Política
Política
Empresa
Empresa
Investigación y Análisis
Investigación y Análisis
Internacional
Internacional
Opinión
Opinión
Inmobiliaria
Inmobiliaria
Agenda Empresarial
Agenda Empresarial

Erase una vez un pueblo en España

Redacción
25 de marzo, 2015

Cuenta la historia que a principios de siglo XX, en un pueblo de la España profunda, las contiendas electorales no tenían mayor interés. La localidad era el feudo político de uno de los dirigentes históricos del liberalismo ibérico, el Conde de Romanones. Él solía ganar la votación para la diputación de su localidad a base de conceder siempre a los votantes dos pesetas por persona, justamente antes de la celebración de los comicios. Así, Romanones se había creado una base de seguidores a fuerza de otorgar un estipendio económico.

Sin embargo, en una ocasión apareció su némesis político, el conservador Antonio Maura, que decidió darle pelea a Romanones en su propio territorio. Corrió por la misma diputación y conociendo de las prácticas de su rival, decidió jugar las propias anticipándose y otorgándole a los electores, un par de días antes, no dos sino tres pesetas. Con ello buscaba ganar lealtades y mostrar que era más generoso que su contrario. Romanones, enterado de la maniobra de su adversario, recorrió el pueblo en las últimas horas de campaña, solicitando a los votantes le dieran a él las tres pesetas que Maura recién les había dado y que él a cambio les daría todo un billete de 5 pesetas. Y así lo hicieron. Los votantes estaban felices. Esta vez habían recibido 5 pesetas!   De un solo golpe, todos contentos. Los votantes sentían que habían ganado más (aún cuando se habían embolsado las mismas dos pesetas de siempre) y Romanones no gastó más de lo que invertía en elecciones pasadas: las dos pesetas por elector. El truco funcionó. Las lealtades se movieron de nuevo y Romanones obtuvo la curul.

Aparte de lo simpático que pueda resultar esta triquiñuela matemática, la moraleja de la historia la sitúo en dos elementos claves. Por un lado la banalidad de los ofrecimientos electorales por parte de quienes buscan hacer gobierno, y por el otro, la volatilidad de las lealtades de quienes reciben estos estipendios. Está muy claro que entre la España de esta historia y lo que sucede en nuestras comunidades no hay mucha diferencia. Toda una estructura de clientelismo, de dádiva y de red asistencial convierte la discusión política en una subasta de pésimo gusto. Algunos dirán que estos obsequios son un paliativo o un compensador por la situación tan precaria de las economías familiares del lugar. Me parece un argumento que desconoce cómo se mueven las maquinarias partidarias, que terminan dando y distribuyendo a los ya convencidos y más acomodados y no tanto a aquellos que se busca convencer y que quizá son los más necesitados.

SUSCRIBITE A NUESTRO NEWSLETTER

También hay que decirlo. La llegada del candidato y su parafernalia se convierte casi en la fiesta del lugar. Es parte del entretenimiento de las comunidades, que a falta de otros distractores mas provechosos, ven en el jolgorio político una especie de acercarse a la farándula y mejor si en ello se sale con premio. Todo esto crea en el político la sensación de un espejismo consolador. Las grandes concentraciones y los abrazos le estimulan. Pero hay que recordar que al Maura de ayer le sustituye el Romanones de hoy y así sucesivamente. Me luce por lo tanto que las lealtades políticas hay que buscarlas en otros lados, pero no en el mitin de regalo y sorteo.

Alguna vez habrá que producir la cifra de cuánto se invierte en las bolsas y regalos. Ese número habrá que transformarlo en los pupitres que hacen falta, en las medicinas que no están en el anaquel del puesto de salud, en el puente que conecta al pueblo con el área de mercado más cercana o en el préstamo que necesita la cooperativa para producir y generar empleo. Pero ello todavía está muy lejos. Mientras tanto continuaremos con Mauras y Romanones distribuyendo al por mayor, a una comunidad que sabe que en la condición de poner a competir por el mejor postor está el asegurar su momento de distracción y su mejor premio. Pero al final siempre será igual: unos hacen como que ofrecen y los otros hacen como que votan.

