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Erdogan y la Caída del Secularismo en Turquía

Redacción
20 de julio, 2016

Aún con el shock del ataque terrorista en Niza (Francia), el viernes pasado nos encontramos con otro evento con gran implicación a nivel internacional. En Turquía, uno de los últimos bastiones seculares del Medio Oriente, acaecía un intento de golpe de Estado para deponer a Recep Tayyip Erdogan, el presidente turco.
Coloquemos el intento de golpe en contexto. Turquía es una república nacida de las cenizas del Imperio Otomano en 1923 como resultado de su disolución luego de la Primera Guerra Mundial. Su primer líder y presidente, Mustafa Kemal Ataturk, sentó las bases para una república constitucional democrática y, sobretodo, secular en un país cuya población es 95% musulmana (una rareza en el mundo islámico del Medio Oriente). Desde el inicio, Ataturk proclamó al ejército como salvaguarda de la democracia en contra del fundamentalismo religioso –un aspecto clave para entender las tensiones actuales. Como resultado, ha habido 5 golpes de estado en donde el ejército ha contrarrestado líderes con tendencias islamistas radicales.
Erdogan llega al poder como primer ministro en 2003 con el apoyo de la población rural y religiosa-conservadora (en contraposición del sector cosmopolita y no-religioso). Desde su ascenso al poder, Erdogan, quien se ve a sí mismo como el padre de una nueva identidad turca (más cercana a su patrimonio islámico), ha cercenado libertades civiles, ha apoyado (aunque de manera intermitente) a radicales en Siria, y sobretodo, ha empujado por un referéndum para obtener poderes para cambiar leyes seculares –un preocupante giro hacia un estado islámico.
Si bien no soy muy adepto a las teorías de conspiración, este “intento de golpe de Estado” tiene indicios de haber sido planeado y ejecutado por el mismo círculo cercano a Erdogan con el objetivo de proveerle cualquier excusa para que pueda realizar una “limpia” del Estado al suprimir a la oposición a todo nivel, colocar a los suyos y acumular así el poder necesario para consolidarse como un verdadero autócrata islámico.
Las evidencias de los graves errores estratégicos y militares están a la luz del día. Analistas indican que, de haber sido un golpe auténtico, los militares hubiesen ido directamente a arrestar a los principales líderes del gobierno (en vez de bloquear los puentes de Estambul) y cerrado el espacio aéreo, fronteras y medios de comunicación. Y es que si no fue autogolpe, al menos fue pobremente planeado.
De cualquier manera, con este “regalo del cielo” (descrito así por el mismo Erdogan) inicia una purgación del Estado y la formación de una nueva Turquía islámica radical. Horas después del intento de golpe, inmediatamente se arrestó a cerca de 2,800 militares rebeldes, más de 3 mil jueces seculares, líderes de la oposición, periodistas, profesores, etc. Además, tenemos al sector islámico (su mayor base de apoyo) en las calles, clamando venganza y aclamando a Erdogan, quien ahora podrá restringir diversas libertades civiles (expresión, asociación, de asamblea, de protesta, etc.) a su antojo.
Para críticos y observadores externos, la situación de Turquía nos supone un constante dilema: bajo la excusa de la democracia (que parece aguantarlo todo), ¿permitimos a un déspota acumular poder excesivo? Tenemos numerosos casos alrededor del mundo de líderes que han llegado al poder de manera democrática y, ya ostentándolo, se perpetúan por medio de manipulación de leyes y coerción. Una suerte de “dictadores electos” –desde Hitler hasta Maduro. Y si esto ocurre, ¿a qué métodos se puede abocar la población cuando el Estado de Derecho no es una opción? ¿Las fuerzas militares son una opción para salvaguardar la democracia, tal como lo recetó Ataturk? Personalmente creo que ambas repuestas son negativas –para iniciar, ninguna institución o persona, sea armada o no, debe estar en capacidad de acumular tal poder.
Las implicaciones de lo acontecido en Turquía son enormes, no sólo a nivel local sino internacional. Para iniciar, Turquía cuenta con una posición geoestratégica clave al ser el puente natural entre Europa y el Medio Oriente (colindando con Siria, Iraq e Irán, entre otros). Por lo anterior y dada su carácter de miembro de OTAN, Estados Unidos cuenta con bases militares (con ojivas nucleares) desde donde lanza sus ataques para contrarrestar a ISIS. También, por medio del Mar Negro, tiene colindancia con Rusia con quienes tienen una historia de amor-odio.
El futuro inmediato de Turquía puede ser un punto de inflexión en la guerra contra el extremismo islámico. Sabemos que estos regímenes musulmanes son el caldo de cultivo para el adoctrinamiento y formación de radicales dispuestos a dar su vida para matar a cuanto “infiel” se pueda, tanto en la misma región como en Occidente. Que uno de los últimos países seculares del Medio Oriente inicie finalmente su camino hacia un estado islámico (y por lo tanto teocrático, autócrata y opresor) es sumamente preocupante.
Jorge V. Ávila Prera
@jorgeavilaprera

