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En los confines del planeta…

Redacción
23 de febrero, 2015

…donde no ocurre la noticia, han sucedido cosas impensables que vale la pena que sepas. Conocida esta inhóspita región sólo por algunos afortunados y por las imágenes del Discovery Channel, la Reserva Nacional Mara Maasai, en Kenia, Africa, alberga gran cantidad de fauna, de la más salvaje. Ahí, en medio del caluroso silencio, se encontraron Sammy y Jake Grieves-Cook, el primero es guardian de una comunidad-tribal ubicada en la frontera de la Reserva y el segundo, un emprendedor del turismo cuya empresa, Porini Camps, ofrece alojamiento y recorridos privados por la Reserva.

Aunque el interés particular de Sammy era tener una moto Susuki que le permitiera movilizarse con mayor facilidad en un territorio de escasos caminos y transporte y, el de Jake aumentar la rentabilidad de su empresa, ambos coincidieron en que podrían lograr un gana-gana bajo una estrategia común: la de atraer más turistas que dejaran ingresos para ambos. Tradicionalmente, los Maasai no han valorado económicamente la fauna salvaje porque sencillamente “no lo paga”, sí lo hace el ganado bovino, del cual depende su alimentación y prestigio local; además, los elefantes, rinocerontes y demás compañía hacen daño los cultivos y matan el ganado, ¿porqué habrían de cuidarlo? “Si no lo paga, no se cuida” ha sido la consigna implícita para los Maasai. Y así, los 200,000 acres que tienen bajo su administración han sufrido sobrepastoreo y degradación, alejando a los turistas que lógicamente no gustan de ir a ver vacas pastar.

Luego de nueve meses de negociación, los ancianos Maasai, Sammy y Jake llegaron a un acuerdo voluntario: separar y dejar sin pastoreo 8,500 acres (4% del total) a cambio de un honorario fijo por acre más un porcentaje de las utilidades generadas por Porini Camps. De esta manera, el proyecto de conservación Ol Kinyei, está asegurando ingresos para que los Masai accedan a bienes materiales básicos y no dependan exclusivamente del ganado, Sammy logró comprar su moto Susuki, Jake está aumentando la rentabilidad de su empresa y la fauna salvaje ha encontrado un nuevo hogar.

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Como aquel intercambio pacífico y voluntario en Kenia, las “cuotas transferibles individuales” en las pesquerías de Namibia, Nueva Zelanda e Islandia; las cuotas de vida salvaje y los acuerdos de caza deportiva en Botswana; la subasta y la propiedad privada de rinocerontes blancos en Sudáfrica; el pago por servicios ecosistémicos mediante contratos privados basados en los prinicipios de diseño propuestos por la nobel Elinor Ostrom en Santa Cruz, Bolivia; la compra de derechos de agua entre dos provincias chinas, Zhejiang y Dongyang; y el manejo sostenible de los bosques en la reservación nativa de los Flathead, en Montana, Estados Unidos, son experiencias que ponen de manifiesto la necesidad de navegar por nuevos cauces en la solución de los problemas ambientales.

Ni la legislación que “prohibe”, ni la política nacional que “subsidia”, ni el acuerdo internacional que “limita” (CITES), ni la autoridad gubernamental que “decide” han sido el denominador común de aquellas innovadoras experiencias. Sí lo ha sido la propiedad privada, el libre mercado y un gobierno limitado a dirimir los conflictos que surjan del incumplimiento de contratos privados. La tecnología, sin duda, y los sistemas de arbitraje privado pueden ser elementos para mejores innovaciones. Estos son los nuevos cauces que debemos atrevernos a navegar…y para ello es necesario que pienses fuera de la caja. ¡Atrévete!

P.S. Las experiencias que refiero las puedes encontrar con detalles en el libro Environmental Entrepreneurship – Markets meet the environment in unexpected places de Laura E. Huggins, investigador asociado del PERC, RANA y del Hoover Institution, Universidad de Stanford, Estados Unidos.

