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El volcán exige sacrificio

Redacción
19 de febrero, 2015

Por Gerardo Urrutia

La reciente actividad del volcán de Fuego tendrá a muchos pensando que se debe a fenómenos termodinámicos, geológicos o algo por el estilo. Yo sostengo que la causa es otra, más racional: el volcán exige sacrificio.

Guatemala está corrompida, hasta el hueso. Lo ha estado desde tiempos inmemorables. Antes que nosotros naciéramos Guatemala ya era corrupta. Incluso antes de que nuestros padres nacieran, y los padres de nuestros padres y los padres de sus padres y los abuelos de sus abuelos nacieran, Guatemala ya era corrupta. Esta tierra ya está harta de tanto robo y tanta muerte; ahora exige compensaciones. Nuestros antepasados sabían interpretar estas señales y sabían cuál era la solución. Lamentablemente atrás han quedado los tiempos en que con un pollo (ronco) bastaba. Estas épocas requieren sacrificios más drásticos. ¿Una virgen? Tampoco es suficiente. Es momento que paguen los culpables. ¿Quién debe ser entonces el sacrificado?

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Aunque usted no lo crea surge ya en varios círculos la tétrica idea del suicidio colectivo como solución a los problemas de este país.

Los que respaldan esta postura se apoyan un simple silogismo. La premisa mayor es: el Estado guatemalteco está compuesto por una población corrompida (si pueden comprar la licencia, la compran; si pueden evadir impuestos, los evaden; si pueden fumar en lugares públicos cerrados, fuman; si pueden robar, roban; etc.). Premisa menor: El gobierno guatemalteco se compone de funcionarios y empleados públicos que provienen de ese mismo elemento estatal que es la población. Conclusión: el gobierno es y será, ineludible y fatalmente, por siempre, corrupto.

Piénsese en a alguien a quien se le contrata para pintar una pared. Seguramente lo tendrá que supervisar rigurosamente, pues lo más probable sea -y la lógica en Guatemala dicta- que esa persona se llevará un poco de pintura a casa y la pared quedará mal pintada. ¿Y si al pintor lo hace, digamos, Contralor General de Cuentas?

De allí que los miembros de esta temible corriente del suicidio colectivo proponen la eliminación de la población para acabar con el problema de raíz. ¿Su método? Unos sugieren el uso de veneno, a lo Jim Jones en Guyana; mientras que otros, bañarnos en gasolina (aprovechando que bajó de precio) y prendernos fuego. Y ahora, arrojarnos al volcán. Esta última, aunque peliculera, tal vez la menos macabra y más humana. Ellos apoyan cualquiera, pero que sea por decreto. Claro, no esperarán que los diputados aprueben semejante moción. No hay problema, el mundo del derecho siempre ofrece una solución: un referendo. Solo hace falta convencer a suficientes, ese es su próximo paso.

Uno pensaría que estos tiempos de barbarie ya quedaron atrás. No, todo lo contrario. Me dicen que la causa de los problemas de la humanidad es la humanidad misma. Les preguntó si no hay otro camino, algo menos violento como reforzar los derechos humanos, mesas de diálogo, ONGs que vigilen el actuar de los gobernantes. No, no y no; eso no funciona.

Me voy de esas reuniones preocupado que esta idea siga tomando fuerza y que estos grupos de extremistas se multipliquen. Pero analizo sus palabras y me doy cuenta que cuando hablan de suicidio colectivo quizá no lo hagan en sentido estricto, más bien lato. ¿Será acaso como en los cantos eclesiásticos: “para vivir, hay que morir”? ¿Se trata esto de un resurgimiento individual y colectivo? Me reanimo, hay esperanza. Inmediatamente pienso en algunos diputados, ministros y magistrados; veo, en mi mente, sus rostros sonrientes y babeantes de codicia. ¿Estarían dispuestos a matar su antiguo ser y a partir de mañana ser hombres nuevos al servicio de su patria? Cinco segundos me dura la alegría y me frustro… complacer al volcán, quizá sea lo mejor.

