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El triste estado de la Aurora

Redacción
10 de agosto, 2014

En verdad Guatemala es un país
incoherente. Basta ver las hermosas campañas publicitarias que el INGUAT ha
lanzado bajo el lema “Guatemala: lecciones de vida”, para caer rendido ante la
belleza de nuestros paisajes. Los posters y fotografías que se ven en las
revistas de tiraje internacional lo llevan a uno al borde del fanatismo
entusiasta. La publicidad ofrece una hábil mezcla de atractivos que promete un país moderno, pujante, pero con
raíces culturales milenarias y mucha naturaleza. A esa publicidad hay que sumar
las giras que se hacen, las participaciones en ferias turísticas, impresiones
de libros, etc., para ir redondeando las altas sumas que la promoción del
turismo se cobra para que podamos ver a esos turistas desembarcando en el
pretensioso aeropuerto internacional La Aurora. Les estamos ofreciendo algo que
no les podemos cumplir, y el sueño se termina desde la puerta de entrada.

Si Guatemala es el corazón del mundo
maya, como afirma la publicidad del INGUAT, el aeropuerto viene a ser los
intestinos. El cascarón es ciertamente hermoso, pero de plantón y de fachadas
no se puede sostener la infraestructura total del turismo. La moderna silueta
de la terminal aérea es un monumento a la corrupción y a la incapacidad de las
autoridades, desde Berger hasta Pérez Molina, con una tortura que empieza desde
la puerta misma de desembarco: el aire acondicionado no funciona, y el
edificio, recubierto de vidrio como un sueño de Miami, no resulta práctico para
este fin, pues sin el aire acondicionado el edificio es un inmenso invernadero.
Para colmo, el diseño no previó ventanas. Ignoro si por normas internacionales
o porque el diseño importado nunca se cuestionó la inexistencia del A/C en este
país tropical. Dentro de la estructura no hay aire que corra, pero a través de
los inmensos ventanales qué lindo se mira el cielo azul y las copas de los
árboles que se mecen…

Ahora que el golpe de calor le ha abrumado
pase al baño a tratar de refrescarse: no hay agua. Además, los sensores de los
grifos no funcionan por falta de baterías. Unas cubetas en el piso ofrecen una
nada atractiva opción. Entonces mejor nos apuramos a salir del edificio antes
de caer desmayados o deshidratados, y cuando hacemos la fila de migración, la
luz se va por unas fracciones de segundos y se pone a titilar. “Bajones de luz”, informa un amable
agente de migración, que con su amabilidad atenúa un poco la mala impresión.
Nos sella el pasaporte y nos da la bienvenida. Afuera, por supuesto hay otros
retos, mucho más serios.

SUSCRIBITE A NUESTRO NEWSLETTER

Ahora el turista se quiere ir. Entra a
la recalentada terminal, se chequea y ve como el personal auxiliar de las
aerolíneas se parte la espalda levantando el equipaje a la altura de las
rodillas para subirlo a la reluciente faja Siemens que lo ha de llevar al
avión. ¿Por qué no se diseñan las cosas para facilitar la vida, sino para
torturar a la gente? ¿Por qué el
aeropuerto que presumía de ser “el más moderno de Centroamérica” no está
diseñado para ser una estructura inteligente, que ayude a eficientizar el
trabajo? ¿Por qué no corre a ras del suelo la faja? El turista se imagina que
si el personal auxiliar no está disponible, a algún empleado de la línea aérea
le ha de tocar dejar de chequear y ponerse a subir bultos, complicando la
operación. Hoy no es el caso y el turista ya puede irse a migración y a abordar
su vuelo.

Superada la larga cola (sorpresa: una de
los dos escáner de rayos X, no funciona), llega al área del Puerto Libre, y
cuando compra una botella de ron destilado en el cielo un aviso incomprensible
llena la estancia. Alguien a quien no se le entiende una sola palabra está
dando un aviso (las bocinas que cuelgan del techo son Bose). Al poco rato un
empleado de la aerolínea en la que ha de viajar de regreso el turista pasa
cargando un megáfono y una bocina portátil. Se dirige al extremo contrario de
la puerta que indica el billete de abordaje que tiene el viajero en la mano,
así que busca una pantalla para confirmar, pero están apagadas. Así que llama
al empleado y le pregunta por la puerta. El empleado le informa que se dio el
aviso por el sistema de comunicación del aeropuerto del cambio de puerta, que
hay que apurarse porque el abordaje ya empezó. Así que juntos van a la puerta
en donde se arremolina la gente. El empleado se disculpa, conecta el megáfono y
se pone a dar instrucciones como si fuera un pastor de esos que predican en el
Parque Centenario. Al cabo de un rato, se ordena todo y por fin se aborda el
avión. A pesar de los pesares.

Una cosa más que no funciona en el país,
a pesar que los ciudadanos comunes como el que esto escribe, paga puntualmente
sus impuestos.

