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El verdadero default

Redacción República
20 de septiembre, 2014

A medida que se acerca el mes de octubre
aumenta el debate en los corros financieros sobre la posibilidad de que
Venezuela caiga en default ante el próximo vencimiento de sus obligaciones en
el mercado de deuda internacional.

Para el ciudadano que desconoce sobre temas
financieros, el significado de la palabra “default” es prácticamente
insignificante. Pero como sucede con tantas cosas de la economía, el
desconocimiento de una palabra y su significado, no implica a su vez que ello
no acarree un considerable impacto en la vida diaria de las personas.

Dicho esto, es menester afirmar que sin
importar cuál sea el desenlace de Venezuela en el mercado de deuda el próximo
mes, el costo que pagarán los ciudadanos será muy elevado. Si el gobierno
venezolano logra pagar sus obligaciones lo hará a través del sacrificio de sus
compromisos dentro del país. Si Venezuela cae en default, la percepción de
riesgo país se elevará y las posibilidades de recibir futuros financiamientos
para la nación serán mucho más difíciles de obtener: ¿La razón? ¿Quién quiere
prestarle dinero a alguien que no paga?

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La economía constituye la principal variable
del escenario político venezolano. La retórica socialista (entiéndase: el robo
organizado desde el Estado y su
consecuente repartición entre allegados) requiere de un mínimo funcionamiento,
incluso para los dogmáticos comunistas de línea dura que hoy gobiernan al país.

Los hechos demuestran que los líderes de la
administración venezolana no darán su brazo a torcer y, negados a reformar su
política económica, seguirán por los mismos derroteros de sumisión, miseria y
pobreza tan característicos de los últimos años.

La mala noticia es que dicho curso de acción
pondrá a la nación en una situación aún más caótica de la que ya viven los
venezolanos, quienes ingenuamente piensan que no se puede estar peor, y la
experiencia socialista demuestra que no hay límites para la bajeza cuando se
trata de las condiciones de vida de los seres humanos.

La buena noticia es que en algún momento –no
sabemos cuándo y ni cómo– el socialismo llevará a tal grado de inviabilidad el
robo organizado de la riqueza del país, que el gobierno se verá obligado a
reinventarse o, incluso, a sustituirse por las mismas cúpulas que manejan el
poder.

No creemos que dicha sustitución venga por
parte de cualquier iniciativa ciudadana. En Venezuela impera la servidumbre y
los ciudadanos sienten hasta consuelo por las migajas estatistas que cada día
se reciben con más beneplácito por parte de la población.

La clase gobernante, sin embargo, para
mantenerse en el poder a través de su coalición, requiere de un mínimo de rentabilidad en su esquema de
extracción planificada de riqueza. El socialismo es incapaz de proveer dichos
recursos. De hecho, a medida que pasa el tiempo, sus las políticas de línea
dura hacen cada vez más escasos los recursos a repartir, con lo cual aumenta la
fricción entre las facciones gobernantes.

Llegados a este punto, donde simplemente no
existen incentivos para mantener el orden de las cosas tal y como está
planteado, se realizarán las reformas imperativas hacia la apertura económica
que requiere el país. Lo tragicómico del asunto es que no serán los ciudadanos,
ni los partidos de oposición quienes logren dichos cambios, sino la propia
inercia expoliadora de los gobernantes.

Al largo plazo, esta apertura debiera conducir
a su vez al fortalecimiento de los particulares por encima del poder del
Estado, con lo cual será mucho más viable asentar un sistema democrático más
allá de la retórica electoralista. Todo esto, por supuesto, está por verse.

El verdadero default

Redacción República
20 de septiembre, 2014

A medida que se acerca el mes de octubre
aumenta el debate en los corros financieros sobre la posibilidad de que
Venezuela caiga en default ante el próximo vencimiento de sus obligaciones en
el mercado de deuda internacional.

Para el ciudadano que desconoce sobre temas
financieros, el significado de la palabra “default” es prácticamente
insignificante. Pero como sucede con tantas cosas de la economía, el
desconocimiento de una palabra y su significado, no implica a su vez que ello
no acarree un considerable impacto en la vida diaria de las personas.

Dicho esto, es menester afirmar que sin
importar cuál sea el desenlace de Venezuela en el mercado de deuda el próximo
mes, el costo que pagarán los ciudadanos será muy elevado. Si el gobierno
venezolano logra pagar sus obligaciones lo hará a través del sacrificio de sus
compromisos dentro del país. Si Venezuela cae en default, la percepción de
riesgo país se elevará y las posibilidades de recibir futuros financiamientos
para la nación serán mucho más difíciles de obtener: ¿La razón? ¿Quién quiere
prestarle dinero a alguien que no paga?

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del escenario político venezolano. La retórica socialista (entiéndase: el robo
organizado desde el Estado y su
consecuente repartición entre allegados) requiere de un mínimo funcionamiento,
incluso para los dogmáticos comunistas de línea dura que hoy gobiernan al país.

Los hechos demuestran que los líderes de la
administración venezolana no darán su brazo a torcer y, negados a reformar su
política económica, seguirán por los mismos derroteros de sumisión, miseria y
pobreza tan característicos de los últimos años.

La mala noticia es que dicho curso de acción
pondrá a la nación en una situación aún más caótica de la que ya viven los
venezolanos, quienes ingenuamente piensan que no se puede estar peor, y la
experiencia socialista demuestra que no hay límites para la bajeza cuando se
trata de las condiciones de vida de los seres humanos.

La buena noticia es que en algún momento –no
sabemos cuándo y ni cómo– el socialismo llevará a tal grado de inviabilidad el
robo organizado de la riqueza del país, que el gobierno se verá obligado a
reinventarse o, incluso, a sustituirse por las mismas cúpulas que manejan el
poder.

No creemos que dicha sustitución venga por
parte de cualquier iniciativa ciudadana. En Venezuela impera la servidumbre y
los ciudadanos sienten hasta consuelo por las migajas estatistas que cada día
se reciben con más beneplácito por parte de la población.

La clase gobernante, sin embargo, para
mantenerse en el poder a través de su coalición, requiere de un mínimo de rentabilidad en su esquema de
extracción planificada de riqueza. El socialismo es incapaz de proveer dichos
recursos. De hecho, a medida que pasa el tiempo, sus las políticas de línea
dura hacen cada vez más escasos los recursos a repartir, con lo cual aumenta la
fricción entre las facciones gobernantes.

Llegados a este punto, donde simplemente no
existen incentivos para mantener el orden de las cosas tal y como está
planteado, se realizarán las reformas imperativas hacia la apertura económica
que requiere el país. Lo tragicómico del asunto es que no serán los ciudadanos,
ni los partidos de oposición quienes logren dichos cambios, sino la propia
inercia expoliadora de los gobernantes.

Al largo plazo, esta apertura debiera conducir
a su vez al fortalecimiento de los particulares por encima del poder del
Estado, con lo cual será mucho más viable asentar un sistema democrático más
allá de la retórica electoralista. Todo esto, por supuesto, está por verse.