Balas al acecho, ESTA ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.
Sobra decirlo: no nos encontramos en estado de guerra barrio por barrio similar al de Beirut de 1975 a 1990, al sitio que padeció Sarajevo de 1992 a 1995 y los bombardeos que recién asolaron Stepanakert, capital de la República de Artsaj.
Pero siempre salimos de casa con aquella aprensión de que algo nos puede pasar. Rehuimos el contacto con los demás, atajamos la petición de «una ayudita por favor» y vemos en toda pareja de motoristas, así viajen con dos o tres niños, a nuestros posibles asaltantes.
Ahora evitamos las calles que solíamos recorrer a toda hora y preferimos las avenidas más transitadas aunque no son garantía de que recibamos ayuda en caso nos apunten con una pistola calibre ignorado para exigirnos el celular y cuanto tengamos en la billetera.
Todo lo que recibiremos, a manera de consuelo después de la paliza, serán preguntas estilo «¿se siente bien?», «¿ya se le pasó el susto?» y «¿no quiere que llamen a la Policía?».
La mayoría se apartará, aliviada de que no le tocara por esta vez. Y nosotros reaccionaríamos igual: no somos superhéroes dotados de campo de fuerza a prueba de balas como la descrita por la guatemalteca Ruth Vaides en su poema «Línea paralela»:
Esa bala que tiene mi nombre
ha torcido su ruta tantas veces
aún creo que vaga errante
buscando su destino.
Las viejas consejas del oriente de Guatemala relatan que era necesario marcar con una cruz las municiones destinadas a combatir a los brujos que tenían la capacidad de transformarse en los animales que asolaban al ganado o cerraban el paso en los cruces de caminos. La bala citada por Ruth Vaides sigue guardada en la tolva y acaso tenga un papelito con nuestros nombres y apellidos apuntados a mano, bien enrollado entre la cápsula, para que acierte al destinatario correcto:
Cuántas veces ya
avancé sin cruzar su fatal trayectoria
la suerte quizás, o la vida
me han alejado de su camino
hasta que llegue el día
en la que una de las dos se canse
o por fin se rinda.
O se canse, o se rinda: no hay medias tintas. No tenemos la certeza de que podremos escapar al destino que nos fue impuesto, aunque quisiéramos e hiciéramos lo necesario para alterarlo. No es oferta exclusiva para el habitante de las favelas de Río de Janeiro, las villas miserias que rodean al Gran Buenos Aires o las colonias de la zona 18 capitalina: ahora nos incluye a todos. Ni siquiera los residenciales resguardados por custodios el día entero están a salvo.
En tal escenario es preferible que nos alcance la bala descrita por el nicaragüense Salomón de la Selva, excombatiente de la Primera Guerra Mundial, en su libro El soldado desconocido:
La bala que me hiera
será bala con alma.
El alma de esa bala
será como sería
la canción de una rosa
si las flores cantaran,
o el olor de un topacio
si las piedras olieran,
o la piel de una música
si nos fuese posible
tocar a las canciones
desnudas con las manos.
Bibliografía
DE LA SELVA, Salomón, El soldado desconocido, Editorial Universitaria Centroamericana, San José, Costa Rica, 1971
VAIDES, Ruth, El pequeño teatro de la ira, Taller Experimental Alambiqve, Amatitlán, Guatemala, 2017
Balas al acecho, ESTA ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.
Sobra decirlo: no nos encontramos en estado de guerra barrio por barrio similar al de Beirut de 1975 a 1990, al sitio que padeció Sarajevo de 1992 a 1995 y los bombardeos que recién asolaron Stepanakert, capital de la República de Artsaj.
Pero siempre salimos de casa con aquella aprensión de que algo nos puede pasar. Rehuimos el contacto con los demás, atajamos la petición de «una ayudita por favor» y vemos en toda pareja de motoristas, así viajen con dos o tres niños, a nuestros posibles asaltantes.
Ahora evitamos las calles que solíamos recorrer a toda hora y preferimos las avenidas más transitadas aunque no son garantía de que recibamos ayuda en caso nos apunten con una pistola calibre ignorado para exigirnos el celular y cuanto tengamos en la billetera.
Todo lo que recibiremos, a manera de consuelo después de la paliza, serán preguntas estilo «¿se siente bien?», «¿ya se le pasó el susto?» y «¿no quiere que llamen a la Policía?».
La mayoría se apartará, aliviada de que no le tocara por esta vez. Y nosotros reaccionaríamos igual: no somos superhéroes dotados de campo de fuerza a prueba de balas como la descrita por la guatemalteca Ruth Vaides en su poema «Línea paralela»:
Esa bala que tiene mi nombre
ha torcido su ruta tantas veces
aún creo que vaga errante
buscando su destino.
Las viejas consejas del oriente de Guatemala relatan que era necesario marcar con una cruz las municiones destinadas a combatir a los brujos que tenían la capacidad de transformarse en los animales que asolaban al ganado o cerraban el paso en los cruces de caminos. La bala citada por Ruth Vaides sigue guardada en la tolva y acaso tenga un papelito con nuestros nombres y apellidos apuntados a mano, bien enrollado entre la cápsula, para que acierte al destinatario correcto:
Cuántas veces ya
avancé sin cruzar su fatal trayectoria
la suerte quizás, o la vida
me han alejado de su camino
hasta que llegue el día
en la que una de las dos se canse
o por fin se rinda.
O se canse, o se rinda: no hay medias tintas. No tenemos la certeza de que podremos escapar al destino que nos fue impuesto, aunque quisiéramos e hiciéramos lo necesario para alterarlo. No es oferta exclusiva para el habitante de las favelas de Río de Janeiro, las villas miserias que rodean al Gran Buenos Aires o las colonias de la zona 18 capitalina: ahora nos incluye a todos. Ni siquiera los residenciales resguardados por custodios el día entero están a salvo.
En tal escenario es preferible que nos alcance la bala descrita por el nicaragüense Salomón de la Selva, excombatiente de la Primera Guerra Mundial, en su libro El soldado desconocido:
La bala que me hiera
será bala con alma.
El alma de esa bala
será como sería
la canción de una rosa
si las flores cantaran,
o el olor de un topacio
si las piedras olieran,
o la piel de una música
si nos fuese posible
tocar a las canciones
desnudas con las manos.
Bibliografía
DE LA SELVA, Salomón, El soldado desconocido, Editorial Universitaria Centroamericana, San José, Costa Rica, 1971
VAIDES, Ruth, El pequeño teatro de la ira, Taller Experimental Alambiqve, Amatitlán, Guatemala, 2017