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La noticia como espectáculo de consumo

Redacción República
04 de agosto, 2014

Vivimos una época difícil de entender. El torrente de información que nos bombardea diariamente, casi segundo a segundo, no nos deja el tiempo necesario para leer detenidamente, analizar, desechar o separar lo importante de lo trivial o de lo erróneo. Y en ese vértigo de datos e información es casi inevitable que adoptemos sobre ciertos sucesos, las ideas erróneas o asumamos posturas basadas en percepciones superficiales. 

El ejemplo claro es lo que está sucediendo actualmente en la Franja de Gaza, y aunque usted levante las cejas y decida que ya se ha hablado suficiente del asunto, le aseguro que la mayoría de opiniones, comentarios y afirmaciones que ha escuchado son erróneas, o cuando menos, parciales. He leído con creciente sorpresa en los medios de prensa escrita nacionales, columnas de periodistas o personajes de opinión que supuestamente son profesionales serios y bien informados, que emiten juicios descaradamente parcializados, sin el menor intento de analizar históricamente los hechos, incurriendo algunos en incluso falsedades manifiestas. Es la confirmación de lo que escribía hace una década Giovanni Sartori, en su libro Homo Videns. Según este politólogo italiano, la televisión ha provocado que los discursos de los políticos, los debates de actualidad, las opiniones de los expertos y un larguísimo etcétera, se vayan volviendo cada vez más superficiales, más como un entretenimiento que como una noticia que pretenda informar al espectador. El problema es que dentro de este mundo de televisoras globalizadas, el periodista ya no busca informar objetivamente, sino que busca manipular al espectador hace tal o cual bando. No voy a citar casos particulares, pero hay cadenas internacionales que asumen que sus televidentes son una masa amorfa de gente iletrada e ignorante que no sabe separar el trigo de la cizaña, a la que se le puede adoctrinar. Muchos noticieros nacionales y extranjeros parecen versiones pensadas en los estudios de Televisa o de Venevisión. 
Parece que la percepción de los productores de estas cadenas de noticias es que los latinos son gente que no razona más allá de las imágenes que se proyectan en las pantallas, que no es necesario darles más análisis de lo estrictamente necesario para que no cambien de canal, y se queden enganchados viendo una y otra vez secuencias de ambulancias y hombres cargando cadáveres. Los analistas invitados nunca van más allá de lo obvio, no ahondan en, por ejemplo, la situación desesperada de una población palestina arrinconada en Gaza en un infierno de hambre, miseria y el hacinamiento producto de un bloqueo terrestre y marítimo de las fuerzas de defensa de Israel, desde que Hamas ganara la guerra civil en esta parte de la Autoridad Palestina en 2008. El mensaje de todos los noticieros que he visto es sencillo, como una lección de escuela: los palestinos son los malos (todos son terroristas) y los israelíes sus víctimas (todos son buenos), pretendiendo pintar como hombres de paz a conocidos asesinos como el difunto Ariel Sharon, que comandó las tropas israelíes que incursionaron en el sur de Líbano cuando sucedieron las masacres de Sabra y Chatila. 
Dejo en claro una cosa: no soy antisemita, no soy antiisraelí, admiro al escritor Amos Oz, admiro al asesinado líder Itzak Rabín, a manos del lunático radical Igal Amir. Admiro la epopeya nacional judía que ganó guerras en clara desventaja: la de independencia de 1948, la guerra del Canal de Suez de 1956 (atizada por Inglaterra y Francia, pero que demostró las capacidades militares de Israel y su profesionalismo), la sorprendente Guerra de los Seis Días en 1967, en que neutralizó a todos su enemigos, y la Guerra del Yom Kippur en 1973, en que recobrado de la sorpresa inicial y contra todo pronóstico revirtió las victorias árabes en una aplastante e inobjetable victoria. Crecí leyendo las novelas de León Uris sobre los héroes judíos en Palestina y Europa y escuchando una y otra vez el relato de la victoria política de Jorge García Granados en la ONU al proponer la creación del Estado de Israel. Pero no puedo apoyar la matanza indiscriminada de civiles (mujeres y niños aplastados por escombros), a los que las ruedas de prensa tratan de despersonalizar llamándolos “lamentables daños colaterales”, porque sé que en la Franja de Gaza se hacinan casi dos millones de personas, y sé que los terroristas de Hamas los están usando de escudos humanos y sé que el ejército de Israel lo sabe. Sé que esta guerra indiscriminada contra la población palestina es el caldo de cultivo para más violencia y resentimiento en contra de Israel, y sé que los líderes mundiales como Obama, como Netanyahu, como Putin y como Merkel, que son los únicos que tienen posibilidades positivas de hacer algo, lo van a lamentar también. Tarde o temprano lo vamos a lamentar todos, porque la violencia se va a alimentar de nuestra indiferencia.

