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La santa Comisión

Carolina Castellanos
27 de septiembre, 2018

A lo largo de la historia se ha dado una tendencia en los regímenes totalitarios.  Me refiero a aquellos que tienen a un dictador como “presidente”, usualmente electo “democráticamente” y que poco a poco va tomando el control de cada uno de los otros poderes del Estado hasta convertirse en un dictador.  Tenemos casos cercanos y relativamente recientes como Hugo Chávez (Venezuela), Nicolás Maduro (otra vez Venezuela pues fue por sucesión) y Daniel Ortega (Nicaragua).  Otros más lejanos son (o fueron) Idi Amin Dada (Uganda), Francisco Franco (España), Muamar el Gadafi (Libia), Saddam Hussein (Irak), Benito Mussolini (Italia) y Jorge Rafael Vidal (Argentina) y Adolf Hitler (Alemania).

¿Cuál es esa tendencia a la que me referí al inicio de este artículo? Además de muchísimos muertos y pobreza extrema, entre otras cosas, es que la población los convierte en dioses. Vuelven deidad a una persona o a una institución con el afán que sean resueltos todos sus problemas. A veces ha sido una mayoría de la población, pero me atrevo a decir que, en general, empieza por una pequeña parte que va creciendo a medida que el personaje va adquiriendo más poder.

Espero que le suene familiar lo que aquí expuse. Un reducido grupo de personas en Guatemala ha convertido a iván velásquez (no merece mayúsculas en su nombre pues ha hecho demasiado daño a Guatemala), en un dios.  De acuerdo a este grupo, el colombiano es la única salvación para Guatemala y su reducto, la CICIG, la vía para lograrlo.

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Este pequeño grupo ha ido creciendo, aunque sigue siendo micro minoría.  Aun cuando aseguren tener miles de seguidores, la evidencia muestra que son pocos los “auténticos”.  En la manifestación del pasado 20 de septiembre hubo muchísimos “acarreados”, aquellos que reciben dinero a cambio de participar en un bloqueo, protesta u otro.  A nivel nacional, las fotos fueron más que evidentes en cuanto al reducido número de personas que llegaron a unos pocos parques centrales.  Adicionalmente, fueron contados con los dedos los comercios que decidieron cerrar “en protesta” por la corrupción y no sé qué más.

A los endiosados dictadores se les empieza a exigir de todo o, por el contrario, se vuelven dictadores porque sus seguidores esperan que él les resuelva todo, lo que conduce a que tengan más y más poder.  A esta ecuación le podemos dar vueltas.  Puede ser que algunos alcanzaron tanto poder que la población les exigió de todo.  Esto sucedió con el colombiano.  Fue tomando el poder y el control de los tres poderes del Estado.  Empezó a hacer cosas “buenas” a los ojos de todos y con eso fue ganando la confianza de muchos.

Por supuesto que san iván y su santa comisión tuvieron el apoyo de actores externos.  Seguramente sucedió igual con los dictadores mencionados al inicio.  Nadie llega a tener tanto poder por sí mismo pues tiene que pasar encima de muchas cabezas para lograrlo.

Los resultados de tal endiosamiento han sido nefastos. La destrucción que ha hecho por donde pasa, es extrema. El sistema de justicia está muchísimo peor pues las condenas están hechas a la medida del condenado y no según dicta la ley.  La corte de constitucionalidad (en minúsculas por la misma razón) ha destruido lo poco que alguna vez tuvimos de un estado de derecho.  La extralimitación de funciones y la gran cantidad de fallos ilegales han echado por la borda cualquier intento de jurisprudencia que alguna vez tuvimos.

Convertir en dios a alguien incrementa su sed de más y más poder.  Lord Acton, en el siglo XIX, dijo: “El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”.  Los dictadores convertidos en deidades han acabado con poblaciones enteras, con la economía de sus países y dañado significativamente la de los países con quienes se relaciona. También han erosionado la cultura y la convivencia pacífica al promover los enfrentamientos para empujar su propia agenda.

