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La democracia: ¿Sirve para que todos pensemos y actuemos igual?

Redacción
11 de marzo, 2014

Tres cosas me han hecho reflexionar sobre la verdadera eficacia de la democracia:
La primera es que somos el país de América Latina con la mayor cantidad de partidos políticos, al mismo tiempo que poseemos la menor cantidad de afiliados a un partido en toda la región. Se calcula que, para nuestras próximas elecciones en 2015, serán 31 partidos competiendo. 

La segunda es que por definición, la democracia es el medio a través del cual la sociedad civil se comunica con su gobierno. Y es obvio que hay un problema con esta comunicación en nuestra nación: los interlocutores (los votantes) pareciéramos tener espacios de sobra (31 partidos) para podernos expresar y, al mismo tiempo, vemos estos espacios como un desperdicio en los cuales no merece la pena desperdiciar ni recursos, ni tiempo, ni energía. 
Cuando votamos, la “mayoría” no lo hacen por afinidad a una idea ni a un plan, sino porque la personalidad del candidato escogido es “más simpática” que la de las otras opciones.
Pregunto: ¿Dónde está esa mayoría democrática representada? De 14 millones de habitantes, 8 estamos empadronados y de esos 8, votamos 3.5 millones si mucho. La matemática demuestra que la mayoría de 14 no es 3.5. ¿Es correcto entonces seguir neciamente afirmando que la democracia es la voluntad de la mayoría? 
La tercera idea que cuestiono es justamente ese concepto de “voluntad de la mayoría”. Si hay un sistema dispuesto a tomar en cuenta todos los puntos de vista existentes para tomar una decisión, surge el problema de averiguar:
¿Cuál es la postura que entonces debe seguirse y aplicarse entre todas las que hay?
¿Qué pesa más? ¿El derecho del homosexual a casarse? o ¿El derecho de los conservadores de impedirlo? ¿Qué pesa más? ¿La libertad de locomoción de los transeuntes? o ¿El derecho a energía gratis para un grupo y bloquear calles hasta obtenerlo? 
Cuando un problema pareciera no encontrar una opinión lo suficientemente racional capaz de posicionarse por encima del resto de opiniones, ¿Por qué insistimos irracionalmente en buscarle una solución “democrática” a dicho problema? 
La diversidad de pensamiento es buena y, hasta cierto, punto necesaria entre los grupos. Refleja una visión global de cualquier circunstancia, permitiéndonos a cada uno decidir en dónde está ubicada nuestra propia afinidad, acoplándonos al o los grupos que contengan las ideas que racionalmente compartimos y defendemos, frente a las posturas de otros grupos. 
El individuo se ve obligado a cuestionarse ¿qué postura se acopla verdaderamente a mis ideas y principios? Cuando los individuos subimos nuestra “vara” racional, a los partidos no les queda otra que subir la suya para atraernos. Así es como forzamos a los partidos a definir los principios y las ideas en las que su coalición cree y defiende. 
La democracia está para permitir la participación de todos dentro del sistema, no para cuajar todas las voluntades, o para guiarse todo el tiempo por una sola. En ningún momento la democracia es el único camino existente para conciliar todas las opiniones que hay en una sociedad.
Si la democracia lograra esto se anularía en si misma. Si todos tienen que pensar lo mismo, opinar lo mismo, y apoyar lo mismo que apoya una mayoría, entonces todos paramos viviendo en una dictadura. 
Muchas veces, la postura que debe seguirse es la de renunciar al mismo sistema democrático como conciliador, y confiar en que la misma sociedad y la diversidad propia de ella, son los mejores conciliadores que existen, para lograr el respeto de la libertad de de cada uno de los que vivimos dentro del sistema y no solo de unos grupos. 
Como muchos filósofos griegos que se dieron cuenta que el eterno problema con la democracia es “¿dónde están sus límites?”, nosotros también debemos empezar a ponerle límites claros a la nuestra si es que no queremos seguirla perdiendo cada 4 años.

