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Oasis en Chapecó

Luis Felipe Garrán
09 de agosto, 2017

Entre tanto tema que podía haber elegido para esta semana, me decanté, oh vaya, por el fútbol. No es que no me interese el arraigo de Rodrigo Arenas, presidente del MCN (Movimiento Cívico Nacional) y que en su defecto prefiera hablar de las tormentas de arena que ha provocado el fichaje de Neymar y, por ende, la ruptura de la “MSN”; o que las sanciones financieras que EE.UU. ha puesto a los líderes venezolanos queden en un segundo plano respecto al desfalco económico del jeque Nasser Al-Khelaïfi y su Paris Saint-Germain. Pero el fútbol es, en muchos casos, un oasis, y nunca uno tan necesario como el que el Chapecoense le ha regalado, ya no a su ciudad, sino al mundo entero del balompié.

El 29 de noviembre pasado, las redes se llenaron de mensajes, imágenes y videos con el escudo del modesto club de la sureña ciudad brasileña de Chapecó. Imagino que es la versión del siglo XXI de empapelar un parque con afiches en cada árbol, cada poste y cada banco. Pocos días antes habían comenzado a sonar, por ser el “David” de Sudamérica a punto de jugar una final continental. Sin embargo, la noche del 28 todo quedó a un lado; no importaba el torneo, ni los festejos, ni la publicidad… nada. El avión en el que viajaban a Medellín se estrelló; solo tres jugadores sobrevivieron.

Esta mañana detuvieron al diputado Boussinot, que alguna vez fue miembro de la bancada verde (algunos carteles que aún no han quitado lo delatan). También ha sido protagonista de muchos titulares el alcalde capitalino Álvaro Arzú, cuya municipalidad ha extendido por cada rincón el color glauco. Sin embargo, destaca el tono esmeralda de las estrellas estampadas en la camiseta del Chapecoense que vistió Alan Ruschel, uno de los sobrevivientes, en su regreso al fútbol; con lágrimas a modo de pintura de guerra y arropado por los miles de aficionados que llenaron el Camp Nou de Barcelona para darle un baño de masas al equipo que volaba más alto cuando la tragedia ocurrió.
Cómo se financiaron los carteles del #NoTeToca contra Baldizón de hace un par de años es lo que más he oído en mi recorrido matutino por las radios nacionales. También ha estado en tecla (lo que antes se diría “boca”) de muchos la valla publicitaria de Humanistas Guatemala con la inscripción “No necesitas un dios o una religión para ser buena persona”. Después de tanto debate entre ese grupo y algunos religiosos conservadores, y entre quienes están hartos de los líos de corrupción y aquellos a quienes les parece bien estar con el “menos malo”, un aficionado del Chape, armado también con una pancarta, aunque sin hashtags como las otras dos, me dio un respiro mientras agradecía al Barҫa por ayudarle a reconstruir su equipo.

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Eso me hizo recordar algo que en el fútbol resulta evidente, aún cuando en el resto de situaciones lo hemos ido olvidando. Todos somos compañeros, con objetivos más o menos parecidos, quizá a distinta escala, pero con un mismo norte señalado en la brújula.

Seguramente en el Estado de Santa Catarina han sido bombardeados mediáticamente por el escándalo de Odebrecht, los líos de Michel Temer y el referendo de la vecina república de Venezuela, pero por hora y media vieron a uno de sus equipos más pequeños, que además es el que peor lo ha pasado en el último año, jugar en el estadio más grande de Europa. Vieron a tres supervivientes de un accidente aéreo volver a pisar el césped bien recortado de un campo de primera. Solo uno de ellos pudo jugar, pero los otros dos también pueden decir que la vida les ha vuelto a sonreír.

