Política
Política
Empresa
Empresa
Investigación y Análisis
Investigación y Análisis
Internacional
Internacional
Opinión
Opinión
Inmobiliaria
Inmobiliaria
Agenda Empresarial
Agenda Empresarial

La pesadilla de Montesquieu.

Redacción
08 de junio, 2014

Todos, o casi todos hemos escuchado nombrar al barón de Montesquieu por algún motivo. Pensador francés, representante de esa maravillosa generación de la ilustración francesa, es el autor de uno de los libros fundamentales de la historia del pensamiento político: El Espíritu de las Leyes. Este libro, que constituye el cimiento de la teoría moderna de la división de poderes del Estado, puede resumirse arriesgadamente en dos o tres ideas fundamentales, y que uno de sus estudiosos, Bernard Manin, sintetiza así: “…la virtud, definida como el amor a la patria y a las leyes, constituye el principio de las repúblicas, la fuerza psicológica y la pasión que deben mover a los ciudadanos para que esta forma de gobierno sea viable…”, idea que aunque clara, necesita extenderse sobre qué considera Montesquieu que es esa virtud republicana, que él mismo define como: “…la disciplina consigo mismo, la disposición interior para reprimir las inclinaciones que fluctúan al azar de las circunstancias, las personas y los objetos singulares…” y que se materializa en una frase hermosa, iluminadora que le otorga la talla de un alto pensador político: “El espíritu del ciudadano es el amar las leyes, aún en casos en que nos perjudiquen, y considerar más el bien general que nos procuran, que el mal particular que nos causan algunas veces.” 

Es decir que el ciudadano virtuoso es aquél que amando tanto la ley y la república, no duda en sacrificar sus propios intereses en pro del bien común. El problema fundamental del pensamiento de Montesquieu, no obstante, es que nadie es educado para lograr esa alta virtud republicana. Los cursitos de civismo y los desfiles militaroides de las fiestas patrias son insuficientes para crear esta virtud en los pequeños ciudadanos. La formación cívica es tan deficiente que ni aquellos que se forman en una institución patriótica por excelencia, como lo debería ser el ejército, logran convertirse en ciudadanos virtuosos. El actual Presidente, ex militar de escuela, debería ser en teoría, el mejor exponente del ciudadano virtuoso, pero incapaz de superar las propias humanas limitaciones, se convierte en el peor enemigo de la república: aquél que desafía las normas constitucionales. 
En los últimos días han corrido ríos de tinta al respecto de la irresponsable idea del Presidente de alargar su período constitucional, violando los derechos de todos los guatemaltecos que votaron por él para un período claro y definido constitucionalmente para durar 4 años. ¿Que el período le parece insuficiente? ¿Que le parece que el período no le permite alcanzar los planes que se había trazado? Pues mal le parezca al primer magistrado, dura lex, sed lex. Si no le gustaban las reglas del juego, no se hubiera metido al ruedo. Tal vez le hubiera sido mejor irse preparando años antes para gobernar y no esperar a asumir la presidencia para empezar a improvisar sus primeros actos de gobierno. 
Muchos han denunciado que las absurdas ideas expresadas en voz alta por el irreflexivo Presidente no son más que una cortina de humo que pretende esconder los incendios que su mediocre gestión está dejando, sobre todo en los temas de transparencia, corrupción e ineficiencia del gasto público. Puede ser, que sus asesores, (esos parásitos que rondan a las personas que ocupan altos puestos de gobierno), hayan creído que era una cortina ideal, pero me preocupa que el señor Pérez Molina la use efectivamente como tal. Me preocupa profundamente que el Presidente no tenga el criterio jurídico sereno para rechazar las ideas que los inevitables aduladores le soplan al oído día y noche. Me preocupa que quien al tomar posesión de la primera magistratura de la Nación, jurara proteger la Constitución, ahora crea que ésta se pueda manosear para extender sus ambiciones o las de sus colaboradores. Me preocupa la cleptocracia haya llegado a extremos tan descarados como permitirse manosear nuestra norma fundamental para no tener que correr tanto para llenarse los bolsillos. 
Me indigna que ese mismo hombre que en algún momento se autoproclamó defensor de la democracia por lo del golpe de Serrano Elías, ahora que se colgó la banda presidencial, quiera imitar al aprendiz de dictador. Me indigna que quien debería ser el llamado a defender el orden constitucional con la propia vida, ahora pretenda pisotear las normas que nos amparan de las dictaduras. 
¿Creen que exagero? José María Reina Barrios, Manuel Estrada Cabrera, José María Orellana y Jorge Ubico no dudaron en manosear el texto constitucional de turno para apaciguar sus desmedidas ambiciones. Callar, permitir el atropello de la Constitución es consentir la dictadura, es aceptar la autocracia, es renunciar a nuestras libertades políticas.