La democracia: ¿Sirve para que todos pensemos y actuemos igual?

Redacción
11 de marzo, 2014

Tres cosas me han hecho reflexionar sobre la verdadera eficacia de la democracia:
La primera es que somos el país de América Latina con la mayor cantidad de partidos políticos, al mismo tiempo que poseemos la menor cantidad de afiliados a un partido en toda la región. Se calcula que, para nuestras próximas elecciones en 2015, serán 31 partidos competiendo. 

La segunda es que por definición, la democracia es el medio a través del cual la sociedad civil se comunica con su gobierno. Y es obvio que hay un problema con esta comunicación en nuestra nación: los interlocutores (los votantes) pareciéramos tener espacios de sobra (31 partidos) para podernos expresar y, al mismo tiempo, vemos estos espacios como un desperdicio en los cuales no merece la pena desperdiciar ni recursos, ni tiempo, ni energía. 
Cuando votamos, la “mayoría” no lo hacen por afinidad a una idea ni a un plan, sino porque la personalidad del candidato escogido es “más simpática” que la de las otras opciones.
Pregunto: ¿Dónde está esa mayoría democrática representada? De 14 millones de habitantes, 8 estamos empadronados y de esos 8, votamos 3.5 millones si mucho. La matemática demuestra que la mayoría de 14 no es 3.5. ¿Es correcto entonces seguir neciamente afirmando que la democracia es la voluntad de la mayoría? 
La tercera idea que cuestiono es justamente ese concepto de “voluntad de la mayoría”. Si hay un sistema dispuesto a tomar en cuenta todos los puntos de vista existentes para tomar una decisión, surge el problema de averiguar:
¿Cuál es la postura que entonces debe seguirse y aplicarse entre todas las que hay?
¿Qué pesa más? ¿El derecho del homosexual a casarse? o ¿El derecho de los conservadores de impedirlo? ¿Qué pesa más? ¿La libertad de locomoción de los transeuntes? o ¿El derecho a energía gratis para un grupo y bloquear calles hasta obtenerlo? 
Cuando un problema pareciera no encontrar una opinión lo suficientemente racional capaz de posicionarse por encima del resto de opiniones, ¿Por qué insistimos irracionalmente en buscarle una solución “democrática” a dicho problema? 
La diversidad de pensamiento es buena y, hasta cierto, punto necesaria entre los grupos. Refleja una visión global de cualquier circunstancia, permitiéndonos a cada uno decidir en dónde está ubicada nuestra propia afinidad, acoplándonos al o los grupos que contengan las ideas que racionalmente compartimos y defendemos, frente a las posturas de otros grupos. 
El individuo se ve obligado a cuestionarse ¿qué postura se acopla verdaderamente a mis ideas y principios? Cuando los individuos subimos nuestra “vara” racional, a los partidos no les queda otra que subir la suya para atraernos. Así es como forzamos a los partidos a definir los principios y las ideas en las que su coalición cree y defiende. 
La democracia está para permitir la participación de todos dentro del sistema, no para cuajar todas las voluntades, o para guiarse todo el tiempo por una sola. En ningún momento la democracia es el único camino existente para conciliar todas las opiniones que hay en una sociedad.
Si la democracia lograra esto se anularía en si misma. Si todos tienen que pensar lo mismo, opinar lo mismo, y apoyar lo mismo que apoya una mayoría, entonces todos paramos viviendo en una dictadura. 
Muchas veces, la postura que debe seguirse es la de renunciar al mismo sistema democrático como conciliador, y confiar en que la misma sociedad y la diversidad propia de ella, son los mejores conciliadores que existen, para lograr el respeto de la libertad de de cada uno de los que vivimos dentro del sistema y no solo de unos grupos. 
Como muchos filósofos griegos que se dieron cuenta que el eterno problema con la democracia es “¿dónde están sus límites?”, nosotros también debemos empezar a ponerle límites claros a la nuestra si es que no queremos seguirla perdiendo cada 4 años.