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El mal humor extremista.

Redacción
12 de enero, 2015

El terrible y absurdo atentado terrorista efectuado el pasado miércoles en contra de la revista satírica francesa Charlie Hebdo en sus oficinas de París, lejos de infundir terror (que es el objetivo primordial de sus descerebrados perpetradores), satisfactoriamente ha provocado una ola de indignación y de solidaridad en todo el mundo. La sombra de intolerancia que los extremistas quieren extender sobre nuestras preciadas libertades ha asomado en terrenos sobre los cuales no cabe concesión alguna, como lo es nuestro derecho a la libre expresión. Creo que la respuesta francesa ha sido la más hermosa y digna para salvar nuestra herencia humanista. Esas manifestaciones de personas empuñando bolígrafos como símbolo de expresión me han provocado, y lo digo con toda sinceridad, que se me pusiera la piel de gallina por la emoción. Es la respuesta que todos los admiradores de la cultura y la historia francesa esperábamos: un acto hermoso de gente que contrario a los fanáticos, sí piensa y sale a la calle a reclamar el espacio público como propio.

Esas multitudes en las principales ciudades de Francia que se lanzaron a las calles a protestar el cruel y estúpido hecho, están desbaratando toda la lógica terrorista, que busca por el contrario, que la gente presa del miedo se encierre en sus casas y deje a esos primitivos puritanos intolerantes campear a sus anchas en las ciudades, decidiendo quien puede leer y qué.

Los asesinatos de los 12 trabajadores de la revista, incluyendo cuatro famosos caricaturistas me golpeó personalmente en el ánimo, pues desde pequeño soy voraz lector de tiras cómicas, desde Olafo el amargado y Charlie Brown, pasando por los irreverentes Justo y Franco, los chapines Filóchofo, Fo, JotaCe, y asinosedibuja, hasta la contestataria y adorable niña Mafalda, a quienes recurro constantemente. Creo que la tira cómica y en especial la caricatura de contenido político ha alcanzado alturas sublimes, expresando las más complicadas ideas y críticas en apenas unos pocos trazos de lápiz, como lo logró la autora de Persépolis, y su justificada crítica al Irán Teocrático. Pero también me golpeó la violencia, la escena del animal que remata al policía en la acera me enerva de rabia, porque soy creyente, y no concibo cómo uno puede matar a otro ser humano con esa sangre fría argumentando motivos teológicos. Es absurdo.

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Pareciera que pretender razonar con estos fanáticos fundamentalistas es tan vano como explicarle el Corán a un camello. Y es que tras tantos años de violencia religiosa que asoló a Europa y América durante los siglos XV al XVII, no concibo cómo aún se quiere matar a otro por reírse, por el motivo que sea, sobre todo cuando la solución más sencilla no es ametrallar a 12 personas por dibujar caricaturas irreverentes, sino abstenerse de comprar la publicación. A mí me parece que las obras de Paulo Cohelo son una pérdida de tiempo, por la simplicidad de las ideas que trata de sublimar, pero lo soluciono no comprando sus novelas, no yéndolo a buscar y zamparle dos tiros en el cuerpo, pero claro, esto es demasiado pedir para esos jóvenes alienados culturalmente que viven en civilizaciones que no comprenden, pese a decirse franceses.

Por último, debo decir que la indiferencia de los musulmanes moderados ante estos actos salvajes, compromete su posición en el mundo, pues si no se levantan ellos mismos a despreciar estos actos, se corre el peligro que la gente haga la más fácil de las generalizaciones: que todos los musulmanes son terroristas, y se cree una paranoia injusta. La civilización del Islam tiene también sus momentos hermosos, sus aportes fundamentales y triviales, pero este no es su mejor momento, he de decir con tristeza. Como lector del Corán que soy, (como de otros textos sagrados), debo decir que poco favor le hacen a Al-lah los actos de estos pobres mentales, interpretándolo como una figura llena de ira y odio, que no se ríe de los simpáticos dibujos de los caricaturistas que no le tienen absolutamente, ningún miedo.

Charlie Hebdo y sus 12 víctimas mortales deben ser, en adelante, un monumento a la defensa de nuestras libertades, ya estén amenazadas por fanáticos extremistas, como por políticos oportunistas. Sus muertes constituyen toda una lección moral para la civilización occidental.

