Gane quien gane la elección.