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Acerca del Pacto Fiscal y la Moral Tributaria

Redacción
10 de agosto, 2016

Muchas veces el ciudadano promedio tiene una relación de amor-odio con los impuestos. Por un lado, se encuentra renuente a pagarlos al ver que se le confisca una parte de su ingreso y, por otro lado, desea servicios públicos de calidad que al menos justifiquen dicha confiscación o exfolio. Al ver que lo segundo no se cumple (todo lo contrario) y que, además, se le impone mayores niveles impositivos, el descontento es natural.

Para un liberal, los impuestos suponen una de las representaciones más evidentes del poder coercitivo del Estado. Cualquier transacción o intercambio que dentro de la perspectiva liberal es “moral”, es aquella en donde existe voluntariedad de todas las partes. En el caso de los impuestos, como su mismo nombre lo indica, no existe tal condición. La misma naturaleza de los impuestos es coercitiva ya que no existe oportunidad de negociación y mucho menos de abstenerse a participar del intercambio (la evasión está penada). Adicionalmente, los impuestos también representan una distorsión de los precios, un obstáculo para la inversión, la capitalización y la creación de valor en general.

El contraargumento a lo anterior atribuye una calidad redistributiva al Estado. Los ciudadanos son “contribuyentes” y los ingresos del Estado hacen posible que éste ejecute obras públicas y provea servicios públicos que de otra manera no se hubiesen realizado u ofrecido. De esta manera, continúa el argumento, aquellos menos afortunados, al acceder a estos servicios tendrán mayores oportunidades de progreso.

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La justificación de los impuestos también se deriva proporcionalmente de las funciones que se le atribuyen al Estado y la legitimidad de las mismas. Es decir, si consideramos que las funciones del Estado se reducen a seguridad y justicia, veremos con malos ojos que los impuestos se asignen a otras funciones como vivienda y resarcimiento. Usualmente a los liberales se nos tacha de egoístas, insolidarios o que de alguna manera representamos intereses espurios dada nuestra oposición natural hacia los impuestos. Sin embargo, sería interesante realizar un experimento en donde los “impuestos” sean donativos voluntarios y ver cuál es el impacto real en la recaudación. Imagino cuántos de los que se rasgan las vestiduras aportarían más de que lo hacen ahora o si aportarían algo del todo. Siempre y cuando no sea de lo propio, es fácil hablar de subir los impuestos.

Lo cual me lleva al tema de actualidad. Mucho se ha hablado en estos días de una reforma fiscal promovida por el ejecutivo. Para el ciudadano, sobretodo el asalariado y el empresario (de TODOS los tamaños) una reforma fiscal es una señal de alerta al implicar subidas de impuestos. Si bien el presidente Morales recientemente ha descartado la idea de subir la tasa del IVA y que el objetivo de la reforma fiscal es “que la recaudación mejore”, debemos mantenernos alerta para ver qué en realidad implica el nuevo paquete fiscal. Usualmente es más exfolio.

Estando en campaña electoral, Morales proponía “recuperar la moral tributaria antes de pensar en subir los impuestos o hacer una reestructuración fiscal”. Vamos, que haya corrupción en el gobierno nos es tan natural que nos encontramos diciendo de manera tan cotidiana lamentables frases como “roba pero al menos hace obra”. Si bien esto es cierto, con los casos de la Línea, Plazas Fantasma, TCQ, Cooptación del Estado, pactos colectivos de carácter lesivo, despilfarro en diversas entidades del estado, malversaciones, y tantos otros, hoy, más que nunca, la moral tributaria está por los suelos.

¿Se han dado los cambios pertinentes en relación a transparencia, rendición de cuentas y la priorización del gasto para poder recuperar la confianza en las instituciones del Estado? ¿Se han dado los cambios sistemáticos en relación a la elección de autoridades y funcionarios para la gestión de los recursos? No niego las carencias que en este país existen ni la necesidad de atenderlas. Sin embargo, entregar más recursos a un administrador corrupto que no ha probado voluntad para reforma, es continuar con este círculo vicioso en donde solamente unos pocos se benefician.

