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Cuando la palabra es el último recurso

Redacción República
27 de julio, 2014

Sir Winston Churchill, uno de los gigantes del siglo XX y mi héroe personal, era un verdadero artesano de las palabras. De su pluma salieron dos de los mejores discursos públicos de la historia universal. En uno, al asumir el cargo de Primer Ministro, cuando ya había estallado la Segunda Guerra Mundial, contra todo consejo, no dio falsas esperanzas al pueblo británico. En el momento álgido de su alocución dijo, con desarmante sinceridad: “No tengo para ofrecer más que sangre, sudor y lágrimas”, prometiendo a los ingleses ganar la guerra, pero a costa de ingentes sacrificios. En un segundo momento, cuando en 1940 se declaró la victoria inglesa en los cielos, en lo que se llamaría en adelante la Batalla de Inglaterra, pronunció ante un Parlamento atónito un discurso en el que explicaba que apenas un puñado de jóvenes indisciplinados a bordo de aviones de caza, habían defendido la inviolabilidad del territorio nacional. Allí, a modo de reflexión agradecida terminó su intervención con una frase hermosa: “Nunca antes, en la larga historia de los conflictos humanos, tantos debieron tanto, a tan pocos”. Arrancando una ovación de los parlamentarios para los muchachos pilotos de combate de la Real Fuerza Aérea. 

Acostumbrados entonces todos a las magníficas sentencias del Primer Ministro, apenas le pusieron atención cuando durante una entrevista alguien le preguntó si haría algo en contra de la prensa derrotista de su país. Churchill, con esa mente brillante que sostuvo el peso de la guerra durante casi 3 años en soledad, tomando las peores decisiones, le respondió serio al impertinente: “Los periodistas son los perros guardianes de la democracia”. Frase que en Guatemala se deberían tatuar en la frente todos los politiqueros y politicastros que han secuestrado a nuestro sistema político, y también nosotros mismos, los ciudadanos de a pie debemos grabárnosla en la mente, cuando cada día abrimos los diarios y nos damos cuenta que de todas las instituciones que deberían encargarse de investigar, perseguir y castigar los abusos, se hacen los sordos, los mudos y los ciegos. 
Me he quedado rondando con la frase de Churchill, martillándome de forma insistente la mente desde que hace un par de noches vi la entrevista que Pedro Trujillo y Marcela Gereda le hicieron a una Magistrada de la Corte Suprema de Justicia, licenciada Brenda Anabella Quiñónez Donis, una valiente abogada que lucha contra los monstruos internos de la mal llamada Corte de Justicia, en la que se cuecen asuntos de la más escabrosa naturaleza. La magistrada denunció falsificaciones de actas del pleno, poca transparencia en la toma de decisiones, ocultamiento de información y abusos de magistrados que incluso le han asignado vehículos y guardaespaldas a sus esposas para que hagan el supermercado, mientras nosotros, los ciudadanos comunes nos jugamos la vida al ir a la tienda o a cualquier parte con el riesgo de morir por una bala perdida, por una granada o qué se yo más cosas pasan y ni nos enteramos. Esta mujer de carácter fuerte e intachable denunció en esa ocasión que la CSJ, que se queja cada año de falta de fondos, tiene ahorrado “para emergencias”, no se sorprenda usted, una bolsita de dinero que ya alcanza los 200 millones de quetzales, que quién sabe para qué diablos están guardando, cuando este país pide a gritos más juzgados, jueces mejor preparados, profesionales de justicia mejor pagados, un eficiente sistema de documentación en los juzgados, y un larguísimo etc. La Magistrada Quiñónez, con cara de circunstancias expresó con pesar que tenía que recurrir a los medios de comunicación como última instancia de lucha contra los poderes establecidos. 
Por otra parte, la prensa escrita denunció que el actual presidente de la junta directiva del IGSS, Juan de Dios Rodríguez, incapaz de desembarazarse de su pasado militar, planeaba contratar un monitoreo de medios, para precisamente controlar las críticas a su gestión, como si eso formara parte de las actividades del deficiente y paupérrimo Instituto de Seguridad Social. Afortunadamente la oportuna denuncia de los “perros de la democracia”, hizo que Rodríguez diera marcha atrás a tan absurda decisión.

