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Dejando de ser víctimas del sistema

Redacción
07 de marzo, 2016

Continuamente escucho y leo comentarios peyorativos respecto a maestros. Muchos son producto de la frustración respecto al sistema educativo; otros son sencillamente generalizaciones de una o mala experiencia. Y es que el maestro causa un impacto duradero en sus alumnos, el cual trasciende de los años en la escuela y cómo nos impacta a cada uno puede regir nuestra actitud en el futuro.

Cuando yo tenía 12 años y cursaba 5to. grado de primaria, en la clase de música practicábamos cantar una melodía en coro para el Día de la Madre. Recuerdo que la maestra se nos acercó a los estudiantes y nos recordó que siguiéramos cantando mientras ella caminaba escuchando a cada uno de nosotros. Luego de haber parado frente a mi y haberme escuchado, me dijo “Yarhi, usted sólo mueva la boca”. Han pasado 37 años desde que esa frase retumbó en mis oídos y aún recuerdo la vergüenza que sentí que mi maestra me reprochara de esta forma frente a mis compañeros; 37 años más tarde recuerdo esta frase como si fuera ayer y reconozco el impacto que estas 6 palabras han tenido en mi a lo largo de mi vida.

He leído comentarios que expresan que “los maestros no saben leer ni escribir” o “da vergüenza su ortografía”. Otros expresan que “es vergonzoso cómo salen de mal preparados los jóvenes” o que los docentes “olvidan lo importante que es enseñar y amar a sus alumnos y a su trabajo” o que “no conocen el punto decimal”. Algunos afirman incluso que “son muy pocos los que realmente desean capacitarse”. Seguramente muchos comentarios están bien fundamentados, pero es más probable que muchos emanen de alguna situación particular que fue generalizada. Basado en la experiencia que relaté en el párrafo anterior, podría haber calificado a todos los maestros de música del país como insensibles, pero hubiera sido una aseveración infundada. El hecho de que mi maestra de música me hubiera ofendido no me hubiera dado licencia para calificar de igual forma a todos los maestros de música a quienes ni siquiera conozco.

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En mi trabajo he tenido la oportunidad de conocer a miles de maestros de áreas rurales y urbanas, de instituciones privadas y públicas que atienden a alumnos de distintos estratos socioeconómicos. Mi experiencia ha sido primordialmente positiva. No niego que hay docentes deficientes, desmotivados y sin el interés de proveer una buena educación a sus alumnos. Pero más frecuentemente me he encontrado con muchos docentes que buscan mejorar su propia formación y quienes que se financian ellos mismos sus formación con su escaso salario, sin necesariamente contar con el apoyo de las instituciones en donde laboran. Es cierto que muchos de los docentes que he conocido tienen un bajo desarrollo en competencias matemáticas o pobres destrezas de redacción y a menudo, mala ortografía. Pero llegan a capacitarse precisamente para mejorar esos aspectos. Lejos de ser reprochable, es loable que hagan el esfuerzo económico de dedicar lo que a veces representa 5 %, 10% o un porcentaje mayor de su salario para aprender como ser mejor docente; es admirable como muchos logran dedicarle el tiempo a su propia formación a pesar de tener 2 o a menudo 3 trabajos distintos, trabajando en jornadas matutina, vespertina y nocturna.

Los docentes de quienes muchos se expresan con resentimiento son producto de un sistema que no ha tenido la capacidad ni el estímulo para formarlos adecuadamente. Un sistema que estimulaba a que una persona pudiera ser maestro a los 18 años con apenas un poco más de escolaridad que alguno de sus alumnos no podría producir muchos maestros bien formados; un sistema en donde los ingresos del docente son tan bajos – a menudo muy cercanos al sueldo mínimo – no puede esperar a que el maestro dedique sus escasos ingresos ni su tiempo para capacitarse: los ingresos los usa para su subsistencia y su tiempo para complementar sus ingresos en otros trabajos. En estas circunstancias, no es falta de amor o de pasión por el trabajo. Es iluso esperar a que alguien vuelque su corazón apasionadamente en una labor, cuando tiene la preocupación y responsabilidad de mantener a su familia sin haber recibido el pago de sueldo de los últimos meses.