El volcán exige sacrificio

Redacción
19 de febrero, 2015

Por Gerardo Urrutia

La reciente actividad del volcán de Fuego tendrá a muchos pensando que se debe a fenómenos termodinámicos, geológicos o algo por el estilo. Yo sostengo que la causa es otra, más racional: el volcán exige sacrificio.

Guatemala está corrompida, hasta el hueso. Lo ha estado desde tiempos inmemorables. Antes que nosotros naciéramos Guatemala ya era corrupta. Incluso antes de que nuestros padres nacieran, y los padres de nuestros padres y los padres de sus padres y los abuelos de sus abuelos nacieran, Guatemala ya era corrupta. Esta tierra ya está harta de tanto robo y tanta muerte; ahora exige compensaciones. Nuestros antepasados sabían interpretar estas señales y sabían cuál era la solución. Lamentablemente atrás han quedado los tiempos en que con un pollo (ronco) bastaba. Estas épocas requieren sacrificios más drásticos. ¿Una virgen? Tampoco es suficiente. Es momento que paguen los culpables. ¿Quién debe ser entonces el sacrificado?

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Aunque usted no lo crea surge ya en varios círculos la tétrica idea del suicidio colectivo como solución a los problemas de este país.

Los que respaldan esta postura se apoyan un simple silogismo. La premisa mayor es: el Estado guatemalteco está compuesto por una población corrompida (si pueden comprar la licencia, la compran; si pueden evadir impuestos, los evaden; si pueden fumar en lugares públicos cerrados, fuman; si pueden robar, roban; etc.). Premisa menor: El gobierno guatemalteco se compone de funcionarios y empleados públicos que provienen de ese mismo elemento estatal que es la población. Conclusión: el gobierno es y será, ineludible y fatalmente, por siempre, corrupto.

Piénsese en a alguien a quien se le contrata para pintar una pared. Seguramente lo tendrá que supervisar rigurosamente, pues lo más probable sea -y la lógica en Guatemala dicta- que esa persona se llevará un poco de pintura a casa y la pared quedará mal pintada. ¿Y si al pintor lo hace, digamos, Contralor General de Cuentas?

De allí que los miembros de esta temible corriente del suicidio colectivo proponen la eliminación de la población para acabar con el problema de raíz. ¿Su método? Unos sugieren el uso de veneno, a lo Jim Jones en Guyana; mientras que otros, bañarnos en gasolina (aprovechando que bajó de precio) y prendernos fuego. Y ahora, arrojarnos al volcán. Esta última, aunque peliculera, tal vez la menos macabra y más humana. Ellos apoyan cualquiera, pero que sea por decreto. Claro, no esperarán que los diputados aprueben semejante moción. No hay problema, el mundo del derecho siempre ofrece una solución: un referendo. Solo hace falta convencer a suficientes, ese es su próximo paso.

Uno pensaría que estos tiempos de barbarie ya quedaron atrás. No, todo lo contrario. Me dicen que la causa de los problemas de la humanidad es la humanidad misma. Les preguntó si no hay otro camino, algo menos violento como reforzar los derechos humanos, mesas de diálogo, ONGs que vigilen el actuar de los gobernantes. No, no y no; eso no funciona.

Me voy de esas reuniones preocupado que esta idea siga tomando fuerza y que estos grupos de extremistas se multipliquen. Pero analizo sus palabras y me doy cuenta que cuando hablan de suicidio colectivo quizá no lo hagan en sentido estricto, más bien lato. ¿Será acaso como en los cantos eclesiásticos: “para vivir, hay que morir”? ¿Se trata esto de un resurgimiento individual y colectivo? Me reanimo, hay esperanza. Inmediatamente pienso en algunos diputados, ministros y magistrados; veo, en mi mente, sus rostros sonrientes y babeantes de codicia. ¿Estarían dispuestos a matar su antiguo ser y a partir de mañana ser hombres nuevos al servicio de su patria? Cinco segundos me dura la alegría y me frustro… complacer al volcán, quizá sea lo mejor.