Cuando la palabra es el último recurso

Redacción República
27 de julio, 2014

Sir Winston Churchill, uno de los gigantes del siglo XX y mi héroe personal, era un verdadero artesano de las palabras. De su pluma salieron dos de los mejores discursos públicos de la historia universal. En uno, al asumir el cargo de Primer Ministro, cuando ya había estallado la Segunda Guerra Mundial, contra todo consejo, no dio falsas esperanzas al pueblo británico. En el momento álgido de su alocución dijo, con desarmante sinceridad: “No tengo para ofrecer más que sangre, sudor y lágrimas”, prometiendo a los ingleses ganar la guerra, pero a costa de ingentes sacrificios. En un segundo momento, cuando en 1940 se declaró la victoria inglesa en los cielos, en lo que se llamaría en adelante la Batalla de Inglaterra, pronunció ante un Parlamento atónito un discurso en el que explicaba que apenas un puñado de jóvenes indisciplinados a bordo de aviones de caza, habían defendido la inviolabilidad del territorio nacional. Allí, a modo de reflexión agradecida terminó su intervención con una frase hermosa: “Nunca antes, en la larga historia de los conflictos humanos, tantos debieron tanto, a tan pocos”. Arrancando una ovación de los parlamentarios para los muchachos pilotos de combate de la Real Fuerza Aérea. 

Acostumbrados entonces todos a las magníficas sentencias del Primer Ministro, apenas le pusieron atención cuando durante una entrevista alguien le preguntó si haría algo en contra de la prensa derrotista de su país. Churchill, con esa mente brillante que sostuvo el peso de la guerra durante casi 3 años en soledad, tomando las peores decisiones, le respondió serio al impertinente: “Los periodistas son los perros guardianes de la democracia”. Frase que en Guatemala se deberían tatuar en la frente todos los politiqueros y politicastros que han secuestrado a nuestro sistema político, y también nosotros mismos, los ciudadanos de a pie debemos grabárnosla en la mente, cuando cada día abrimos los diarios y nos damos cuenta que de todas las instituciones que deberían encargarse de investigar, perseguir y castigar los abusos, se hacen los sordos, los mudos y los ciegos. 
Me he quedado rondando con la frase de Churchill, martillándome de forma insistente la mente desde que hace un par de noches vi la entrevista que Pedro Trujillo y Marcela Gereda le hicieron a una Magistrada de la Corte Suprema de Justicia, licenciada Brenda Anabella Quiñónez Donis, una valiente abogada que lucha contra los monstruos internos de la mal llamada Corte de Justicia, en la que se cuecen asuntos de la más escabrosa naturaleza. La magistrada denunció falsificaciones de actas del pleno, poca transparencia en la toma de decisiones, ocultamiento de información y abusos de magistrados que incluso le han asignado vehículos y guardaespaldas a sus esposas para que hagan el supermercado, mientras nosotros, los ciudadanos comunes nos jugamos la vida al ir a la tienda o a cualquier parte con el riesgo de morir por una bala perdida, por una granada o qué se yo más cosas pasan y ni nos enteramos. Esta mujer de carácter fuerte e intachable denunció en esa ocasión que la CSJ, que se queja cada año de falta de fondos, tiene ahorrado “para emergencias”, no se sorprenda usted, una bolsita de dinero que ya alcanza los 200 millones de quetzales, que quién sabe para qué diablos están guardando, cuando este país pide a gritos más juzgados, jueces mejor preparados, profesionales de justicia mejor pagados, un eficiente sistema de documentación en los juzgados, y un larguísimo etc. La Magistrada Quiñónez, con cara de circunstancias expresó con pesar que tenía que recurrir a los medios de comunicación como última instancia de lucha contra los poderes establecidos. 
Por otra parte, la prensa escrita denunció que el actual presidente de la junta directiva del IGSS, Juan de Dios Rodríguez, incapaz de desembarazarse de su pasado militar, planeaba contratar un monitoreo de medios, para precisamente controlar las críticas a su gestión, como si eso formara parte de las actividades del deficiente y paupérrimo Instituto de Seguridad Social. Afortunadamente la oportuna denuncia de los “perros de la democracia”, hizo que Rodríguez diera marcha atrás a tan absurda decisión.