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Soñar y estudiar

Redacción
20 de mayo, 2014

No es ningún secreto que la educación superior, desde las primeras academias de la Antigua Grecia, no es un derecho sino un privilegio. No se refiere, por supuesto, al privilegio económico ni a las clases sociales, sino a lo intelectual. Las universidades están abiertas a todos, pero no todos se gradúan. En la mayoría de las universidades, donde no existe el riguroso proceso de selección intelectual, el porcentaje de los graduados no sobrepasa el 50% respecto a los ingresados. Es más, un alto porcentaje de los estudiantes tardan en graduarse, lo que demuestra varias cosas: falta de capacidad para estudiar e investigar en una universidad, falta de recursos (de todo tipo) para mantener el ritmo de los estudios y, tal vez lo más importante, falta de interés por la carrera elegida. 

En un mundo globalizado la educación superior se ha convertido en el primer paso al éxito, a la competitividad y al desarrollo en general. El medio sociocultural (que incluye aspectos no solo propiamente sociales y culturales, sino también jurídicos, lingüísticos, económicos y políticos) de los países pequeños, del desarrollo económico lento, como Guatemala, provocó que las universidades se centraran en las carreras prácticas, que no requieren inversión ni elevado gasto, dejando de lado la investigación científica. 
En efecto, el progreso es evidente y muy práctico. Los jóvenes de ahora tienen suerte de meterse en internet muy de madrugada (después de la parranda) en las bibliotecas virtuales, ir a “la biblio” quince minutos antes de la clase para sacar copias de los libros, escanear, etc. Y aquí no nos referimos sólo a los estudiantes, sino también a los profesores. Desapareció esta aventura del pensamiento de antes, que a veces resultaba desgastante, dando lugar a la de ahora, que requiere quizá menos esfuerzo físico y menos gasto de tiempo pero permite abarcar más y conseguir más información. 
Sin embargo, como dicen: “no hay que pecar por defecto ni por exceso porque hace daño”. El progreso al traer lo positivo, nos cobra y bastante caro. Una parte de este precio que pagamos es la falta de sueños en los estudios. Para ser francos: ¿cuántos de nosotros ha estudiado la carrera con la que soñó de adolescente? ¿Quién estudia en la universidad que considera realmente la mejor del mundo en su área? A primera vista estas preguntas no tienen nada que ver con el progreso, pero sí, junto con la tecnología, se pierde el interés hacia lo más importante, el futuro. 
La mayoría de los estudiantes de nuestras universidades eligen (o, mejor dicho, eligen los padres o exige la realidad del país) las carreras que permiten muy rápida remuneración en un futuro: administración, sistemas, economía, derecho, etc. Pero, realmente se gradúa al terminar cinco años de estudios (o algunos seis, siete y más) un mínimo grupo que de veras está enamorado de lo que estudia. Hay carreras que son nuestro sueño, pero no las hay en países pequeños. Otra vez la pasividad (o sea, flojera), producto del progreso, no nos permite ampliar el horizonte y luchar por una beca en el extranjero. 
Según evidencian múltiples estudios, realizados entre los alumnos de los colegios en los países como Guatemala, hay una enorme cantidad de los jóvenes que quisieran estudiar ciencias, dedicarse a la investigación. Y no es en vano. A estas alturas de la historia de la humanidad, la investigación se hace cada vez más significativa. Se puede decir, que la investigación científica es el motor del progreso. Este tipo de actividades son las que hacen falta para que progresen países en vías de desarrollo, para que salgan de la pobreza y estancamiento y para que dejen de ser catalogados como países “pobres y atrasados”. 
No obstante, por otro lado, se puede ver que la investigación requiere una inversión enorme que no siempre es a corto plazo. Por ello Guatemala, al igual que los demás países con las características socioculturales semejantes, no se lo puede permitir. ¿Significa esto que no podemos soñar con ser científicos y con sacar adelante nuestro país? 
¿Cuántos saben que casi todos los gobiernos “primermundistas” y las universidades de prestigio mundial ofrecen becas a los guatemaltecos? Pero no lo sabemos porque nos asusta el esfuerzo que hay que hacer para obtenerlas, nos asusta salir de internet o esforzarnos un poco más de lo acostumbrado. Cada país “desarrollado” se elevó en el mundo precisamente por sus aportaciones y alcances científicos: basta ver el origen de los “premios Nobel” en las ciencias. Esto no significa que no tengamos este potencial en nuestro país. Recordemos a los científicos guatemaltecos que se dedicaron a las investigaciones dentro y fuera de su patria: físico Fernando Quevedo, médico Estuardo Aguilar, médico antropólogo Juan José Hurtado, lingüista Martín Chacach, ingenieros Luis Zea y Santiago Solares, biólogo Juan Frenando Medrano, matemático Luis Von Ahn y muchos otros. La mayoría de ellos estudiaron sus carreras en Guatemala y, siguiendo sus sueños, realizaron sus posgrados en el extranjero donde han podido destacarse. 
En fin, sí es posible aprovechar lo bueno del progreso para alcanzar el sueño, la vida es una y hay que disfrutarla. Solo los hombres mediocres no saben qué hacer con su vida. 
[email protected]

