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Salvándonos todos los días

Adriana Lopez
22 de enero, 2016

Levantarse a las cinco de la mañana es parte de mi rutina, pero las cosas se complican en días como hoy en los que sacar un brazo por encima de los ponchos se hace imposible. No es el cansancio, ni la falta de ánimo; es el frío que no me provoca ganas de deshacer este santuario de calor que logré conseguir manteniendo la misma posición toda la noche.

Pero arriba, por que aunque a veces despertar es mal augurio, la vida no espera. Así que después de mi visita al baño, heme aquí frente a mi armario tratando de decidir qué ropa usar. Entre tantas elecciones por hacer, no he terminado de decidir qué suéter ponerme y el problema no es que no encuentre uno lo suficientemente cómodo o protector, sino el color… hay que encontrar uno que combine. Ya saben, problemas de primer mundo que se tienen en un país que no lo es. Elijo uno, bajo a la cocina en dónde me espera un taza humeante de avena caliente. Y me la tomo. Y subo al carro. Y enciendo la calefacción. Y me voy.

Levantarse a las cinco de la mañana es parte de mi rutina, pero las cosas se complican en días cómo hoy en los que el viento no deja de colarse entre el plástico que me cubre de pies a cabeza. No es cansancio, ni falta de ánimo; es que el hambre siempre aparece unos diez minutos después de que despierto y hoy sé que no habrá desayuno.

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Pero arriba, que aunque a veces despertar es un milagro, los transeúntes de la calle no lo saben y desde la madrugada están maldiciendo por no encontrar un espacio en la banqueta para caminar. Así que después de recoger el plástico, amontonar las cajas y prensarlas entre las rejas de éste negocio abandonado, heme aquí en el mercado tratando de encontrar a una placera que me deje cargarle sus bultos del camión a su puesto. Entre tantas cosas que he cargado ya, no he terminado de juntar algo de dinero para comprar más tarde, en la paca de la 7ma. un suéter más grueso. Y el problema no es que no tenga trabajo, el problema es que las señoras siempre pagan por la cargada hasta que se les da la gana. Ya saben, caprichos de comerciantes. Compro un café en el comedor de Doña Lucky. Y me lo tomo. Y regreso a mis cajas a taparme con plástico. Y mi boca titila una vez más por el frío. Y ahí me quedo.

El mismo día, dos realidades distintas. Miércoles 20 de enero. Dos indigentes murieron de hipotermia, uno en Mixco y el otro en zona uno. ¿Cuántas personas vieron a éstos dos hombres en la banqueta y siguieron su camino a casa indiferentes a la situación? ¿Cuántos dormimos esa noche muy abrigados en casa sin pensar en los que estaban afuera sin un techo que detuviera el viento frío?

Tal vez las muertes de éstos dos indigentes no hubieran quedado registradas, si nos hubiéramos unido para asegurar el bienestar de cada guatemalteco en éstas noches frías, con el mismo fervor que vamos a la plaza de la constitución a maltratar a nuestros gobernantes. Ojalá también se pusiera de moda preocuparnos por la vida de las personas que viven en la calle. Ah, pero no. Estamos muy ocupados tratando de solucionar problemas más “importantes” ¿verdad? Porque claro, expresar nuestro repudio por el nuevo presidente y su discurso, en Facebook, va a cambiar la situación. Hacer memes del conserje del congreso, va a detener el pago de esos sueldos. Y mantenernos pendientes del Chapo, va a hacer que no se fugue una vez más de la cárcel.

Ay paisanos… ¿porqué será que no aprendemos a ocuparnos primero de las cosas que están a nuestro alcance y dejamos para después las exigencias? No digo que sea nimio levantar la voz, pero me parece que podríamos marcar una diferencia más grande si comenzáramos por salvarnos entre nosotros, todos los días.

Salvándonos todos los días

Adriana Lopez
22 de enero, 2016

Levantarse a las cinco de la mañana es parte de mi rutina, pero las cosas se complican en días como hoy en los que sacar un brazo por encima de los ponchos se hace imposible. No es el cansancio, ni la falta de ánimo; es el frío que no me provoca ganas de deshacer este santuario de calor que logré conseguir manteniendo la misma posición toda la noche.

Pero arriba, por que aunque a veces despertar es mal augurio, la vida no espera. Así que después de mi visita al baño, heme aquí frente a mi armario tratando de decidir qué ropa usar. Entre tantas elecciones por hacer, no he terminado de decidir qué suéter ponerme y el problema no es que no encuentre uno lo suficientemente cómodo o protector, sino el color… hay que encontrar uno que combine. Ya saben, problemas de primer mundo que se tienen en un país que no lo es. Elijo uno, bajo a la cocina en dónde me espera un taza humeante de avena caliente. Y me la tomo. Y subo al carro. Y enciendo la calefacción. Y me voy.

Levantarse a las cinco de la mañana es parte de mi rutina, pero las cosas se complican en días cómo hoy en los que el viento no deja de colarse entre el plástico que me cubre de pies a cabeza. No es cansancio, ni falta de ánimo; es que el hambre siempre aparece unos diez minutos después de que despierto y hoy sé que no habrá desayuno.

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Pero arriba, que aunque a veces despertar es un milagro, los transeúntes de la calle no lo saben y desde la madrugada están maldiciendo por no encontrar un espacio en la banqueta para caminar. Así que después de recoger el plástico, amontonar las cajas y prensarlas entre las rejas de éste negocio abandonado, heme aquí en el mercado tratando de encontrar a una placera que me deje cargarle sus bultos del camión a su puesto. Entre tantas cosas que he cargado ya, no he terminado de juntar algo de dinero para comprar más tarde, en la paca de la 7ma. un suéter más grueso. Y el problema no es que no tenga trabajo, el problema es que las señoras siempre pagan por la cargada hasta que se les da la gana. Ya saben, caprichos de comerciantes. Compro un café en el comedor de Doña Lucky. Y me lo tomo. Y regreso a mis cajas a taparme con plástico. Y mi boca titila una vez más por el frío. Y ahí me quedo.

El mismo día, dos realidades distintas. Miércoles 20 de enero. Dos indigentes murieron de hipotermia, uno en Mixco y el otro en zona uno. ¿Cuántas personas vieron a éstos dos hombres en la banqueta y siguieron su camino a casa indiferentes a la situación? ¿Cuántos dormimos esa noche muy abrigados en casa sin pensar en los que estaban afuera sin un techo que detuviera el viento frío?

Tal vez las muertes de éstos dos indigentes no hubieran quedado registradas, si nos hubiéramos unido para asegurar el bienestar de cada guatemalteco en éstas noches frías, con el mismo fervor que vamos a la plaza de la constitución a maltratar a nuestros gobernantes. Ojalá también se pusiera de moda preocuparnos por la vida de las personas que viven en la calle. Ah, pero no. Estamos muy ocupados tratando de solucionar problemas más “importantes” ¿verdad? Porque claro, expresar nuestro repudio por el nuevo presidente y su discurso, en Facebook, va a cambiar la situación. Hacer memes del conserje del congreso, va a detener el pago de esos sueldos. Y mantenernos pendientes del Chapo, va a hacer que no se fugue una vez más de la cárcel.

Ay paisanos… ¿porqué será que no aprendemos a ocuparnos primero de las cosas que están a nuestro alcance y dejamos para después las exigencias? No digo que sea nimio levantar la voz, pero me parece que podríamos marcar una diferencia más grande si comenzáramos por salvarnos entre nosotros, todos los días.