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Los cañones de Agosto

Redacción
06 de julio, 2014

El pasado 28 de junio, se conmemoró el centenario del asesinato del Archiduque Francisco Fernando, heredero de la corona austro-húngara, a manos del nacionalista serbio, Gravilo Princip. La crisis diplomática generada por el asesinato activó las existentes redes de alianzas, que, exacerbadas por el militarismo y la carrera armamentista, desataría la Gran Guerra. Cuatro años y casi 9 millones de muertos después, el mundo había cambiado para siempre. 

La Gran Guerra marcó el quiebre de los grandes imperios modernos. El derrumbe del Imperio Otomano abrió la puerta para la descolonización del Oriente Medio, antecedente del conflicto árabe-israelí, contexto en el que germinó el terrorismo internacional. El colapso de Austria-Hungría en la Europa central, originó el reconocimiento del derecho de auto-determinación de los pueblos, tema que recién ha irrumpido en el debate nacional. Mientras que el colapso de los imperios ruso y alemán abrió la puerta para el surgimiento y consolidación de las ideologías totalitarias del siglo XX: el fascismo, nacionalsocialismo y el comunismo. 
En lo económico, la Primera Guerra Mundial marcó el declive de Europa como centro de gravedad del poder. En su lugar, Estados Unidos se consolidó como la gran potencia económica, y eventualmente reclamaría su posición como potencia política y militar. Para América Latina, la dislocación generada por la guerra, marcó el fin de una época dorada de crecimiento económico. Como consecuencia, a partir de los años 20, surgieron movimientos sociales que buscaron matizar los objetivos de desarrollo económico con satisfactores sociales para la población, siempre con el aura de autoritarismo que caracterizó a la región. En México, el proceso se institucionalizó con el PRI; en Argentina surgió el populismo yrigoyenista -y luego peronista-; y en Brasil, el Estado Novo de Getulio Vargas. He aquí el antecedente histórico de los populismos latinoamericanos, que degenerados, sobreviven hasta nuestros días. 
La receta política para evitar futuras conflagraciones, contenida en los 14 puntos de Wilson, llevó a la creación de la Liga de las Naciones, un primer esfuerzo por establecer un modelo de “Gobierno internacional”. Si bien el sistema fracasó, aquí encontramos el antecedente del Sistema de Naciones Unidas y el modelo de una comunidad internacional integrada. Hoy, en el marco de la globalización y la relativización de la soberanía, la influencia del gobierno internacional es una realidad que se manifiesta en países en desarrollo, como Guatemala. 
A 100 años del estallido de la “Guerra que habría de acabar con todas las guerras”, muchas de sus consecuencias aún sobreviven en el entorno político, económico y social. Para Guatemala, algunos legados de la Gran Guerra, como el debate sobre la auto-determinación, el ideal de gobierno internacional y el populismo, constituyen variables centrales en la coyuntura nacional.

Los cañones de Agosto

Redacción
06 de julio, 2014

El pasado 28 de junio, se conmemoró el centenario del asesinato del Archiduque Francisco Fernando, heredero de la corona austro-húngara, a manos del nacionalista serbio, Gravilo Princip. La crisis diplomática generada por el asesinato activó las existentes redes de alianzas, que, exacerbadas por el militarismo y la carrera armamentista, desataría la Gran Guerra. Cuatro años y casi 9 millones de muertos después, el mundo había cambiado para siempre. 

La Gran Guerra marcó el quiebre de los grandes imperios modernos. El derrumbe del Imperio Otomano abrió la puerta para la descolonización del Oriente Medio, antecedente del conflicto árabe-israelí, contexto en el que germinó el terrorismo internacional. El colapso de Austria-Hungría en la Europa central, originó el reconocimiento del derecho de auto-determinación de los pueblos, tema que recién ha irrumpido en el debate nacional. Mientras que el colapso de los imperios ruso y alemán abrió la puerta para el surgimiento y consolidación de las ideologías totalitarias del siglo XX: el fascismo, nacionalsocialismo y el comunismo. 
En lo económico, la Primera Guerra Mundial marcó el declive de Europa como centro de gravedad del poder. En su lugar, Estados Unidos se consolidó como la gran potencia económica, y eventualmente reclamaría su posición como potencia política y militar. Para América Latina, la dislocación generada por la guerra, marcó el fin de una época dorada de crecimiento económico. Como consecuencia, a partir de los años 20, surgieron movimientos sociales que buscaron matizar los objetivos de desarrollo económico con satisfactores sociales para la población, siempre con el aura de autoritarismo que caracterizó a la región. En México, el proceso se institucionalizó con el PRI; en Argentina surgió el populismo yrigoyenista -y luego peronista-; y en Brasil, el Estado Novo de Getulio Vargas. He aquí el antecedente histórico de los populismos latinoamericanos, que degenerados, sobreviven hasta nuestros días. 
La receta política para evitar futuras conflagraciones, contenida en los 14 puntos de Wilson, llevó a la creación de la Liga de las Naciones, un primer esfuerzo por establecer un modelo de “Gobierno internacional”. Si bien el sistema fracasó, aquí encontramos el antecedente del Sistema de Naciones Unidas y el modelo de una comunidad internacional integrada. Hoy, en el marco de la globalización y la relativización de la soberanía, la influencia del gobierno internacional es una realidad que se manifiesta en países en desarrollo, como Guatemala. 
A 100 años del estallido de la “Guerra que habría de acabar con todas las guerras”, muchas de sus consecuencias aún sobreviven en el entorno político, económico y social. Para Guatemala, algunos legados de la Gran Guerra, como el debate sobre la auto-determinación, el ideal de gobierno internacional y el populismo, constituyen variables centrales en la coyuntura nacional.