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Bruselas: Poder, violencia y terror

Redacción
22 de marzo, 2016

Ayer por la mañana nos despertamos con la noticia de los atentados en Bruselas. Cuando me desperté eran 13 los fallecidos, luego subió a 30 y para cuando esta columna se publique quién sabe cuántos serán. Y a pesar de solo ser el último de una serie de ataques a Occidente, nos horroriza como si fuera el primero, o acaso aún más. Y es que por encima de todo estos ataques nos provocan miedo. Enojo, ira, frustración, impotencia, pero miedo, para qué vamos a negarlo. El terrorismo es el uso de la violencia para conseguir fines específicos, y este uso de la violencia desemboca en un pánico que los terroristas esperan sea otorgador.

Sin embargo, no deja de impresionar que este terrorismo se geste en el seno de las sociedades y no fuera de ellas. Durante los últimos ataques por parte del Estado Islámico reconocemos entre los agresores a unos cuantos europeos: nacidos allí, criados allí, en Occidente. No son extranjeros, no son outsiders, y aún así, les odian, nos odian. Y esto, sin ánimo alguno de transferir la culpabilidad, tiene que llevar a las sociedades a que reconozcan la existencia del terrorismo dentro de ellas, y no como algo distinto a su existencia, a que asuman su responsabilidad en el fenómeno. Las preguntas son obvias aunque no nos las queremos hacer porque, ¿desde cuándo la víctima tiene que responder por lo que otros cometen? Sin embargo, cuando la violencia viene de dentro, es necesario preguntarnos qué es lo que permite que el terrorismo y tal exacerbación de la violencia surjan. ¿Qué es lo que permite que actúen y se mantengan en el tiempo? ¿Tiene algo que ver con alguna falla en nuestras sociedades? ¿Hay algo que estemos haciendo mal?

Hoy en día la palabra “terrorismo” lleva asociada una irracionalidad que lo inutiliza como concepto, usualmente lo reducimos a una cuestión puramente criminal y nos negamos a cualquier planteamiento del problema en términos de choques de valores contrapuestos en el seno de una sociedad multicultural, una sociedad supuestamente incluyente y abierta. Nos negamos a comprender que tal vez una pequeña parte del problema esté en nuestra autocomprensión de nuestra sociedad occidental. No podemos acercarnos a comprender las razones del otro porque nos parece que el otro no tiene razones, que es irracional. Así, recluimos el concepto como algo incomprensible y no podemos ver en qué medida el terrorismo es deudor de las prácticas y representaciones de la misma sociedad que intenta excluirlo.

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Siguiendo a Arendt, es interesante su comprensión de la violencia como lo antitético a la política y al poder. Ahí donde no hay poder, hay violencia. A veces creemos que la violencia, el terror, son demostraciones de poder. Sin embargo, el poder consiste en la capacidad humana de actuar en concierto, de buscar el consenso a través del debate y la deliberación. La violencia implica por principio negar el poder, la violencia es un mero medio para aumentar la fuerza de una entidad individual. Sin embargo, y quizás esto es lo más interesante: la pérdida del poder se convierte en una tentación para reemplazar el poder por la violencia. Donde no hay poder, donde no hay actuar en concierto, se abre una oportunidad reluciente para la violencia.

En Guatemala lo vemos de cerca: hace unos días una bomba en un autobús cobró una vida y dejó a 17 heridos. Los asaltos, los secuestros y el crimen organizado en general nos mantienen en constante vigilia, provocan un terror tan real como el de cualquier ataque del Estado Islámico. Y vienen de dentro, no se trata del Otro que nos ataca, son de los nuestros. Todo esto, en lugar de mostrar algún tipo de poder por parte de las maras o de los criminales solamente demuestra que hemos perdido el poder como sociedad: somos incapaces de deliberar, de razonar en conjunto y de llegar a acuerdos. Somos incapaces de acción común y con esto hemos dejado la puerta abierta a la violencia. El terror es, en palabras de Arendt, “la forma de gobierno que nace cuando la violencia, tras destruir todo poder, en vez de abdicar mantiene el control absoluto”. El terror es lo que queda cuando la violencia no encuentra resistencia en la sociedad.