Nuestro sistema educativo tiene muchas carencias y tanto maestros y alumnos son víctimas del mismo. No podemos pretender que el sistema mejore sin buscar hacer una reingeniería de fondo. El domingo recién pasado leí un artículo en The New York Times que viene inserto en Prensa Libre en el cual habla de un director distrital de educación de la India que ha buscado revertir el ausentismo de los docentes. El artículo menciona que este director logró subir la asistencia de los maestros de un 60 % a un 90 % y reconoce que la asistencia no implica que mejorará la calidad. Es más, el mismo artículo menciona que India duplicó el presupuesto de educación, incrementó el salario de los docentes y redujo el tamaño de los grupos escolares y sin embargo, el desempeño de los estudiantes bajó. ¿Cómo puede suceder algo así cuando se tomaron fuertes medidas correctivas? El problema es que las medidas correctivas son aisladas y no integrales.

Para mejorar un sistema educativo como el de Guatemala se requieren de medidas integrales y de la concurrencia de la sociedad entera que vele por la mejora en el sistema y no por sus intereses particulares. No son los intereses sectoriales ni individuales los que deben prevalecer, sino los intereses de la educación general del país. Esto requiere repensar estructuralmente en nuestro sistema educativo y asumir los costos políticos para lograr que el aprendizaje de nuestros alumnos sea efectivo. También requiere paciencia, pues los efectos de cualquier mejora no se verán en uno o dos años: se requiere de una o dos generaciones que adopten y patrocinen los cambios en forma consistente para que estos puedan tener un impacto positivo en el país y se siga un plan de largo plazo – pensando en nuestros nietos – que no esté sujeto a cambios cada cuatro años con cada cambio de gobierno; la educación debe ser una política de país, no de gobierno. Países como Finlandia, Singapur y Corea del Sur han logrado dar cara vuelta a su sistema educativo en un período de cuatro a seis décadas, lo que nos da la pauta de que si es posible realizar cambios dramáticos aún en situaciones educativas tan precarias como la nuestra. Pero debemos dejar de pensar en mejoras aisladas y cambios cosméticos. Debemos dedicar además, suficientes recursos para fomentar una adecuada formación de nuestros docentes. Mientras no nos comprometamos como sociedad, seguiremos produciendo víctimas del sistema que quieren enseñar bien, pero no tienen las herramientas apropiadas para hacerlo.

John Wooden (1910-2010), uno de los entrenadores de basquetbol más famosos en la historia de Estados Unidos expresó “la profesión del educador contribuye más al futuro de la sociedad que cualquier otra profesión”.

Dejando de ser víctimas del sistema

Redacción
07 de marzo, 2016

Continuamente escucho y leo comentarios peyorativos respecto a maestros. Muchos son producto de la frustración respecto al sistema educativo; otros son sencillamente generalizaciones de una o mala experiencia. Y es que el maestro causa un impacto duradero en sus alumnos, el cual trasciende de los años en la escuela y cómo nos impacta a cada uno puede regir nuestra actitud en el futuro.

Cuando yo tenía 12 años y cursaba 5to. grado de primaria, en la clase de música practicábamos cantar una melodía en coro para el Día de la Madre. Recuerdo que la maestra se nos acercó a los estudiantes y nos recordó que siguiéramos cantando mientras ella caminaba escuchando a cada uno de nosotros. Luego de haber parado frente a mi y haberme escuchado, me dijo “Yarhi, usted sólo mueva la boca”. Han pasado 37 años desde que esa frase retumbó en mis oídos y aún recuerdo la vergüenza que sentí que mi maestra me reprochara de esta forma frente a mis compañeros; 37 años más tarde recuerdo esta frase como si fuera ayer y reconozco el impacto que estas 6 palabras han tenido en mi a lo largo de mi vida.

He leído comentarios que expresan que “los maestros no saben leer ni escribir” o “da vergüenza su ortografía”. Otros expresan que “es vergonzoso cómo salen de mal preparados los jóvenes” o que los docentes “olvidan lo importante que es enseñar y amar a sus alumnos y a su trabajo” o que “no conocen el punto decimal”. Algunos afirman incluso que “son muy pocos los que realmente desean capacitarse”. Seguramente muchos comentarios están bien fundamentados, pero es más probable que muchos emanen de alguna situación particular que fue generalizada. Basado en la experiencia que relaté en el párrafo anterior, podría haber calificado a todos los maestros de música del país como insensibles, pero hubiera sido una aseveración infundada. El hecho de que mi maestra de música me hubiera ofendido no me hubiera dado licencia para calificar de igual forma a todos los maestros de música a quienes ni siquiera conozco.