En los confines del planeta…

Redacción
23 de febrero, 2015

…donde no ocurre la noticia, han sucedido cosas impensables que vale la pena que sepas. Conocida esta inhóspita región sólo por algunos afortunados y por las imágenes del Discovery Channel, la Reserva Nacional Mara Maasai, en Kenia, Africa, alberga gran cantidad de fauna, de la más salvaje. Ahí, en medio del caluroso silencio, se encontraron Sammy y Jake Grieves-Cook, el primero es guardian de una comunidad-tribal ubicada en la frontera de la Reserva y el segundo, un emprendedor del turismo cuya empresa, Porini Camps, ofrece alojamiento y recorridos privados por la Reserva.

Aunque el interés particular de Sammy era tener una moto Susuki que le permitiera movilizarse con mayor facilidad en un territorio de escasos caminos y transporte y, el de Jake aumentar la rentabilidad de su empresa, ambos coincidieron en que podrían lograr un gana-gana bajo una estrategia común: la de atraer más turistas que dejaran ingresos para ambos. Tradicionalmente, los Maasai no han valorado económicamente la fauna salvaje porque sencillamente “no lo paga”, sí lo hace el ganado bovino, del cual depende su alimentación y prestigio local; además, los elefantes, rinocerontes y demás compañía hacen daño los cultivos y matan el ganado, ¿porqué habrían de cuidarlo? “Si no lo paga, no se cuida” ha sido la consigna implícita para los Maasai. Y así, los 200,000 acres que tienen bajo su administración han sufrido sobrepastoreo y degradación, alejando a los turistas que lógicamente no gustan de ir a ver vacas pastar.

Luego de nueve meses de negociación, los ancianos Maasai, Sammy y Jake llegaron a un acuerdo voluntario: separar y dejar sin pastoreo 8,500 acres (4% del total) a cambio de un honorario fijo por acre más un porcentaje de las utilidades generadas por Porini Camps. De esta manera, el proyecto de conservación Ol Kinyei, está asegurando ingresos para que los Masai accedan a bienes materiales básicos y no dependan exclusivamente del ganado, Sammy logró comprar su moto Susuki, Jake está aumentando la rentabilidad de su empresa y la fauna salvaje ha encontrado un nuevo hogar.

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Como aquel intercambio pacífico y voluntario en Kenia, las “cuotas transferibles individuales” en las pesquerías de Namibia, Nueva Zelanda e Islandia; las cuotas de vida salvaje y los acuerdos de caza deportiva en Botswana; la subasta y la propiedad privada de rinocerontes blancos en Sudáfrica; el pago por servicios ecosistémicos mediante contratos privados basados en los prinicipios de diseño propuestos por la nobel Elinor Ostrom en Santa Cruz, Bolivia; la compra de derechos de agua entre dos provincias chinas, Zhejiang y Dongyang; y el manejo sostenible de los bosques en la reservación nativa de los Flathead, en Montana, Estados Unidos, son experiencias que ponen de manifiesto la necesidad de navegar por nuevos cauces en la solución de los problemas ambientales.

Ni la legislación que “prohibe”, ni la política nacional que “subsidia”, ni el acuerdo internacional que “limita” (CITES), ni la autoridad gubernamental que “decide” han sido el denominador común de aquellas innovadoras experiencias. Sí lo ha sido la propiedad privada, el libre mercado y un gobierno limitado a dirimir los conflictos que surjan del incumplimiento de contratos privados. La tecnología, sin duda, y los sistemas de arbitraje privado pueden ser elementos para mejores innovaciones. Estos son los nuevos cauces que debemos atrevernos a navegar…y para ello es necesario que pienses fuera de la caja. ¡Atrévete!

P.S. Las experiencias que refiero las puedes encontrar con detalles en el libro Environmental Entrepreneurship – Markets meet the environment in unexpected places de Laura E. Huggins, investigador asociado del PERC, RANA y del Hoover Institution, Universidad de Stanford, Estados Unidos.