Soñar y estudiar

Redacción
20 de mayo, 2014

No es ningún secreto que la educación superior, desde las primeras academias de la Antigua Grecia, no es un derecho sino un privilegio. No se refiere, por supuesto, al privilegio económico ni a las clases sociales, sino a lo intelectual. Las universidades están abiertas a todos, pero no todos se gradúan. En la mayoría de las universidades, donde no existe el riguroso proceso de selección intelectual, el porcentaje de los graduados no sobrepasa el 50% respecto a los ingresados. Es más, un alto porcentaje de los estudiantes tardan en graduarse, lo que demuestra varias cosas: falta de capacidad para estudiar e investigar en una universidad, falta de recursos (de todo tipo) para mantener el ritmo de los estudios y, tal vez lo más importante, falta de interés por la carrera elegida. 

En un mundo globalizado la educación superior se ha convertido en el primer paso al éxito, a la competitividad y al desarrollo en general. El medio sociocultural (que incluye aspectos no solo propiamente sociales y culturales, sino también jurídicos, lingüísticos, económicos y políticos) de los países pequeños, del desarrollo económico lento, como Guatemala, provocó que las universidades se centraran en las carreras prácticas, que no requieren inversión ni elevado gasto, dejando de lado la investigación científica. 
En efecto, el progreso es evidente y muy práctico. Los jóvenes de ahora tienen suerte de meterse en internet muy de madrugada (después de la parranda) en las bibliotecas virtuales, ir a “la biblio” quince minutos antes de la clase para sacar copias de los libros, escanear, etc. Y aquí no nos referimos sólo a los estudiantes, sino también a los profesores. Desapareció esta aventura del pensamiento de antes, que a veces resultaba desgastante, dando lugar a la de ahora, que requiere quizá menos esfuerzo físico y menos gasto de tiempo pero permite abarcar más y conseguir más información. 
Sin embargo, como dicen: “no hay que pecar por defecto ni por exceso porque hace daño”. El progreso al traer lo positivo, nos cobra y bastante caro. Una parte de este precio que pagamos es la falta de sueños en los estudios. Para ser francos: ¿cuántos de nosotros ha estudiado la carrera con la que soñó de adolescente? ¿Quién estudia en la universidad que considera realmente la mejor del mundo en su área? A primera vista estas preguntas no tienen nada que ver con el progreso, pero sí, junto con la tecnología, se pierde el interés hacia lo más importante, el futuro. 
La mayoría de los estudiantes de nuestras universidades eligen (o, mejor dicho, eligen los padres o exige la realidad del país) las carreras que permiten muy rápida remuneración en un futuro: administración, sistemas, economía, derecho, etc. Pero, realmente se gradúa al terminar cinco años de estudios (o algunos seis, siete y más) un mínimo grupo que de veras está enamorado de lo que estudia. Hay carreras que son nuestro sueño, pero no las hay en países pequeños. Otra vez la pasividad (o sea, flojera), producto del progreso, no nos permite ampliar el horizonte y luchar por una beca en el extranjero. 
Según evidencian múltiples estudios, realizados entre los alumnos de los colegios en los países como Guatemala, hay una enorme cantidad de los jóvenes que quisieran estudiar ciencias, dedicarse a la investigación. Y no es en vano. A estas alturas de la historia de la humanidad, la investigación se hace cada vez más significativa. Se puede decir, que la investigación científica es el motor del progreso. Este tipo de actividades son las que hacen falta para que progresen países en vías de desarrollo, para que salgan de la pobreza y estancamiento y para que dejen de ser catalogados como países “pobres y atrasados”. 
No obstante, por otro lado, se puede ver que la investigación requiere una inversión enorme que no siempre es a corto plazo. Por ello Guatemala, al igual que los demás países con las características socioculturales semejantes, no se lo puede permitir. ¿Significa esto que no podemos soñar con ser científicos y con sacar adelante nuestro país? 
¿Cuántos saben que casi todos los gobiernos “primermundistas” y las universidades de prestigio mundial ofrecen becas a los guatemaltecos? Pero no lo sabemos porque nos asusta el esfuerzo que hay que hacer para obtenerlas, nos asusta salir de internet o esforzarnos un poco más de lo acostumbrado. Cada país “desarrollado” se elevó en el mundo precisamente por sus aportaciones y alcances científicos: basta ver el origen de los “premios Nobel” en las ciencias. Esto no significa que no tengamos este potencial en nuestro país. Recordemos a los científicos guatemaltecos que se dedicaron a las investigaciones dentro y fuera de su patria: físico Fernando Quevedo, médico Estuardo Aguilar, médico antropólogo Juan José Hurtado, lingüista Martín Chacach, ingenieros Luis Zea y Santiago Solares, biólogo Juan Frenando Medrano, matemático Luis Von Ahn y muchos otros. La mayoría de ellos estudiaron sus carreras en Guatemala y, siguiendo sus sueños, realizaron sus posgrados en el extranjero donde han podido destacarse. 
En fin, sí es posible aprovechar lo bueno del progreso para alcanzar el sueño, la vida es una y hay que disfrutarla. Solo los hombres mediocres no saben qué hacer con su vida. 
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