Erase una vez un pueblo en España

Redacción
25 de marzo, 2015

Cuenta la historia que a principios de siglo XX, en un pueblo de la España profunda, las contiendas electorales no tenían mayor interés. La localidad era el feudo político de uno de los dirigentes históricos del liberalismo ibérico, el Conde de Romanones. Él solía ganar la votación para la diputación de su localidad a base de conceder siempre a los votantes dos pesetas por persona, justamente antes de la celebración de los comicios. Así, Romanones se había creado una base de seguidores a fuerza de otorgar un estipendio económico.

Sin embargo, en una ocasión apareció su némesis político, el conservador Antonio Maura, que decidió darle pelea a Romanones en su propio territorio. Corrió por la misma diputación y conociendo de las prácticas de su rival, decidió jugar las propias anticipándose y otorgándole a los electores, un par de días antes, no dos sino tres pesetas. Con ello buscaba ganar lealtades y mostrar que era más generoso que su contrario. Romanones, enterado de la maniobra de su adversario, recorrió el pueblo en las últimas horas de campaña, solicitando a los votantes le dieran a él las tres pesetas que Maura recién les había dado y que él a cambio les daría todo un billete de 5 pesetas. Y así lo hicieron. Los votantes estaban felices. Esta vez habían recibido 5 pesetas!   De un solo golpe, todos contentos. Los votantes sentían que habían ganado más (aún cuando se habían embolsado las mismas dos pesetas de siempre) y Romanones no gastó más de lo que invertía en elecciones pasadas: las dos pesetas por elector. El truco funcionó. Las lealtades se movieron de nuevo y Romanones obtuvo la curul.

Aparte de lo simpático que pueda resultar esta triquiñuela matemática, la moraleja de la historia la sitúo en dos elementos claves. Por un lado la banalidad de los ofrecimientos electorales por parte de quienes buscan hacer gobierno, y por el otro, la volatilidad de las lealtades de quienes reciben estos estipendios. Está muy claro que entre la España de esta historia y lo que sucede en nuestras comunidades no hay mucha diferencia. Toda una estructura de clientelismo, de dádiva y de red asistencial convierte la discusión política en una subasta de pésimo gusto. Algunos dirán que estos obsequios son un paliativo o un compensador por la situación tan precaria de las economías familiares del lugar. Me parece un argumento que desconoce cómo se mueven las maquinarias partidarias, que terminan dando y distribuyendo a los ya convencidos y más acomodados y no tanto a aquellos que se busca convencer y que quizá son los más necesitados.

SUSCRIBITE A NUESTRO NEWSLETTER

También hay que decirlo. La llegada del candidato y su parafernalia se convierte casi en la fiesta del lugar. Es parte del entretenimiento de las comunidades, que a falta de otros distractores mas provechosos, ven en el jolgorio político una especie de acercarse a la farándula y mejor si en ello se sale con premio. Todo esto crea en el político la sensación de un espejismo consolador. Las grandes concentraciones y los abrazos le estimulan. Pero hay que recordar que al Maura de ayer le sustituye el Romanones de hoy y así sucesivamente. Me luce por lo tanto que las lealtades políticas hay que buscarlas en otros lados, pero no en el mitin de regalo y sorteo.

Alguna vez habrá que producir la cifra de cuánto se invierte en las bolsas y regalos. Ese número habrá que transformarlo en los pupitres que hacen falta, en las medicinas que no están en el anaquel del puesto de salud, en el puente que conecta al pueblo con el área de mercado más cercana o en el préstamo que necesita la cooperativa para producir y generar empleo. Pero ello todavía está muy lejos. Mientras tanto continuaremos con Mauras y Romanones distribuyendo al por mayor, a una comunidad que sabe que en la condición de poner a competir por el mejor postor está el asegurar su momento de distracción y su mejor premio. Pero al final siempre será igual: unos hacen como que ofrecen y los otros hacen como que votan.