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Prometeo: El Mito de la Libertad

Redacción
03 de marzo, 2014

En “El Genio de Occidente: Raíces Clásicas y Cristianas de la Civilización Occidental”, de Louis Rougier (Unión Editorial, 2005), la explicación del mito de Prometeo -el héroe que desafía la voluntad de Zeus, roba el fuego, y lo da a los mortales humanos- es la base del espíritu de la civilización como la conocemos. 

Esto es, según Rougier, “el espíritu de rebelión contra prohibiciones de dioses celosos, que simbolizan los temores de pueblos primitivos ante la presencia de fuerzas naturales que los dominan y aterrorizan.” 
Esa rebelión es, en el metalenguaje del mito, la misma búsqueda de la Libertad, de la búsqueda de liberación de esos dioses tiranos que hoy son el mítico Estado, sí, Leviatán, y las normas injustas y exclusivas que los poderosos imponen sobre cada ciudadano. 
Es más que un orden preestablecido. Es la duda suprema acerca de por qué obedecer aquello que al final nos destruirá (que es lo que el Estado poco a poco hace). Nadie debe consentir su autodestrucción, por eso, mejor destruir al destructor antes que él nos destruya a nosotros, porque en su metafórico decreto ha decidido extinguirnos a todos con el fuego presuntamente supremo. 
Todas las civilizaciones tienen mitos fundantes. El Judeo-Cristianismo enseña, oh curiosidad, otros que se rebelan –Adán y Eva—y sobrepasan la prohibición de un creador que los maldice por entonces conocer el bien y el mal. Los mayas también tienen esos mitos de dioses que regulan la existencia con permisos y prohibiciones, premios y castigos, y que al final los gemelos fantásticos transgreden en el inframundo, y también conocen “la realidad.” 
Es esa rebeldía humana la única que ha permitido la innovación, el cambio paradigmático, y la renovación de humano en cuanto humano, y no como esclavo de los deseos y el ajedrez que juegan míticos personajes en mundos siderales, o el Estado en su expresión más orgánica hasta nuestros días. 
Aceptar esas premisas de dioses y Estados es aceptar que nuestra vida está determinada, diseñada, planificada, y que tiene sólo un objetivo: cumplir con los deseos –a veces morbosos—de seres casi psicóticos que viven existencias hedonistas en galaxias lejanas y que se acercan a la tierra sólo para ver como van los seres rebeldes. 
Por eso la Libertad del individuo, la mía, la suya, es el peligro más grande que esos seres, hoy representados en el omnipotente y omnipresente Estado, combaten, principalmente con leyes que siempre son justificadas por la tan inexacta y más mítica convivencia pacífica.
Los individuos, sin dioses y sin Estados, podemos vivir en paz, tanto porque nos conviene, como por el costo del desorden. La razón es más poderosa que “las estructuras”, sean las divinas o las “oficiales.” 
Todo Estado necesita a un dios. Necesita una mitología. Necesita imposición de normas hechas por los poderosos. Pero sobre todo necesita esclavos, siervos, o en nuestro lenguaje “ciudadanos”, que han comprado, aceptado sin reaccionar, y creen por repetición y reeducación, que son súbditos de un “poder superior.” 
Prometeo es y está, al final, en cada uno de nosotros. Es tiempo de arrebatarle el fuego al dios Estado.
@ezapeta

Prometeo: El Mito de la Libertad

Redacción
03 de marzo, 2014

En “El Genio de Occidente: Raíces Clásicas y Cristianas de la Civilización Occidental”, de Louis Rougier (Unión Editorial, 2005), la explicación del mito de Prometeo -el héroe que desafía la voluntad de Zeus, roba el fuego, y lo da a los mortales humanos- es la base del espíritu de la civilización como la conocemos. 

Esto es, según Rougier, “el espíritu de rebelión contra prohibiciones de dioses celosos, que simbolizan los temores de pueblos primitivos ante la presencia de fuerzas naturales que los dominan y aterrorizan.” 
Esa rebelión es, en el metalenguaje del mito, la misma búsqueda de la Libertad, de la búsqueda de liberación de esos dioses tiranos que hoy son el mítico Estado, sí, Leviatán, y las normas injustas y exclusivas que los poderosos imponen sobre cada ciudadano. 
Es más que un orden preestablecido. Es la duda suprema acerca de por qué obedecer aquello que al final nos destruirá (que es lo que el Estado poco a poco hace). Nadie debe consentir su autodestrucción, por eso, mejor destruir al destructor antes que él nos destruya a nosotros, porque en su metafórico decreto ha decidido extinguirnos a todos con el fuego presuntamente supremo. 
Todas las civilizaciones tienen mitos fundantes. El Judeo-Cristianismo enseña, oh curiosidad, otros que se rebelan –Adán y Eva—y sobrepasan la prohibición de un creador que los maldice por entonces conocer el bien y el mal. Los mayas también tienen esos mitos de dioses que regulan la existencia con permisos y prohibiciones, premios y castigos, y que al final los gemelos fantásticos transgreden en el inframundo, y también conocen “la realidad.” 
Es esa rebeldía humana la única que ha permitido la innovación, el cambio paradigmático, y la renovación de humano en cuanto humano, y no como esclavo de los deseos y el ajedrez que juegan míticos personajes en mundos siderales, o el Estado en su expresión más orgánica hasta nuestros días. 
Aceptar esas premisas de dioses y Estados es aceptar que nuestra vida está determinada, diseñada, planificada, y que tiene sólo un objetivo: cumplir con los deseos –a veces morbosos—de seres casi psicóticos que viven existencias hedonistas en galaxias lejanas y que se acercan a la tierra sólo para ver como van los seres rebeldes. 
Por eso la Libertad del individuo, la mía, la suya, es el peligro más grande que esos seres, hoy representados en el omnipotente y omnipresente Estado, combaten, principalmente con leyes que siempre son justificadas por la tan inexacta y más mítica convivencia pacífica.
Los individuos, sin dioses y sin Estados, podemos vivir en paz, tanto porque nos conviene, como por el costo del desorden. La razón es más poderosa que “las estructuras”, sean las divinas o las “oficiales.” 
Todo Estado necesita a un dios. Necesita una mitología. Necesita imposición de normas hechas por los poderosos. Pero sobre todo necesita esclavos, siervos, o en nuestro lenguaje “ciudadanos”, que han comprado, aceptado sin reaccionar, y creen por repetición y reeducación, que son súbditos de un “poder superior.” 
Prometeo es y está, al final, en cada uno de nosotros. Es tiempo de arrebatarle el fuego al dios Estado.
@ezapeta