La pesadilla de Montesquieu.

Redacción
08 de junio, 2014

Todos, o casi todos hemos escuchado nombrar al barón de Montesquieu por algún motivo. Pensador francés, representante de esa maravillosa generación de la ilustración francesa, es el autor de uno de los libros fundamentales de la historia del pensamiento político: El Espíritu de las Leyes. Este libro, que constituye el cimiento de la teoría moderna de la división de poderes del Estado, puede resumirse arriesgadamente en dos o tres ideas fundamentales, y que uno de sus estudiosos, Bernard Manin, sintetiza así: “…la virtud, definida como el amor a la patria y a las leyes, constituye el principio de las repúblicas, la fuerza psicológica y la pasión que deben mover a los ciudadanos para que esta forma de gobierno sea viable…”, idea que aunque clara, necesita extenderse sobre qué considera Montesquieu que es esa virtud republicana, que él mismo define como: “…la disciplina consigo mismo, la disposición interior para reprimir las inclinaciones que fluctúan al azar de las circunstancias, las personas y los objetos singulares…” y que se materializa en una frase hermosa, iluminadora que le otorga la talla de un alto pensador político: “El espíritu del ciudadano es el amar las leyes, aún en casos en que nos perjudiquen, y considerar más el bien general que nos procuran, que el mal particular que nos causan algunas veces.” 

Es decir que el ciudadano virtuoso es aquél que amando tanto la ley y la república, no duda en sacrificar sus propios intereses en pro del bien común. El problema fundamental del pensamiento de Montesquieu, no obstante, es que nadie es educado para lograr esa alta virtud republicana. Los cursitos de civismo y los desfiles militaroides de las fiestas patrias son insuficientes para crear esta virtud en los pequeños ciudadanos. La formación cívica es tan deficiente que ni aquellos que se forman en una institución patriótica por excelencia, como lo debería ser el ejército, logran convertirse en ciudadanos virtuosos. El actual Presidente, ex militar de escuela, debería ser en teoría, el mejor exponente del ciudadano virtuoso, pero incapaz de superar las propias humanas limitaciones, se convierte en el peor enemigo de la república: aquél que desafía las normas constitucionales. 
En los últimos días han corrido ríos de tinta al respecto de la irresponsable idea del Presidente de alargar su período constitucional, violando los derechos de todos los guatemaltecos que votaron por él para un período claro y definido constitucionalmente para durar 4 años. ¿Que el período le parece insuficiente? ¿Que le parece que el período no le permite alcanzar los planes que se había trazado? Pues mal le parezca al primer magistrado, dura lex, sed lex. Si no le gustaban las reglas del juego, no se hubiera metido al ruedo. Tal vez le hubiera sido mejor irse preparando años antes para gobernar y no esperar a asumir la presidencia para empezar a improvisar sus primeros actos de gobierno. 
Muchos han denunciado que las absurdas ideas expresadas en voz alta por el irreflexivo Presidente no son más que una cortina de humo que pretende esconder los incendios que su mediocre gestión está dejando, sobre todo en los temas de transparencia, corrupción e ineficiencia del gasto público. Puede ser, que sus asesores, (esos parásitos que rondan a las personas que ocupan altos puestos de gobierno), hayan creído que era una cortina ideal, pero me preocupa que el señor Pérez Molina la use efectivamente como tal. Me preocupa profundamente que el Presidente no tenga el criterio jurídico sereno para rechazar las ideas que los inevitables aduladores le soplan al oído día y noche. Me preocupa que quien al tomar posesión de la primera magistratura de la Nación, jurara proteger la Constitución, ahora crea que ésta se pueda manosear para extender sus ambiciones o las de sus colaboradores. Me preocupa la cleptocracia haya llegado a extremos tan descarados como permitirse manosear nuestra norma fundamental para no tener que correr tanto para llenarse los bolsillos. 
Me indigna que ese mismo hombre que en algún momento se autoproclamó defensor de la democracia por lo del golpe de Serrano Elías, ahora que se colgó la banda presidencial, quiera imitar al aprendiz de dictador. Me indigna que quien debería ser el llamado a defender el orden constitucional con la propia vida, ahora pretenda pisotear las normas que nos amparan de las dictaduras. 
¿Creen que exagero? José María Reina Barrios, Manuel Estrada Cabrera, José María Orellana y Jorge Ubico no dudaron en manosear el texto constitucional de turno para apaciguar sus desmedidas ambiciones. Callar, permitir el atropello de la Constitución es consentir la dictadura, es aceptar la autocracia, es renunciar a nuestras libertades políticas.