Erdogan y la Caída del Secularismo en Turquía

Redacción
20 de julio, 2016

Aún con el shock del ataque terrorista en Niza (Francia), el viernes pasado nos encontramos con otro evento con gran implicación a nivel internacional. En Turquía, uno de los últimos bastiones seculares del Medio Oriente, acaecía un intento de golpe de Estado para deponer a Recep Tayyip Erdogan, el presidente turco.
Coloquemos el intento de golpe en contexto. Turquía es una república nacida de las cenizas del Imperio Otomano en 1923 como resultado de su disolución luego de la Primera Guerra Mundial. Su primer líder y presidente, Mustafa Kemal Ataturk, sentó las bases para una república constitucional democrática y, sobretodo, secular en un país cuya población es 95% musulmana (una rareza en el mundo islámico del Medio Oriente). Desde el inicio, Ataturk proclamó al ejército como salvaguarda de la democracia en contra del fundamentalismo religioso –un aspecto clave para entender las tensiones actuales. Como resultado, ha habido 5 golpes de estado en donde el ejército ha contrarrestado líderes con tendencias islamistas radicales.
Erdogan llega al poder como primer ministro en 2003 con el apoyo de la población rural y religiosa-conservadora (en contraposición del sector cosmopolita y no-religioso). Desde su ascenso al poder, Erdogan, quien se ve a sí mismo como el padre de una nueva identidad turca (más cercana a su patrimonio islámico), ha cercenado libertades civiles, ha apoyado (aunque de manera intermitente) a radicales en Siria, y sobretodo, ha empujado por un referéndum para obtener poderes para cambiar leyes seculares –un preocupante giro hacia un estado islámico.
Si bien no soy muy adepto a las teorías de conspiración, este “intento de golpe de Estado” tiene indicios de haber sido planeado y ejecutado por el mismo círculo cercano a Erdogan con el objetivo de proveerle cualquier excusa para que pueda realizar una “limpia” del Estado al suprimir a la oposición a todo nivel, colocar a los suyos y acumular así el poder necesario para consolidarse como un verdadero autócrata islámico.
Las evidencias de los graves errores estratégicos y militares están a la luz del día. Analistas indican que, de haber sido un golpe auténtico, los militares hubiesen ido directamente a arrestar a los principales líderes del gobierno (en vez de bloquear los puentes de Estambul) y cerrado el espacio aéreo, fronteras y medios de comunicación. Y es que si no fue autogolpe, al menos fue pobremente planeado.
De cualquier manera, con este “regalo del cielo” (descrito así por el mismo Erdogan) inicia una purgación del Estado y la formación de una nueva Turquía islámica radical. Horas después del intento de golpe, inmediatamente se arrestó a cerca de 2,800 militares rebeldes, más de 3 mil jueces seculares, líderes de la oposición, periodistas, profesores, etc. Además, tenemos al sector islámico (su mayor base de apoyo) en las calles, clamando venganza y aclamando a Erdogan, quien ahora podrá restringir diversas libertades civiles (expresión, asociación, de asamblea, de protesta, etc.) a su antojo.
Para críticos y observadores externos, la situación de Turquía nos supone un constante dilema: bajo la excusa de la democracia (que parece aguantarlo todo), ¿permitimos a un déspota acumular poder excesivo? Tenemos numerosos casos alrededor del mundo de líderes que han llegado al poder de manera democrática y, ya ostentándolo, se perpetúan por medio de manipulación de leyes y coerción. Una suerte de “dictadores electos” –desde Hitler hasta Maduro. Y si esto ocurre, ¿a qué métodos se puede abocar la población cuando el Estado de Derecho no es una opción? ¿Las fuerzas militares son una opción para salvaguardar la democracia, tal como lo recetó Ataturk? Personalmente creo que ambas repuestas son negativas –para iniciar, ninguna institución o persona, sea armada o no, debe estar en capacidad de acumular tal poder.
Las implicaciones de lo acontecido en Turquía son enormes, no sólo a nivel local sino internacional. Para iniciar, Turquía cuenta con una posición geoestratégica clave al ser el puente natural entre Europa y el Medio Oriente (colindando con Siria, Iraq e Irán, entre otros). Por lo anterior y dada su carácter de miembro de OTAN, Estados Unidos cuenta con bases militares (con ojivas nucleares) desde donde lanza sus ataques para contrarrestar a ISIS. También, por medio del Mar Negro, tiene colindancia con Rusia con quienes tienen una historia de amor-odio.
El futuro inmediato de Turquía puede ser un punto de inflexión en la guerra contra el extremismo islámico. Sabemos que estos regímenes musulmanes son el caldo de cultivo para el adoctrinamiento y formación de radicales dispuestos a dar su vida para matar a cuanto “infiel” se pueda, tanto en la misma región como en Occidente. Que uno de los últimos países seculares del Medio Oriente inicie finalmente su camino hacia un estado islámico (y por lo tanto teocrático, autócrata y opresor) es sumamente preocupante.
Jorge V. Ávila Prera
@jorgeavilaprera