El mal humor extremista.

Redacción
12 de enero, 2015

El terrible y absurdo atentado terrorista efectuado el pasado miércoles en contra de la revista satírica francesa Charlie Hebdo en sus oficinas de París, lejos de infundir terror (que es el objetivo primordial de sus descerebrados perpetradores), satisfactoriamente ha provocado una ola de indignación y de solidaridad en todo el mundo. La sombra de intolerancia que los extremistas quieren extender sobre nuestras preciadas libertades ha asomado en terrenos sobre los cuales no cabe concesión alguna, como lo es nuestro derecho a la libre expresión. Creo que la respuesta francesa ha sido la más hermosa y digna para salvar nuestra herencia humanista. Esas manifestaciones de personas empuñando bolígrafos como símbolo de expresión me han provocado, y lo digo con toda sinceridad, que se me pusiera la piel de gallina por la emoción. Es la respuesta que todos los admiradores de la cultura y la historia francesa esperábamos: un acto hermoso de gente que contrario a los fanáticos, sí piensa y sale a la calle a reclamar el espacio público como propio.

Esas multitudes en las principales ciudades de Francia que se lanzaron a las calles a protestar el cruel y estúpido hecho, están desbaratando toda la lógica terrorista, que busca por el contrario, que la gente presa del miedo se encierre en sus casas y deje a esos primitivos puritanos intolerantes campear a sus anchas en las ciudades, decidiendo quien puede leer y qué.

Los asesinatos de los 12 trabajadores de la revista, incluyendo cuatro famosos caricaturistas me golpeó personalmente en el ánimo, pues desde pequeño soy voraz lector de tiras cómicas, desde Olafo el amargado y Charlie Brown, pasando por los irreverentes Justo y Franco, los chapines Filóchofo, Fo, JotaCe, y asinosedibuja, hasta la contestataria y adorable niña Mafalda, a quienes recurro constantemente. Creo que la tira cómica y en especial la caricatura de contenido político ha alcanzado alturas sublimes, expresando las más complicadas ideas y críticas en apenas unos pocos trazos de lápiz, como lo logró la autora de Persépolis, y su justificada crítica al Irán Teocrático. Pero también me golpeó la violencia, la escena del animal que remata al policía en la acera me enerva de rabia, porque soy creyente, y no concibo cómo uno puede matar a otro ser humano con esa sangre fría argumentando motivos teológicos. Es absurdo.

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Pareciera que pretender razonar con estos fanáticos fundamentalistas es tan vano como explicarle el Corán a un camello. Y es que tras tantos años de violencia religiosa que asoló a Europa y América durante los siglos XV al XVII, no concibo cómo aún se quiere matar a otro por reírse, por el motivo que sea, sobre todo cuando la solución más sencilla no es ametrallar a 12 personas por dibujar caricaturas irreverentes, sino abstenerse de comprar la publicación. A mí me parece que las obras de Paulo Cohelo son una pérdida de tiempo, por la simplicidad de las ideas que trata de sublimar, pero lo soluciono no comprando sus novelas, no yéndolo a buscar y zamparle dos tiros en el cuerpo, pero claro, esto es demasiado pedir para esos jóvenes alienados culturalmente que viven en civilizaciones que no comprenden, pese a decirse franceses.

Por último, debo decir que la indiferencia de los musulmanes moderados ante estos actos salvajes, compromete su posición en el mundo, pues si no se levantan ellos mismos a despreciar estos actos, se corre el peligro que la gente haga la más fácil de las generalizaciones: que todos los musulmanes son terroristas, y se cree una paranoia injusta. La civilización del Islam tiene también sus momentos hermosos, sus aportes fundamentales y triviales, pero este no es su mejor momento, he de decir con tristeza. Como lector del Corán que soy, (como de otros textos sagrados), debo decir que poco favor le hacen a Al-lah los actos de estos pobres mentales, interpretándolo como una figura llena de ira y odio, que no se ríe de los simpáticos dibujos de los caricaturistas que no le tienen absolutamente, ningún miedo.

Charlie Hebdo y sus 12 víctimas mortales deben ser, en adelante, un monumento a la defensa de nuestras libertades, ya estén amenazadas por fanáticos extremistas, como por políticos oportunistas. Sus muertes constituyen toda una lección moral para la civilización occidental.