Todos, o casi todos hemos escuchado nombrar al barón de Montesquieu por algún motivo. Pensador francés, representante de esa maravillosa generación de la ilustración francesa, es el autor de uno de los libros fundamentales de la historia del pensamiento político: El Espíritu de las Leyes. Este libro, que constituye el cimiento de la teoría moderna de la división de poderes del Estado, puede resumirse arriesgadamente en dos o tres ideas fundamentales, y que uno de sus estudiosos, Bernard Manin, sintetiza así: “…la virtud, definida como el amor a la patria y a las leyes, constituye el principio de las repúblicas, la fuerza psicológica y la pasión que deben mover a los ciudadanos para que esta forma de gobierno sea viable…”, idea que aunque clara, necesita extenderse sobre qué considera Montesquieu que es esa virtud republicana, que él mismo define como: “…la disciplina consigo mismo, la disposición interior para reprimir las inclinaciones que fluctúan al azar de las circunstancias, las personas y los objetos singulares…” y que se materializa en una frase hermosa, iluminadora que le otorga la talla de un alto pensador político: “El espíritu del ciudadano es el amar las leyes, aún en casos en que nos perjudiquen, y considerar más el bien general que nos procuran, que el mal particular que nos causan algunas veces.”
Todos, o casi todos hemos escuchado nombrar al barón de Montesquieu por algún motivo. Pensador francés, representante de esa maravillosa generación de la ilustración francesa, es el autor de uno de los libros fundamentales de la historia del pensamiento político: El Espíritu de las Leyes. Este libro, que constituye el cimiento de la teoría moderna de la división de poderes del Estado, puede resumirse arriesgadamente en dos o tres ideas fundamentales, y que uno de sus estudiosos, Bernard Manin, sintetiza así: “…la virtud, definida como el amor a la patria y a las leyes, constituye el principio de las repúblicas, la fuerza psicológica y la pasión que deben mover a los ciudadanos para que esta forma de gobierno sea viable…”, idea que aunque clara, necesita extenderse sobre qué considera Montesquieu que es esa virtud republicana, que él mismo define como: “…la disciplina consigo mismo, la disposición interior para reprimir las inclinaciones que fluctúan al azar de las circunstancias, las personas y los objetos singulares…” y que se materializa en una frase hermosa, iluminadora que le otorga la talla de un alto pensador político: “El espíritu del ciudadano es el amar las leyes, aún en casos en que nos perjudiquen, y considerar más el bien general que nos procuran, que el mal particular que nos causan algunas veces.”