Jorge V. Ávila Prera

@jorgeavilaprera

Acerca del Pacto Fiscal y la Moral Tributaria

Redacción
10 de agosto, 2016

Muchas veces el ciudadano promedio tiene una relación de amor-odio con los impuestos. Por un lado, se encuentra renuente a pagarlos al ver que se le confisca una parte de su ingreso y, por otro lado, desea servicios públicos de calidad que al menos justifiquen dicha confiscación o exfolio. Al ver que lo segundo no se cumple (todo lo contrario) y que, además, se le impone mayores niveles impositivos, el descontento es natural.

Para un liberal, los impuestos suponen una de las representaciones más evidentes del poder coercitivo del Estado. Cualquier transacción o intercambio que dentro de la perspectiva liberal es “moral”, es aquella en donde existe voluntariedad de todas las partes. En el caso de los impuestos, como su mismo nombre lo indica, no existe tal condición. La misma naturaleza de los impuestos es coercitiva ya que no existe oportunidad de negociación y mucho menos de abstenerse a participar del intercambio (la evasión está penada). Adicionalmente, los impuestos también representan una distorsión de los precios, un obstáculo para la inversión, la capitalización y la creación de valor en general.

El contraargumento a lo anterior atribuye una calidad redistributiva al Estado. Los ciudadanos son “contribuyentes” y los ingresos del Estado hacen posible que éste ejecute obras públicas y provea servicios públicos que de otra manera no se hubiesen realizado u ofrecido. De esta manera, continúa el argumento, aquellos menos afortunados, al acceder a estos servicios tendrán mayores oportunidades de progreso.

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La justificación de los impuestos también se deriva proporcionalmente de las funciones que se le atribuyen al Estado y la legitimidad de las mismas. Es decir, si consideramos que las funciones del Estado se reducen a seguridad y justicia, veremos con malos ojos que los impuestos se asignen a otras funciones como vivienda y resarcimiento. Usualmente a los liberales se nos tacha de egoístas, insolidarios o que de alguna manera representamos intereses espurios dada nuestra oposición natural hacia los impuestos. Sin embargo, sería interesante realizar un experimento en donde los “impuestos” sean donativos voluntarios y ver cuál es el impacto real en la recaudación. Imagino cuántos de los que se rasgan las vestiduras aportarían más de que lo hacen ahora o si aportarían algo del todo. Siempre y cuando no sea de lo propio, es fácil hablar de subir los impuestos.

Lo cual me lleva al tema de actualidad. Mucho se ha hablado en estos días de una reforma fiscal promovida por el ejecutivo. Para el ciudadano, sobretodo el asalariado y el empresario (de TODOS los tamaños) una reforma fiscal es una señal de alerta al implicar subidas de impuestos. Si bien el presidente Morales recientemente ha descartado la idea de subir la tasa del IVA y que el objetivo de la reforma fiscal es “que la recaudación mejore”, debemos mantenernos alerta para ver qué en realidad implica el nuevo paquete fiscal. Usualmente es más exfolio.

Estando en campaña electoral, Morales proponía “recuperar la moral tributaria antes de pensar en subir los impuestos o hacer una reestructuración fiscal”. Vamos, que haya corrupción en el gobierno nos es tan natural que nos encontramos diciendo de manera tan cotidiana lamentables frases como “roba pero al menos hace obra”. Si bien esto es cierto, con los casos de la Línea, Plazas Fantasma, TCQ, Cooptación del Estado, pactos colectivos de carácter lesivo, despilfarro en diversas entidades del estado, malversaciones, y tantos otros, hoy, más que nunca, la moral tributaria está por los suelos.

¿Se han dado los cambios pertinentes en relación a transparencia, rendición de cuentas y la priorización del gasto para poder recuperar la confianza en las instituciones del Estado? ¿Se han dado los cambios sistemáticos en relación a la elección de autoridades y funcionarios para la gestión de los recursos? No niego las carencias que en este país existen ni la necesidad de atenderlas. Sin embargo, entregar más recursos a un administrador corrupto que no ha probado voluntad para reforma, es continuar con este círculo vicioso en donde solamente unos pocos se benefician.

Jorge V. Ávila Prera

@jorgeavilaprera