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En mi trabajo he tenido la oportunidad de conocer a miles de maestros de áreas rurales y urbanas, de instituciones privadas y públicas que atienden a alumnos de distintos estratos socioeconómicos. Mi experiencia ha sido primordialmente positiva. No niego que hay docentes deficientes, desmotivados y sin el interés de proveer una buena educación a sus alumnos. Pero más frecuentemente me he encontrado con muchos docentes que buscan mejorar su propia formación y quienes que se financian ellos mismos sus formación con su escaso salario, sin necesariamente contar con el apoyo de las instituciones en donde laboran. Es cierto que muchos de los docentes que he conocido tienen un bajo desarrollo en competencias matemáticas o pobres destrezas de redacción y a menudo, mala ortografía. Pero llegan a capacitarse precisamente para mejorar esos aspectos. Lejos de ser reprochable, es loable que hagan el esfuerzo económico de dedicar lo que a veces representa 5 %, 10% o un porcentaje mayor de su salario para aprender como ser mejor docente; es admirable como muchos logran dedicarle el tiempo a su propia formación a pesar de tener 2 o a menudo 3 trabajos distintos, trabajando en jornadas matutina, vespertina y nocturna.

Los docentes de quienes muchos se expresan con resentimiento son producto de un sistema que no ha tenido la capacidad ni el estímulo para formarlos adecuadamente. Un sistema que estimulaba a que una persona pudiera ser maestro a los 18 años con apenas un poco más de escolaridad que alguno de sus alumnos no podría producir muchos maestros bien formados; un sistema en donde los ingresos del docente son tan bajos – a menudo muy cercanos al sueldo mínimo – no puede esperar a que el maestro dedique sus escasos ingresos ni su tiempo para capacitarse: los ingresos los usa para su subsistencia y su tiempo para complementar sus ingresos en otros trabajos. En estas circunstancias, no es falta de amor o de pasión por el trabajo. Es iluso esperar a que alguien vuelque su corazón apasionadamente en una labor, cuando tiene la preocupación y responsabilidad de mantener a su familia sin haber recibido el pago de sueldo de los últimos meses.

Nuestro sistema educativo tiene muchas carencias y tanto maestros y alumnos son víctimas del mismo. No podemos pretender que el sistema mejore sin buscar hacer una reingeniería de fondo. El domingo recién pasado leí un artículo en The New York Times que viene inserto en Prensa Libre en el cual habla de un director distrital de educación de la India que ha buscado revertir el ausentismo de los docentes. El artículo menciona que este director logró subir la asistencia de los maestros de un 60 % a un 90 % y reconoce que la asistencia no implica que mejorará la calidad. Es más, el mismo artículo menciona que India duplicó el presupuesto de educación, incrementó el salario de los docentes y redujo el tamaño de los grupos escolares y sin embargo, el desempeño de los estudiantes bajó. ¿Cómo puede suceder algo así cuando se tomaron fuertes medidas correctivas? El problema es que las medidas correctivas son aisladas y no integrales.

Para mejorar un sistema educativo como el de Guatemala se requieren de medidas integrales y de la concurrencia de la sociedad entera que vele por la mejora en el sistema y no por sus intereses particulares. No son los intereses sectoriales ni individuales los que deben prevalecer, sino los intereses de la educación general del país. Esto requiere repensar estructuralmente en nuestro sistema educativo y asumir los costos políticos para lograr que el aprendizaje de nuestros alumnos sea efectivo. También requiere paciencia, pues los efectos de cualquier mejora no se verán en uno o dos años: se requiere de una o dos generaciones que adopten y patrocinen los cambios en forma consistente para que estos puedan tener un impacto positivo en el país y se siga un plan de largo plazo – pensando en nuestros nietos – que no esté sujeto a cambios cada cuatro años con cada cambio de gobierno; la educación debe ser una política de país, no de gobierno. Países como Finlandia, Singapur y Corea del Sur han logrado dar cara vuelta a su sistema educativo en un período de cuatro a seis décadas, lo que nos da la pauta de que si es posible realizar cambios dramáticos aún en situaciones educativas tan precarias como la nuestra. Pero debemos dejar de pensar en mejoras aisladas y cambios cosméticos. Debemos dedicar además, suficientes recursos para fomentar una adecuada formación de nuestros docentes. Mientras no nos comprometamos como sociedad, seguiremos produciendo víctimas del sistema que quieren enseñar bien, pero no tienen las herramientas apropiadas para hacerlo.

John Wooden (1910-2010), uno de los entrenadores de basquetbol más famosos en la historia de Estados Unidos expresó “la profesión del educador contribuye más al futuro de la sociedad que cualquier otra profesión”.