El triste estado de la Aurora

Redacción
10 de agosto, 2014

En verdad Guatemala es un país
incoherente. Basta ver las hermosas campañas publicitarias que el INGUAT ha
lanzado bajo el lema “Guatemala: lecciones de vida”, para caer rendido ante la
belleza de nuestros paisajes. Los posters y fotografías que se ven en las
revistas de tiraje internacional lo llevan a uno al borde del fanatismo
entusiasta. La publicidad ofrece una hábil mezcla de atractivos que promete un país moderno, pujante, pero con
raíces culturales milenarias y mucha naturaleza. A esa publicidad hay que sumar
las giras que se hacen, las participaciones en ferias turísticas, impresiones
de libros, etc., para ir redondeando las altas sumas que la promoción del
turismo se cobra para que podamos ver a esos turistas desembarcando en el
pretensioso aeropuerto internacional La Aurora. Les estamos ofreciendo algo que
no les podemos cumplir, y el sueño se termina desde la puerta de entrada.

Si Guatemala es el corazón del mundo
maya, como afirma la publicidad del INGUAT, el aeropuerto viene a ser los
intestinos. El cascarón es ciertamente hermoso, pero de plantón y de fachadas
no se puede sostener la infraestructura total del turismo. La moderna silueta
de la terminal aérea es un monumento a la corrupción y a la incapacidad de las
autoridades, desde Berger hasta Pérez Molina, con una tortura que empieza desde
la puerta misma de desembarco: el aire acondicionado no funciona, y el
edificio, recubierto de vidrio como un sueño de Miami, no resulta práctico para
este fin, pues sin el aire acondicionado el edificio es un inmenso invernadero.
Para colmo, el diseño no previó ventanas. Ignoro si por normas internacionales
o porque el diseño importado nunca se cuestionó la inexistencia del A/C en este
país tropical. Dentro de la estructura no hay aire que corra, pero a través de
los inmensos ventanales qué lindo se mira el cielo azul y las copas de los
árboles que se mecen…

Ahora que el golpe de calor le ha abrumado
pase al baño a tratar de refrescarse: no hay agua. Además, los sensores de los
grifos no funcionan por falta de baterías. Unas cubetas en el piso ofrecen una
nada atractiva opción. Entonces mejor nos apuramos a salir del edificio antes
de caer desmayados o deshidratados, y cuando hacemos la fila de migración, la
luz se va por unas fracciones de segundos y se pone a titilar. “Bajones de luz”, informa un amable
agente de migración, que con su amabilidad atenúa un poco la mala impresión.
Nos sella el pasaporte y nos da la bienvenida. Afuera, por supuesto hay otros
retos, mucho más serios.

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Ahora el turista se quiere ir. Entra a
la recalentada terminal, se chequea y ve como el personal auxiliar de las
aerolíneas se parte la espalda levantando el equipaje a la altura de las
rodillas para subirlo a la reluciente faja Siemens que lo ha de llevar al
avión. ¿Por qué no se diseñan las cosas para facilitar la vida, sino para
torturar a la gente? ¿Por qué el
aeropuerto que presumía de ser “el más moderno de Centroamérica” no está
diseñado para ser una estructura inteligente, que ayude a eficientizar el
trabajo? ¿Por qué no corre a ras del suelo la faja? El turista se imagina que
si el personal auxiliar no está disponible, a algún empleado de la línea aérea
le ha de tocar dejar de chequear y ponerse a subir bultos, complicando la
operación. Hoy no es el caso y el turista ya puede irse a migración y a abordar
su vuelo.

Superada la larga cola (sorpresa: una de
los dos escáner de rayos X, no funciona), llega al área del Puerto Libre, y
cuando compra una botella de ron destilado en el cielo un aviso incomprensible
llena la estancia. Alguien a quien no se le entiende una sola palabra está
dando un aviso (las bocinas que cuelgan del techo son Bose). Al poco rato un
empleado de la aerolínea en la que ha de viajar de regreso el turista pasa
cargando un megáfono y una bocina portátil. Se dirige al extremo contrario de
la puerta que indica el billete de abordaje que tiene el viajero en la mano,
así que busca una pantalla para confirmar, pero están apagadas. Así que llama
al empleado y le pregunta por la puerta. El empleado le informa que se dio el
aviso por el sistema de comunicación del aeropuerto del cambio de puerta, que
hay que apurarse porque el abordaje ya empezó. Así que juntos van a la puerta
en donde se arremolina la gente. El empleado se disculpa, conecta el megáfono y
se pone a dar instrucciones como si fuera un pastor de esos que predican en el
Parque Centenario. Al cabo de un rato, se ordena todo y por fin se aborda el
avión. A pesar de los pesares.

Una cosa más que no funciona en el país,
a pesar que los ciudadanos comunes como el que esto escribe, paga puntualmente
sus impuestos.