Bruselas: Poder, violencia y terror

Redacción
22 de marzo, 2016

Ayer por la mañana nos despertamos con la noticia de los atentados en Bruselas. Cuando me desperté eran 13 los fallecidos, luego subió a 30 y para cuando esta columna se publique quién sabe cuántos serán. Y a pesar de solo ser el último de una serie de ataques a Occidente, nos horroriza como si fuera el primero, o acaso aún más. Y es que por encima de todo estos ataques nos provocan miedo. Enojo, ira, frustración, impotencia, pero miedo, para qué vamos a negarlo. El terrorismo es el uso de la violencia para conseguir fines específicos, y este uso de la violencia desemboca en un pánico que los terroristas esperan sea otorgador.

Sin embargo, no deja de impresionar que este terrorismo se geste en el seno de las sociedades y no fuera de ellas. Durante los últimos ataques por parte del Estado Islámico reconocemos entre los agresores a unos cuantos europeos: nacidos allí, criados allí, en Occidente. No son extranjeros, no son outsiders, y aún así, les odian, nos odian. Y esto, sin ánimo alguno de transferir la culpabilidad, tiene que llevar a las sociedades a que reconozcan la existencia del terrorismo dentro de ellas, y no como algo distinto a su existencia, a que asuman su responsabilidad en el fenómeno. Las preguntas son obvias aunque no nos las queremos hacer porque, ¿desde cuándo la víctima tiene que responder por lo que otros cometen? Sin embargo, cuando la violencia viene de dentro, es necesario preguntarnos qué es lo que permite que el terrorismo y tal exacerbación de la violencia surjan. ¿Qué es lo que permite que actúen y se mantengan en el tiempo? ¿Tiene algo que ver con alguna falla en nuestras sociedades? ¿Hay algo que estemos haciendo mal?

Hoy en día la palabra “terrorismo” lleva asociada una irracionalidad que lo inutiliza como concepto, usualmente lo reducimos a una cuestión puramente criminal y nos negamos a cualquier planteamiento del problema en términos de choques de valores contrapuestos en el seno de una sociedad multicultural, una sociedad supuestamente incluyente y abierta. Nos negamos a comprender que tal vez una pequeña parte del problema esté en nuestra autocomprensión de nuestra sociedad occidental. No podemos acercarnos a comprender las razones del otro porque nos parece que el otro no tiene razones, que es irracional. Así, recluimos el concepto como algo incomprensible y no podemos ver en qué medida el terrorismo es deudor de las prácticas y representaciones de la misma sociedad que intenta excluirlo.

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Siguiendo a Arendt, es interesante su comprensión de la violencia como lo antitético a la política y al poder. Ahí donde no hay poder, hay violencia. A veces creemos que la violencia, el terror, son demostraciones de poder. Sin embargo, el poder consiste en la capacidad humana de actuar en concierto, de buscar el consenso a través del debate y la deliberación. La violencia implica por principio negar el poder, la violencia es un mero medio para aumentar la fuerza de una entidad individual. Sin embargo, y quizás esto es lo más interesante: la pérdida del poder se convierte en una tentación para reemplazar el poder por la violencia. Donde no hay poder, donde no hay actuar en concierto, se abre una oportunidad reluciente para la violencia.

En Guatemala lo vemos de cerca: hace unos días una bomba en un autobús cobró una vida y dejó a 17 heridos. Los asaltos, los secuestros y el crimen organizado en general nos mantienen en constante vigilia, provocan un terror tan real como el de cualquier ataque del Estado Islámico. Y vienen de dentro, no se trata del Otro que nos ataca, son de los nuestros. Todo esto, en lugar de mostrar algún tipo de poder por parte de las maras o de los criminales solamente demuestra que hemos perdido el poder como sociedad: somos incapaces de deliberar, de razonar en conjunto y de llegar a acuerdos. Somos incapaces de acción común y con esto hemos dejado la puerta abierta a la violencia. El terror es, en palabras de Arendt, “la forma de gobierno que nace cuando la violencia, tras destruir todo poder, en vez de abdicar mantiene el control absoluto”. El terror es lo que queda cuando la violencia no encuentra resistencia en la sociedad.