La noticia como espectáculo de consumo

Redacción República
04 de agosto, 2014

Vivimos una época difícil de entender. El torrente de información que nos bombardea diariamente, casi segundo a segundo, no nos deja el tiempo necesario para leer detenidamente, analizar, desechar o separar lo importante de lo trivial o de lo erróneo. Y en ese vértigo de datos e información es casi inevitable que adoptemos sobre ciertos sucesos, las ideas erróneas o asumamos posturas basadas en percepciones superficiales. 

El ejemplo claro es lo que está sucediendo actualmente en la Franja de Gaza, y aunque usted levante las cejas y decida que ya se ha hablado suficiente del asunto, le aseguro que la mayoría de opiniones, comentarios y afirmaciones que ha escuchado son erróneas, o cuando menos, parciales. He leído con creciente sorpresa en los medios de prensa escrita nacionales, columnas de periodistas o personajes de opinión que supuestamente son profesionales serios y bien informados, que emiten juicios descaradamente parcializados, sin el menor intento de analizar históricamente los hechos, incurriendo algunos en incluso falsedades manifiestas. Es la confirmación de lo que escribía hace una década Giovanni Sartori, en su libro Homo Videns. Según este politólogo italiano, la televisión ha provocado que los discursos de los políticos, los debates de actualidad, las opiniones de los expertos y un larguísimo etcétera, se vayan volviendo cada vez más superficiales, más como un entretenimiento que como una noticia que pretenda informar al espectador. El problema es que dentro de este mundo de televisoras globalizadas, el periodista ya no busca informar objetivamente, sino que busca manipular al espectador hace tal o cual bando. No voy a citar casos particulares, pero hay cadenas internacionales que asumen que sus televidentes son una masa amorfa de gente iletrada e ignorante que no sabe separar el trigo de la cizaña, a la que se le puede adoctrinar. Muchos noticieros nacionales y extranjeros parecen versiones pensadas en los estudios de Televisa o de Venevisión. 
Parece que la percepción de los productores de estas cadenas de noticias es que los latinos son gente que no razona más allá de las imágenes que se proyectan en las pantallas, que no es necesario darles más análisis de lo estrictamente necesario para que no cambien de canal, y se queden enganchados viendo una y otra vez secuencias de ambulancias y hombres cargando cadáveres. Los analistas invitados nunca van más allá de lo obvio, no ahondan en, por ejemplo, la situación desesperada de una población palestina arrinconada en Gaza en un infierno de hambre, miseria y el hacinamiento producto de un bloqueo terrestre y marítimo de las fuerzas de defensa de Israel, desde que Hamas ganara la guerra civil en esta parte de la Autoridad Palestina en 2008. El mensaje de todos los noticieros que he visto es sencillo, como una lección de escuela: los palestinos son los malos (todos son terroristas) y los israelíes sus víctimas (todos son buenos), pretendiendo pintar como hombres de paz a conocidos asesinos como el difunto Ariel Sharon, que comandó las tropas israelíes que incursionaron en el sur de Líbano cuando sucedieron las masacres de Sabra y Chatila. 
Dejo en claro una cosa: no soy antisemita, no soy antiisraelí, admiro al escritor Amos Oz, admiro al asesinado líder Itzak Rabín, a manos del lunático radical Igal Amir. Admiro la epopeya nacional judía que ganó guerras en clara desventaja: la de independencia de 1948, la guerra del Canal de Suez de 1956 (atizada por Inglaterra y Francia, pero que demostró las capacidades militares de Israel y su profesionalismo), la sorprendente Guerra de los Seis Días en 1967, en que neutralizó a todos su enemigos, y la Guerra del Yom Kippur en 1973, en que recobrado de la sorpresa inicial y contra todo pronóstico revirtió las victorias árabes en una aplastante e inobjetable victoria. Crecí leyendo las novelas de León Uris sobre los héroes judíos en Palestina y Europa y escuchando una y otra vez el relato de la victoria política de Jorge García Granados en la ONU al proponer la creación del Estado de Israel. Pero no puedo apoyar la matanza indiscriminada de civiles (mujeres y niños aplastados por escombros), a los que las ruedas de prensa tratan de despersonalizar llamándolos “lamentables daños colaterales”, porque sé que en la Franja de Gaza se hacinan casi dos millones de personas, y sé que los terroristas de Hamas los están usando de escudos humanos y sé que el ejército de Israel lo sabe. Sé que esta guerra indiscriminada contra la población palestina es el caldo de cultivo para más violencia y resentimiento en contra de Israel, y sé que los líderes mundiales como Obama, como Netanyahu, como Putin y como Merkel, que son los únicos que tienen posibilidades positivas de hacer algo, lo van a lamentar también. Tarde o temprano lo vamos a lamentar todos, porque la violencia se va a alimentar de nuestra indiferencia.