En Guatemala todavía no tenemos una dictadura, excepto la “de facto” pues el dios ha metido sus narices en donde no le corresponde e impuesto su poder endiosado en cada institución del Estado.  El gobierno actual, si bien ha dejado muchísimo qué desear, finalmente actuó para detenerlo y sacarlo del país, así como de poner fin a la santa Comisión.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

La santa Comisión

Carolina Castellanos
27 de septiembre, 2018

A lo largo de la historia se ha dado una tendencia en los regímenes totalitarios.  Me refiero a aquellos que tienen a un dictador como “presidente”, usualmente electo “democráticamente” y que poco a poco va tomando el control de cada uno de los otros poderes del Estado hasta convertirse en un dictador.  Tenemos casos cercanos y relativamente recientes como Hugo Chávez (Venezuela), Nicolás Maduro (otra vez Venezuela pues fue por sucesión) y Daniel Ortega (Nicaragua).  Otros más lejanos son (o fueron) Idi Amin Dada (Uganda), Francisco Franco (España), Muamar el Gadafi (Libia), Saddam Hussein (Irak), Benito Mussolini (Italia) y Jorge Rafael Vidal (Argentina) y Adolf Hitler (Alemania).

¿Cuál es esa tendencia a la que me referí al inicio de este artículo? Además de muchísimos muertos y pobreza extrema, entre otras cosas, es que la población los convierte en dioses. Vuelven deidad a una persona o a una institución con el afán que sean resueltos todos sus problemas. A veces ha sido una mayoría de la población, pero me atrevo a decir que, en general, empieza por una pequeña parte que va creciendo a medida que el personaje va adquiriendo más poder.

Espero que le suene familiar lo que aquí expuse. Un reducido grupo de personas en Guatemala ha convertido a iván velásquez (no merece mayúsculas en su nombre pues ha hecho demasiado daño a Guatemala), en un dios.  De acuerdo a este grupo, el colombiano es la única salvación para Guatemala y su reducto, la CICIG, la vía para lograrlo.

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Este pequeño grupo ha ido creciendo, aunque sigue siendo micro minoría.  Aun cuando aseguren tener miles de seguidores, la evidencia muestra que son pocos los “auténticos”.  En la manifestación del pasado 20 de septiembre hubo muchísimos “acarreados”, aquellos que reciben dinero a cambio de participar en un bloqueo, protesta u otro.  A nivel nacional, las fotos fueron más que evidentes en cuanto al reducido número de personas que llegaron a unos pocos parques centrales.  Adicionalmente, fueron contados con los dedos los comercios que decidieron cerrar “en protesta” por la corrupción y no sé qué más.

A los endiosados dictadores se les empieza a exigir de todo o, por el contrario, se vuelven dictadores porque sus seguidores esperan que él les resuelva todo, lo que conduce a que tengan más y más poder.  A esta ecuación le podemos dar vueltas.  Puede ser que algunos alcanzaron tanto poder que la población les exigió de todo.  Esto sucedió con el colombiano.  Fue tomando el poder y el control de los tres poderes del Estado.  Empezó a hacer cosas “buenas” a los ojos de todos y con eso fue ganando la confianza de muchos.

Por supuesto que san iván y su santa comisión tuvieron el apoyo de actores externos.  Seguramente sucedió igual con los dictadores mencionados al inicio.  Nadie llega a tener tanto poder por sí mismo pues tiene que pasar encima de muchas cabezas para lograrlo.

Los resultados de tal endiosamiento han sido nefastos. La destrucción que ha hecho por donde pasa, es extrema. El sistema de justicia está muchísimo peor pues las condenas están hechas a la medida del condenado y no según dicta la ley.  La corte de constitucionalidad (en minúsculas por la misma razón) ha destruido lo poco que alguna vez tuvimos de un estado de derecho.  La extralimitación de funciones y la gran cantidad de fallos ilegales han echado por la borda cualquier intento de jurisprudencia que alguna vez tuvimos.

Convertir en dios a alguien incrementa su sed de más y más poder.  Lord Acton, en el siglo XIX, dijo: “El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”.  Los dictadores convertidos en deidades han acabado con poblaciones enteras, con la economía de sus países y dañado significativamente la de los países con quienes se relaciona. También han erosionado la cultura y la convivencia pacífica al promover los enfrentamientos para empujar su propia agenda.

En Guatemala todavía no tenemos una dictadura, excepto la “de facto” pues el dios ha metido sus narices en donde no le corresponde e impuesto su poder endiosado en cada institución del Estado.  El gobierno actual, si bien ha dejado muchísimo qué desear, finalmente actuó para detenerlo y sacarlo del país, así como de poner fin a la santa Comisión.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo