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¿Para qué leemos a Mises o Piketty?

Redacción República
30 de octubre, 2014

Las ideologías son el conjunto de principios e ideas que
una persona usa para interpretar los fenómenos sociales y proponer cómo debería
ser la organización social. Tener ideología no es malo, todas las personas
tienen una aunque no estén al tanto. La carga despectiva que tiene la
palabra se le puede atribuir a Marx y
Napoleón.


Para el primero la ideología es la falsa conciencia de
clase: la clase dominante (propietarios de los medios de producción) necesita
mantener su posición de control. Se
logra el cometido haciendo creer a los dominados que los principios y fines que
importan a quienes dominan también son de su interés. La propiedad privada es
un derecho fundamental de todos los hombres. “Sí, claro”, diría Marx, “pero
nueve décimas partes de la población no tiene propiedad”. Esta forma de pensar
sigue vigente. Es usual que personas de la izquierda critiquen a quienes
defienden la economía de mercado bajo la premisa que piensan así porque son
pagados por sus patronos para divulgar esas ideas con la única intención de
mantener su status quo. Napoleón por su parte usó la palabra “ideólogos” en
sentido despectivo para referirse a un grupo de intelectuales franceses,
estudiosos de la economía y defensores de la libertad individual, que se oponía
a lo que él estaba llevando a cabo.


Conocer la ideología de los otros facilita el debate porque
permite identificar la plataforma desde la cual el contrincante argumenta. Pero
la ideología también nos puede hacer caer en el dogmatismo si tomamos a nuestras
ideas como la verdad revelada que no permite refutación. Cuando llegamos a este
punto toda posible discusión de altura termina porque consideramos que
cualquier idea distinta a la nuestra es el resultado del simplismo o pereza
intelectual o de un prejuicio.

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Las ideologías también nos predeterminan a la hora de
estudiar las obras de grandes pensadores. ¿Para qué leemos a Ludwig von Mises o
a Thomas Piketty? ¿Para encontrar la verdad o para reafirmar lo que creemos es
la verdad? Un progresista leerá a
Piketty y se dirá a sí mismo: “¡Ya ven! Lo que yo he dicho siempre es cierto!”.
Un liberal devorará La acción humana con
el mismo resultado. Esa línea que divide una lectura desapasionada de una condicionada
podrá ser muy tenue, pero siempre hay que hacer el esfuerzo de aproximarse a
cada obra con un grado de escepticismo.


Existen personas que indican no tener ideología. De
hecho ellas se presentan al público como el azote de las ideologías: dicen
detestarlas y han jurado luchar contra ellas. Sin embargo, resulta que estas
personas, al menos en mi experiencia personal, tienen un discurso que se
inclina a la izquierda y se limitan a criticar el conservadurismo y el
liberalismo. Si en serio fueran opositores de las ideologías, criticarían tanto
a los dogmáticos liberales como a los de la izquierda.


Lo anterior nos lleva a otro punto negativo de las
ideologías: la generalización. Un liberal radical considerará a toda
intervención estatal como socialismo (¡he oído a unos afirmar que EE.UU. es
socialista!) y un izquierdista dirá que
cualquier defensa del mercado es neoliberalismo rapaz. La generalización hace
imposible ver la enorme diversidad intelectual de cada movimiento ideológico;
es tan diferente un socialdemócrata de un comunista, como un liberal clásico lo
es de un anarcocapitalista. Esta generalización suele darse porque la gente
toma a las personas más radicales y gritonas de un grupo ideológico como punto
de partida para criticar a todo el conjunto, pasando por alto que existen
muchos otros con ideas distintas.


Nadie posee toda la verdad, pero probablemente muchos
tienen una partecita de ella.


¿Para qué leemos a Mises o Piketty?

Redacción República
30 de octubre, 2014

Las ideologías son el conjunto de principios e ideas que
una persona usa para interpretar los fenómenos sociales y proponer cómo debería
ser la organización social. Tener ideología no es malo, todas las personas
tienen una aunque no estén al tanto. La carga despectiva que tiene la
palabra se le puede atribuir a Marx y
Napoleón.


Para el primero la ideología es la falsa conciencia de
clase: la clase dominante (propietarios de los medios de producción) necesita
mantener su posición de control. Se
logra el cometido haciendo creer a los dominados que los principios y fines que
importan a quienes dominan también son de su interés. La propiedad privada es
un derecho fundamental de todos los hombres. “Sí, claro”, diría Marx, “pero
nueve décimas partes de la población no tiene propiedad”. Esta forma de pensar
sigue vigente. Es usual que personas de la izquierda critiquen a quienes
defienden la economía de mercado bajo la premisa que piensan así porque son
pagados por sus patronos para divulgar esas ideas con la única intención de
mantener su status quo. Napoleón por su parte usó la palabra “ideólogos” en
sentido despectivo para referirse a un grupo de intelectuales franceses,
estudiosos de la economía y defensores de la libertad individual, que se oponía
a lo que él estaba llevando a cabo.


Conocer la ideología de los otros facilita el debate porque
permite identificar la plataforma desde la cual el contrincante argumenta. Pero
la ideología también nos puede hacer caer en el dogmatismo si tomamos a nuestras
ideas como la verdad revelada que no permite refutación. Cuando llegamos a este
punto toda posible discusión de altura termina porque consideramos que
cualquier idea distinta a la nuestra es el resultado del simplismo o pereza
intelectual o de un prejuicio.

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Las ideologías también nos predeterminan a la hora de
estudiar las obras de grandes pensadores. ¿Para qué leemos a Ludwig von Mises o
a Thomas Piketty? ¿Para encontrar la verdad o para reafirmar lo que creemos es
la verdad? Un progresista leerá a
Piketty y se dirá a sí mismo: “¡Ya ven! Lo que yo he dicho siempre es cierto!”.
Un liberal devorará La acción humana con
el mismo resultado. Esa línea que divide una lectura desapasionada de una condicionada
podrá ser muy tenue, pero siempre hay que hacer el esfuerzo de aproximarse a
cada obra con un grado de escepticismo.


Existen personas que indican no tener ideología. De
hecho ellas se presentan al público como el azote de las ideologías: dicen
detestarlas y han jurado luchar contra ellas. Sin embargo, resulta que estas
personas, al menos en mi experiencia personal, tienen un discurso que se
inclina a la izquierda y se limitan a criticar el conservadurismo y el
liberalismo. Si en serio fueran opositores de las ideologías, criticarían tanto
a los dogmáticos liberales como a los de la izquierda.


Lo anterior nos lleva a otro punto negativo de las
ideologías: la generalización. Un liberal radical considerará a toda
intervención estatal como socialismo (¡he oído a unos afirmar que EE.UU. es
socialista!) y un izquierdista dirá que
cualquier defensa del mercado es neoliberalismo rapaz. La generalización hace
imposible ver la enorme diversidad intelectual de cada movimiento ideológico;
es tan diferente un socialdemócrata de un comunista, como un liberal clásico lo
es de un anarcocapitalista. Esta generalización suele darse porque la gente
toma a las personas más radicales y gritonas de un grupo ideológico como punto
de partida para criticar a todo el conjunto, pasando por alto que existen
muchos otros con ideas distintas.


Nadie posee toda la verdad, pero probablemente muchos
tienen una partecita de ella.