Sir Winston Churchill, uno de los gigantes del siglo XX y mi héroe personal, era un verdadero artesano de las palabras. De su pluma salieron dos de los mejores discursos públicos de la historia universal. En uno, al asumir el cargo de Primer Ministro, cuando ya había estallado la Segunda Guerra Mundial, contra todo consejo, no dio falsas esperanzas al pueblo británico. En el momento álgido de su alocución dijo, con desarmante sinceridad: “No tengo para ofrecer más que sangre, sudor y lágrimas”, prometiendo a los ingleses ganar la guerra, pero a costa de ingentes sacrificios. En un segundo momento, cuando en 1940 se declaró la victoria inglesa en los cielos, en lo que se llamaría en adelante la Batalla de Inglaterra, pronunció ante un Parlamento atónito un discurso en el que explicaba que apenas un puñado de jóvenes indisciplinados a bordo de aviones de caza, habían defendido la inviolabilidad del territorio nacional. Allí, a modo de reflexión agradecida terminó su intervención con una frase hermosa: “Nunca antes, en la larga historia de los conflictos humanos, tantos debieron tanto, a tan pocos”. Arrancando una ovación de los parlamentarios para los muchachos pilotos de combate de la Real Fuerza Aérea.
Sir Winston Churchill, uno de los gigantes del siglo XX y mi héroe personal, era un verdadero artesano de las palabras. De su pluma salieron dos de los mejores discursos públicos de la historia universal. En uno, al asumir el cargo de Primer Ministro, cuando ya había estallado la Segunda Guerra Mundial, contra todo consejo, no dio falsas esperanzas al pueblo británico. En el momento álgido de su alocución dijo, con desarmante sinceridad: “No tengo para ofrecer más que sangre, sudor y lágrimas”, prometiendo a los ingleses ganar la guerra, pero a costa de ingentes sacrificios. En un segundo momento, cuando en 1940 se declaró la victoria inglesa en los cielos, en lo que se llamaría en adelante la Batalla de Inglaterra, pronunció ante un Parlamento atónito un discurso en el que explicaba que apenas un puñado de jóvenes indisciplinados a bordo de aviones de caza, habían defendido la inviolabilidad del territorio nacional. Allí, a modo de reflexión agradecida terminó su intervención con una frase hermosa: “Nunca antes, en la larga historia de los conflictos humanos, tantos debieron tanto, a tan pocos”. Arrancando una ovación de los parlamentarios para los muchachos pilotos de combate de la Real Fuerza Aérea.