Así que sí, escribí sobre fútbol, pero porque decidí que, tal y como en Chapecó, es un oasis en el que debía entrar un rato. Fuera ya me estoy oliendo las amenazas bélicas de Trump a Corea del Norte, con un toque a elecciones en Kenia.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

Oasis en Chapecó

Luis Felipe Garrán
09 de agosto, 2017

Entre tanto tema que podía haber elegido para esta semana, me decanté, oh vaya, por el fútbol. No es que no me interese el arraigo de Rodrigo Arenas, presidente del MCN (Movimiento Cívico Nacional) y que en su defecto prefiera hablar de las tormentas de arena que ha provocado el fichaje de Neymar y, por ende, la ruptura de la “MSN”; o que las sanciones financieras que EE.UU. ha puesto a los líderes venezolanos queden en un segundo plano respecto al desfalco económico del jeque Nasser Al-Khelaïfi y su Paris Saint-Germain. Pero el fútbol es, en muchos casos, un oasis, y nunca uno tan necesario como el que el Chapecoense le ha regalado, ya no a su ciudad, sino al mundo entero del balompié.

El 29 de noviembre pasado, las redes se llenaron de mensajes, imágenes y videos con el escudo del modesto club de la sureña ciudad brasileña de Chapecó. Imagino que es la versión del siglo XXI de empapelar un parque con afiches en cada árbol, cada poste y cada banco. Pocos días antes habían comenzado a sonar, por ser el “David” de Sudamérica a punto de jugar una final continental. Sin embargo, la noche del 28 todo quedó a un lado; no importaba el torneo, ni los festejos, ni la publicidad… nada. El avión en el que viajaban a Medellín se estrelló; solo tres jugadores sobrevivieron.

Esta mañana detuvieron al diputado Boussinot, que alguna vez fue miembro de la bancada verde (algunos carteles que aún no han quitado lo delatan). También ha sido protagonista de muchos titulares el alcalde capitalino Álvaro Arzú, cuya municipalidad ha extendido por cada rincón el color glauco. Sin embargo, destaca el tono esmeralda de las estrellas estampadas en la camiseta del Chapecoense que vistió Alan Ruschel, uno de los sobrevivientes, en su regreso al fútbol; con lágrimas a modo de pintura de guerra y arropado por los miles de aficionados que llenaron el Camp Nou de Barcelona para darle un baño de masas al equipo que volaba más alto cuando la tragedia ocurrió.
Cómo se financiaron los carteles del #NoTeToca contra Baldizón de hace un par de años es lo que más he oído en mi recorrido matutino por las radios nacionales. También ha estado en tecla (lo que antes se diría “boca”) de muchos la valla publicitaria de Humanistas Guatemala con la inscripción “No necesitas un dios o una religión para ser buena persona”. Después de tanto debate entre ese grupo y algunos religiosos conservadores, y entre quienes están hartos de los líos de corrupción y aquellos a quienes les parece bien estar con el “menos malo”, un aficionado del Chape, armado también con una pancarta, aunque sin hashtags como las otras dos, me dio un respiro mientras agradecía al Barҫa por ayudarle a reconstruir su equipo.

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Eso me hizo recordar algo que en el fútbol resulta evidente, aún cuando en el resto de situaciones lo hemos ido olvidando. Todos somos compañeros, con objetivos más o menos parecidos, quizá a distinta escala, pero con un mismo norte señalado en la brújula.

Seguramente en el Estado de Santa Catarina han sido bombardeados mediáticamente por el escándalo de Odebrecht, los líos de Michel Temer y el referendo de la vecina república de Venezuela, pero por hora y media vieron a uno de sus equipos más pequeños, que además es el que peor lo ha pasado en el último año, jugar en el estadio más grande de Europa. Vieron a tres supervivientes de un accidente aéreo volver a pisar el césped bien recortado de un campo de primera. Solo uno de ellos pudo jugar, pero los otros dos también pueden decir que la vida les ha vuelto a sonreír.

Así que sí, escribí sobre fútbol, pero porque decidí que, tal y como en Chapecó, es un oasis en el que debía entrar un rato. Fuera ya me estoy oliendo las amenazas bélicas de Trump a Corea del Norte, con un toque a elecciones en Kenia.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo