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Consideraciones sobre el socialismo (II)

Redacción República
02 de mayo, 2014

Es el turno de analizar algunos conflictos entre la teoría y la práctica del socialismo. Que la revolución comunista haya estallado en un país poco industrializado y monárquico como lo era Rusia en 1917 constituye probablemente la contradicción más grande del marxismo. Marx descubrió las leyes inmanentes del desarrollo de la historia, y como leyes que eran, resultaba imposible que la obra humana las cambiara intencionadamente: había que esperar a que el capitalismo madurara, a que produjera una masa suficiente de proletarios enardecidos, y sólo entonces estallaría la revolución socialista. Ningún esfuerzo del hombre podría apresurar su paso o prorrogarlo; la condena era inevitable para el burgués, como la recompensa para el obrero. En El manifiesto comunista Marx pone sus ojos sobre Alemania y nunca en Rusia. Consideraba que aquel país estaba en “vísperas de una revolución burguesa” gracias a un proletariado potente como para llevar a cabo el cambio.

Sin embargo, los revolucionarios de 1917 moldearon las ideas Marx y Engels de tal forma que ahora sí resultaba posible acelerar el desarrollo histórico hasta llegar al comunismo. El fin de la historia según Marx sería la desaparición total del Estado, pero Bodenheimer nos cuenta una interesante anécdota de los pioneros del comunismo: “Cuando en 1930 –bajo la influencia del éxito del primer plan quinquenal– se anunció de modo oficial que el socialismo había triunfado definitiva e irrevocablemente en Rusia, hubo unos cuantos jueces que dedujeron las conclusiones lógicas y comenzaron a clausurar sus tribunales; pero el gobierno les desautorizó y se cortó toda discusión acerca de la ‘desaparición del Derecho’ en una sociedad comunista”. El Estado comunista había venido para quedarse.

En la práctica, Marx (en un inicio al menos) colaboró con los movimientos burgueses liberales en Alemania. Su objetivo, como nos dice Gareth Stedman Jones, “era establecer un gobierno representativo y las libertades liberales asociadas a la Revolución Francesa de 1789” para luego llevar a cabo la revolución que terminaría con la propiedad privada. Después de todo, si se quería llegar al socialismo primero había que pasar por el capitalismo, ese era el dictado de las leyes de la historia.

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Por otra parte, Lenin despreciaba el capitalismo, creía que se podía llegar al comunismo sin pasar por él. En consecuencia se he llagado a creer que Marx también lo despreciaba. Error. Marx admiraba el capitalismo, lo reconocía como un poder que transformaba todo cuanto tocaba, como ningún otro sistema en la historia lo había hecho. Sin embargo, era un sistema imperfecto destinado a ceder frente a uno superior. Marx escribió: “La gran industria ha creado el mercado mundial, ya preparado por el descubrimiento de América. El mercado mundial aceleró prodigiosamente el desarrollo del comercio, de la navegación y de los medios de transporte por tierra… La burguesía ha desempeñado en la historia un papel altamente revolucionario… La burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con ello todas las relaciones sociales…. Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía ha dado un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países… la burguesía arrastra a la corriente de la civilización a todas las naciones, hasta las más bárbaras.”

La historia no le dio la razón ni a Marx ni a los comunistas. El proletario, la punta de lanza de la revolución según Marx, se convirtió en la clase media, la gran mimada con las mieles del capitalismo. Por su parte, el sistema político comunista vio sus días contados en 1991; el totalitarismo de clase nunca pudo superar al capitalismo.

Consideraciones sobre el socialismo (II)

Redacción República
02 de mayo, 2014

Es el turno de analizar algunos conflictos entre la teoría y la práctica del socialismo. Que la revolución comunista haya estallado en un país poco industrializado y monárquico como lo era Rusia en 1917 constituye probablemente la contradicción más grande del marxismo. Marx descubrió las leyes inmanentes del desarrollo de la historia, y como leyes que eran, resultaba imposible que la obra humana las cambiara intencionadamente: había que esperar a que el capitalismo madurara, a que produjera una masa suficiente de proletarios enardecidos, y sólo entonces estallaría la revolución socialista. Ningún esfuerzo del hombre podría apresurar su paso o prorrogarlo; la condena era inevitable para el burgués, como la recompensa para el obrero. En El manifiesto comunista Marx pone sus ojos sobre Alemania y nunca en Rusia. Consideraba que aquel país estaba en “vísperas de una revolución burguesa” gracias a un proletariado potente como para llevar a cabo el cambio.

Sin embargo, los revolucionarios de 1917 moldearon las ideas Marx y Engels de tal forma que ahora sí resultaba posible acelerar el desarrollo histórico hasta llegar al comunismo. El fin de la historia según Marx sería la desaparición total del Estado, pero Bodenheimer nos cuenta una interesante anécdota de los pioneros del comunismo: “Cuando en 1930 –bajo la influencia del éxito del primer plan quinquenal– se anunció de modo oficial que el socialismo había triunfado definitiva e irrevocablemente en Rusia, hubo unos cuantos jueces que dedujeron las conclusiones lógicas y comenzaron a clausurar sus tribunales; pero el gobierno les desautorizó y se cortó toda discusión acerca de la ‘desaparición del Derecho’ en una sociedad comunista”. El Estado comunista había venido para quedarse.

En la práctica, Marx (en un inicio al menos) colaboró con los movimientos burgueses liberales en Alemania. Su objetivo, como nos dice Gareth Stedman Jones, “era establecer un gobierno representativo y las libertades liberales asociadas a la Revolución Francesa de 1789” para luego llevar a cabo la revolución que terminaría con la propiedad privada. Después de todo, si se quería llegar al socialismo primero había que pasar por el capitalismo, ese era el dictado de las leyes de la historia.

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Por otra parte, Lenin despreciaba el capitalismo, creía que se podía llegar al comunismo sin pasar por él. En consecuencia se he llagado a creer que Marx también lo despreciaba. Error. Marx admiraba el capitalismo, lo reconocía como un poder que transformaba todo cuanto tocaba, como ningún otro sistema en la historia lo había hecho. Sin embargo, era un sistema imperfecto destinado a ceder frente a uno superior. Marx escribió: “La gran industria ha creado el mercado mundial, ya preparado por el descubrimiento de América. El mercado mundial aceleró prodigiosamente el desarrollo del comercio, de la navegación y de los medios de transporte por tierra… La burguesía ha desempeñado en la historia un papel altamente revolucionario… La burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con ello todas las relaciones sociales…. Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía ha dado un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países… la burguesía arrastra a la corriente de la civilización a todas las naciones, hasta las más bárbaras.”

La historia no le dio la razón ni a Marx ni a los comunistas. El proletario, la punta de lanza de la revolución según Marx, se convirtió en la clase media, la gran mimada con las mieles del capitalismo. Por su parte, el sistema político comunista vio sus días contados en 1991; el totalitarismo de clase nunca pudo superar al capitalismo.